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Rafael

La conciencia llega como una ola de dolor, arrasando con todo a su paso. Abro los ojos y de inmediato los cierro, la tenue luz que se filtra por las cortinas es como un cuchillo que se clava directamente en mi cerebro. El sabor en mi boca es una mezcla nauseabunda de bilis y mezcal rancio.

Intento moverme y mi cuerpo protesta. Cada músculo duele, como si hubiera sido apaleado. La cabeza me martillea con un ritmo implacable, recordándome por qué nunca bebo mezcal. O al menos, por qué no debería.

<<¿Dónde estoy?>>

Abro los ojos de nuevo, esta vez más despacio. Reconozco mi habitación, pero se siente extraña, ajena. Como si estuviera viendo todo a través de un velo de irrealidad.

Poco a poco, fragmentos de la noche anterior comienzan a filtrarse en mi conciencia. El teléfono en mis manos. Un video. María...

La náusea me golpea con fuerza, un puño helado que se cierra alrededor de mi estómago. Me incorporo de golpe, ignorando el dolor punzante en mi cabeza, y apenas logro llegar al baño antes de vaciar el contenido de mi estómago.

Mientras me aferro al inodoro, imágenes del video parpadean en mi mente como una película de terror. María, mi María, en brazos de otro hombre. Su risa, sus besos, sus caricias... Todo para alguien que no soy yo.

Otra oleada de náuseas me sacude. Esta vez no es solo el alcohol, es el dolor, la traición, la incredulidad. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo pudo hacérselo a nuestra familia?

<<Porqué?>>

Me dejo caer al suelo frío del baño, mi mejilla presionada contra los azulejos. El contraste de temperaturas ofrece un mínimo alivio a mi cabeza palpitante, pero nada puede aliviar el dolor en mi pecho.

Cierro los ojos, deseando que todo sea una pesadilla. Que al abrirlos de nuevo, esté en nuestra cama...

<<"nuestra cama" ... pendejo

Es SU cama, donde se cogió a un cabrón mientras tu estabas quien sabe donde.>>

Pero cuando abro los ojos, sigo aquí. Solo. Traicionado. Roto.

El sonido de pasos en el pasillo me sobresalta. ¿Quién...? Ah, sí. Juan Carlos y Manuel. Vinieron anoche. Trataron de calmarme. De razonar conmigo.

Una risa amarga escapa de mis labios resecos. ¿Razonar? ¿Qué hay que razonar cuando tienes la evidencia frente a tus ojos?

Me levanto con dificultad, apoyándome en el lavabo. El espejo me devuelve la imagen de un hombre que apenas reconozco. Ojos inyectados en sangre, barba de dos días, el pelo revuelto y pegajoso de sudor.

<<¿Qué voy a hacer ahora?>>

La pregunta resuena en mi mente, sin respuesta. Lo único que sé es que nada volverá a ser igual. El mundo que conocía, la vida que amaba, todo se ha hecho añicos. Incluso este Rafael.

Y en medio de ese caos, una certeza se alza, implacable: necesito respuestas. Y las voy a obtener, cueste lo que cueste.

<<... y voy a empezar por esa perra mentirosa>>

María

La conciencia llega lentamente, como una niebla que se disipa. Mis párpados pesan, resistiéndose a abrirse. El colchón bajo mi cuerpo se siente familiar, pero algo no encaja. No recuerdo haberme acostado.

Finalmente, logro abrir los ojos. La luz tenue de la tarde se filtra por las cortinas, dándole a la habitación un aire irreal. Parpadeo, intentando enfocar. Y entonces la veo.

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