29 El dique se rompe

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Salgo de la oficina de Rafael como alma que lleva el diablo, con el corazón latiéndome a mil por hora y la cabeza hecha un puto lío. Mis tacones resuenan en el pasillo mientras me dirijo a la salida, deseando con todas mis fuerzas poder teletransportarme directamente a mi carro.

<<¡Pinche Rafael! ¿Quién se cree que es?

¡Pinche él y Pinche Yoooo! ... ¡le correspondí! Maldita sea... Soy una pendeja, una pendeja con P Mayúscula>>

Estoy tan absorta en mis pensamientos que casi me llevo por delante a Marce, que parece estar esperándome en la entrada del colegio.

—¡Wow, María! ¿A dónde vas con tanta prisa? ¿Se está quemando tu casa o qué pedo? —me dice, con esa sonrisa socarrona tan suya.

—Ven, vamos al coche. Ahí te cuento — La agarro del brazo y nos vamos enganchadas. Necesito apoyarme en alguien porque las piernas me siguen temblando.

—¿Qué pedo? ¿Qué pasó?... Me estas asustando – Sus ojos no tienen el brillo malicioso de siempre, ahora si reflejan preocupación.

Me le quedo mirando fijamente y ya no puedo más. La presa de emociones contenidas se rompió en ese instante. Por más que quiero contener las lagrimas no puedo. Salen por si solas y son incapaz de parar. Es más, no quiero. Lo necesito para desahogar parte de lo que ha pasado durante las últimas semanas.

Marce me mira con ojos abiertos como platos. En todo el tiempo que llevamos de amistad, pocas veces me ha visto así de vulnerable. Sin decir una palabra, me abraza fuerte, ahí mismo, dentro del coche, en medio del estacionamiento.

—Ay, amiga... —susurra, acariciándome el pelo—. Ya, ya... Aquí estoy. Suéltalo todo.

Y vaya que lo suelto. Entre sollozos entrecortados, le cuento todo. Lo de Suemy saliendo de la oficina de Rafael, el beso, la confusión, el miedo. Las palabras salen atropelladas, mezcladas con maldiciones y más lágrimas.

—Ya Nena ... shhh... aquí estoy — Me acuna como si fuera una niña pequeña y se lo agradezco con el alma. A veces, es lo que necesitamos, que alguien nos contenga porque no siempre podemos estar en control y los acontecimientos de la vida diaria nos sobre pasan, tal como yo, en este momento. Después de un momento, me repongo un poco.

—Es que no entiendo, Marce —digo, limpiándome la nariz con el dorso de la mano como una niña chiquita—. ¿Por qué me afecta tanto? Ni que es mi pinche novio o algo así.

Marce me mira con una mezcla de compasión y diversión.

—Ay, María... Lo que pasa es que estás hasta las trancas por ese cabrón.

—¡No es cierto!... No quiero —protesto débilmente, pero en el fondo sé que tiene razón. Y aberrear se ha dicho.

—Mira —dice Marce, tomándome de los hombros—, no sé qué pedo con Rafael y la zorra esa de Suemy. Pero lo que sí sé es que tú, mi querida amiga, estás hecha un lío. Y ¿sabes qué? Está bien. Es normal. Eres humana, cabrona, no un robot sin sentimientos.

Sus palabras me hacen soltar una risita entre lágrimas.

—Estoy hasta la madre, amiga. Quiero mi tranquilidad que hasta hace unas semanas tenía.

Marce suelta una risita baja y comprensiva, de esas que sueltan las mamás cuando protestamos de algo.

—"La tranquilidad de hace unas semanas" ... — Hace una pausa sin dejar de verme — Querrás decir del aburrimiento de hace unas semanas... Flaca, hace unas semanas te veías apagada, aburrida, como si solamente estuvieras sobreviviendo... Y vete ahora, Reina. Con todo y la nariz embarrada de mocos, te vez con vida, Nena.

Me gana la risa tonta y en automático llevo la mano a la nariz.

—Mira... sea lo que sea que tengas con ese puto cavernícola se tiene que definir ya... Y espero que no me arrepienta de lo que voy a decir a continuación, pero, creo que él ha sido honesto y en serio, no quiere nada con Suemy. Es ella quien esta emperrada en abrirle las piernas.

La veo con cara de sorpresa y recelosa. Nunca pensé que Marce se pusiera de su lado.

—¿Por qué dices eso? – Sigo limpiándome la nariz.

—Hable con Juan Carlos y le apreté los cojones para que me dijera la verdad... Y me platicó lo que pasó con la arrastrada esa en la Villa y que después se fueron a tomar unas cervezas juntos.

—¿Y tú le crees? ... Por favor, Marce... son amigos.

—Lo sé, amiga. Pero mi instinto me dice que es verdad. Además de que veo como te mira, y estos arranques de meterte a su oficina y lo que hizo en la villa en el cuarto de cámaras, además de ponerse como un puto león enjaulado cuando te ve cerca de Pablo, sin poderlo disimular ni un pelo. Hasta Priscila se dio cuenta de todo. No Flaca, eso no le sale ni actuado a una persona que no está genuinamente interesado en alguien.

Lo que me dice me deja pensando. Por un lado yo también creo lo mismo, pero por el otro, pienso que estoy creyendo sólo lo que mi corazón quiere creer y sentir.

—Gracias, amiga. — La veo con ojos de gato de Shrek. No se que haría sin ella.

—Para eso estoy, Flaca. Para recordarte que eres una chingona, aunque a veces se te olvide.

Nos quedamos en silencio un momento, abrazadas, hasta que Marce se separa y me mira con una sonrisa traviesa.

—Oye, y neta ... ¿si besa rico el cabrón o qué?

La pregunta me agarra tan de sorpresa que suelto una carcajada.

—¡Y a vas a empezar, depravada!

—¡Ándale! Cuéntame. Si estas tan clavada con ese wey, es por algo... ándale, cuéntame.

No puedo evitar reírme más fuerte.

—Pues... —digo, sintiendo que me sonrojo—. La verdad es que sí. Besa como los dioses, el hijo de puta.

Marce suelta una carcajada. Sabía que había entrado en su juego.

—No mames ... si así te trae sólo con meterte la lengua ... imagínate cuando te meta otra cosa...

Nos miramos y estallamos en carcajadas. Es increíble cómo Marce siempre logra hacerme reír, incluso en los momentos más oscuros. Las pocas personas que siguen en el estacionamiento nos miran como un par de locas encerradas.

—Gracias, amiga —digo, sintiéndome un poco más ligera—. No sé qué haría sin ti.

—Probablemente andar llorando por los rincones como Magdalena sin consuelo —responde con un guiño—. Ahora, ¿qué te parece si nos vamos por unas mimosas? Creo que los necesitas más que nunca.

—Son las 10 de la mañana, Marce, no jodas

—Por eso dije mimosas y no mezcales. Ándale... En algún lugar del mundo ya es hora feliz. Además, después de todo este pedo nos lo merecemos.

Sacudo la cabeza, riendo.

—Estás loca.

—Por eso me quieres. Ándale, vamos. Además, hay que aprovechar que Dante sigue aquí y puede pasar por los niños, incluyendo a Andrés – Me guiña un ojo. No es la primera vez que pasa por él también.

—Está bien. Vamos. Pero sólo un ratito, que tengo que regresar al trabajo.

—Si, si, si. Lo que tu digas. Vamos. Yo manejo

Y así, entre risas y lágrimas, nos salimos del estacionamiento del colegio en su auto, el que manejo yo, lo dejamos en el estacionamiento. A final de cuentas, vamos a regresar por los niños a la hora de salida. 

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