59 Recuerdos y viajes
Rafael
Sentado en mi oficina, con la vista hacia la piscina del colegio, me permito un momento para reflexionar sobre las últimas semanas. El bullicio de los niños en el patio se desvanece mientras mi mente viaja a través de los recuerdos recientes, cada uno más dulce que el anterior.
La despedida en el aeropuerto aún está fresca en mi memoria. Toda la familia de María reunida, maletas en mano y ojos brillantes por la emoción del viaje que les esperaba. Fue ahí, entre abrazos y promesas de volver pronto, que lancé la invitación al resto de la familia, porque a Don Fernando le había dicho en mi casa, justo después de pedir la mano de su hija en secreto:
—Don Fernando, Doña Alondra, me encantaría que todos ustedes nos acompañaran al rancho de mis padres, en Sinaloa, para el Día de Muertos —dije, sintiendo cómo María apretaba mi mano en señal de apoyo—. Es un lugar especial para mí, y me gustaría compartirlo con la familia.
La sonrisa de Don Fernando fue toda la respuesta que necesité.
—Cuenta con nosotros, muchacho —respondió, dándome una palmada en el hombro que se sintió como una bendición.
Ana, con su entusiasmo característico, fue la primera en confirmar.
—¡Yo si me apunto! —exclamó, guiñándome un ojo—. Quiero ver de dónde salió este ranchero playero... además, aprovecho que está más cerca de Los Cabos, para darme una vuelta por allá.
Mi suegra, resignada a que su hija viaja de un lado para otro constantemente por temas de trabajo, solo mueve la cabeza resignada.
El recuerdo me hace sonreír. Pero es lo que sucedió después lo que hace que mi corazón se acelere...
Apenas las puertas del aeropuerto se cerraron tras la familia, María me miró con esos ojos que me vuelven loco. —Tenemos tres horas antes de recoger a los niños —susurró, su voz cargada de promesas.
El viaje de regreso a su departamento fue una tortura dulce. Cada semáforo en rojo era una oportunidad para robarle un beso, cada caricia una promesa de lo que vendría. Sus manos ... ¡Dios, sus manos!... Apenas cruzamos la puerta, la ropa empezó a volar. Sus labios en mi cuello, mis manos recorriendo cada curva de su cuerpo... Hicimos el amor con urgencia, como si temiéramos que el tiempo se nos escapara entre los dedos.
Después, tendidos en la cama, con su cabeza sobre mi pecho, sentí una paz que no sabía que existía.
—Te amo —le dije, las palabras saliendo sin esfuerzo, como si siempre hubieran estado ahí, esperando el momento perfecto.
Ella levantó la mirada, sus ojos brillando con algo que iba más allá del deseo.
—Yo también te amo, Rafael —respondió, y sentí cómo el mundo se detenía por un instante.
Pero no es solo la pasión lo que alimenta este amor. Recuerdo el sábado pasado, en su casa. Lo que empezó como una tarde de películas de Marvel con los niños se convirtió en una noche que no olvidaré.
—Coach, ¿te puedes quedar a dormir? —preguntó Leo, sus ojos suplicantes—. Aún nos faltan tres películas para terminar la saga.
Miré a María, buscando su aprobación. Su sonrisa fue toda la respuesta que necesité.
—Claro, Tiburón —respondí, sintiendo cómo Nico y Leo chocaban sus manos en señal de victoria.
Esa noche, acurrucados en el sofá, con los niños dormidos entre nosotros y el resplandor de la televisión iluminando la sala, sentí que había encontrado mi lugar en el mundo. No era solo el amor por María lo que me llenaba el pecho, sino también el cariño por esos dos pequeños que, sin darme cuenta, se habían robado mi corazón.
ESTÁS LEYENDO
Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...