72 Ecos del silencio

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Rafael

El humo del cigarro se eleva perezosamente en el aire quieto del jardín, formando figuras caprichosas que se desvanecen tan rápido como aparecen. Igual que mis pensamientos, que van y vienen sin control, atormentándome sin cesar.

Han pasado... ¿cuántos días? Ni puta idea. El tiempo se ha vuelto un concepto difuso desde aquella tarde. Desde que la vi parada en mi sala, como un fantasma que venía a recordarme todo lo que perdí.

<<Creí que era una pinche alucinación>>

Doy otra calada profunda, dejando que el humo llene mis pulmones. Quizás así pueda ahogar el nudo que tengo en la garganta desde entonces.

La recuerdo ahí, de pie, con esa postura que gritaba "mírame, estoy aquí". Y yo, como el animal herido que era (que soy), listo para atacar al menor movimiento. ¿Cómo llegamos a esto? ¿En qué momento el amor se convirtió en este veneno que me corroe por dentro?

<<Se veía tan... rota>>

La imagen de María, con ojeras profundas y esa mirada de dolor, se superpone a la del video. ¿Cómo pueden ser la misma persona? ¿Cómo pudo fingir tan bien? O... ¿y si no estaba fingiendo?

<<No mames, Rafael. Ya viste el pinche video>>

Pero luego... esa fiera en la que se convirtió. Esa mujer que me plantó cara, que no se dejó intimidar. Esa María que me recordó por qué me enamoré de ella en primer lugar.

<<Jamás me arrodillaría ante una puta como tú>>

Mis propias palabras me golpean como un puñetazo en el estómago. El cigarro se me cae de los dedos temblorosos. Cierro los ojos, pero es inútil. La cara de María en ese momento está grabada a fuego en mi memoria. Ese instante en que vi cómo algo se rompía dentro de ella. Algo que yo rompí.

Y luego, su respuesta. Esa voz controlada pero cargada de dolor que no puedo sacar de mi cabeza:

<<Te equivocas, Rafael. No soy una puta. Soy una mujer que te amó con cada fibra de su ser. Una mujer que creyó en ti, que confió en ti, que te entregó no solo su corazón, sino también a sus hijos.>>

Sus hijos. Nico y Leo. Una sonrisa involuntaria se dibuja en mis labios al recordar a esos pequeños demonios. La risa contagiosa de Nico, las ocurrencias de Leo... Cómo corrían a abrazarme cada vez que me veían, como si fuera el puto superhéroe de sus historietas.

El recuerdo me golpea con la fuerza de otro puñetazo en el estómago, dejándome sin aliento. ¿Qué les habrá dicho María? ¿Cómo les habrá explicado que "el Coach" ya no estará en sus vidas?

<<Pero el video...>>

El video. Esa maldita grabación que desató todo este infierno. Lo he visto tantas veces que podría describirlo fotograma por fotograma. Y cada vez duele como la primera.

<<¿Qué chingados voy a hacer?>>

Me paso las manos por el pelo, frustrado. Una parte de mí quiere correr tras ella, suplicarle perdón, rogarle que me deje arreglar las cosas. Otra parte, esa que aún arde de rabia y dolor, me grita que no sea pendejo, que no caiga de nuevo en su juego.

Y en medio de todo, está Paulina. Mi niña. La forma en que María la quería, como si fuera suya...

<<¿Cómo pudo hacernos esto? ¿Cómo pude yo hacernos esto?>>

Estoy perdido. Atrapado entre el amor y el odio, entre la confianza y la traición. Y lo peor es que no sé cómo salir de aquí. No sé si quiero salir.

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