El sol de Playa del Carmen cae sobre nosotras como una manta caliente mientras Marce y yo nos acomodamos en las tumbonas del club de playa. La brisa marina me acaricia la cara, llevándose consigo parte del estrés acumulado de las últimas semanas. O tal vez sea el efecto de la primera mimosa que ya me estoy empinando.
—Ah, cabrón —suspiro, cerrando los ojos y dejando que el burbujeante coctel haga su magia—. Está fuertecita.
Marce me mira por encima de sus lentes de sol, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Ves? Te dije que era buena idea. Nada como un poco de vitamina C con burbujas para curar las penas del corazón.
—¿Las penas de qué? —le respondo, haciéndome la loca—. No sé de qué hablas.
—Ajá, seguro... ¡Paco! — Marce le habla al mesero que nos está atendiendo, alza la mano con mucha propiedad—. ¡Guapo, tráenos otra ronda, por favor!
Para cuando llega nuestro desayuno (unos huevos benedict que lucen de las mil maravillas), ya vamos por la tercera mimosa. El mundo empieza a tener ese brillo especial que solo el champagne puede darle.
—Oye, Marce —digo, masticando un bocado de pan tostado—. ¿Tú crees que estoy loca por... ya sabes... sentir algo por Rafael?
Marce casi se ahoga con su bebida.
—¿Que si creo que estás loca? ¡Obvio si! Pero no por eso —me guiña un ojo—. Estás loca porque eres mi amiga. Lo de Rafael es solo un extra.
No puedo evitar soltar una carcajada.
—Pinche Marce, siempre tan sincera.
—Es mi superpoder —responde, alzando su copa—. Eso y mi capacidad para beber sin embriagarme.
Cuatro mimosas después, esa afirmación empieza a tambalearse. Literalmente. Marce intenta levantarse para ir al baño y casi se va de boca.
—Ups —dice, agarrándose de mi silla—. Creo que el piso se está moviendo... Ese pishi Paco algo le pusoo a las mimosas.
—Yo digo que ya te empedaste — Y es evidente que yo también, poque cuando me entra esta risa es señal de que ya traigo un pedito considerable encima. De repente me acuerdo que no le he avisado a Dante que pase por los niños.
—¡Mierda! —exclamo, buscando mi teléfono en la bolsa—. ¡Los niños! Se supone que tenía que avisarle a Dante que tiene que ir por ellos.
Con dedos torpes y un ojo cerrado, para evitar que las letras me bailen, logro escribir un mensaje más o menos coherente a mi ex.
<<Pishis letriitaaas, no bailen tanto, cabronas>>
>>Hola Dante. ¿Pueds psar por los niños al coleego y qudarte con los niñños hsta mañna? Estoy un pco... indipuesta. Grasias! Tmbieennn psa x Andrecitoo, porfass"
—Listo —digo, segura de mi comunicación efectiva—. Problema resuelto.
Marce me mira con una ceja levantada.
—¿Segura que escribiste bien ese mensaje?
—Pfff, a huevo que si. Soy una pofesional de la escritura, ¿recuerdas?
La respuesta llega dos minutos después. En lo que Marce va a al baño, me encargo de manejar el tema de los niños con Dante por mensajes.
>>Claro, paso por ellos. Pero, si te entendí bien, ¿También quieres que pase por Andrés?
>>Me ntendist suupe bien. A rato paso x ellos a tu cosa
>>¿Todo esta bien, Maria? ¿Estas borracha o algo así?
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Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...