51 Dulce rutina

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María

¿Quién diría que mi vida daría un giro de 180 grados en cuestión de semanas? Si alguien me hubiera dicho hace un mes que estaría felizmente enredada con Rafael Córdoba, probablemente me habría reído en su cara. Y sin embargo, aquí estamos.

Las últimas semanas han sido como vivir en una burbuja de felicidad. Una burbuja llena de risas, besos robados y momentos que me hacen sentir viva de nuevo.

Cuando estamos en su casa, con los niños Rafael se transforma en un niño grande. El otro día, mientras preparaba la cena, lo sorprendí tratando de hacer malabares con las manzanas que acababa de lavar.

—¿Qué? —dijo, fingiendo inocencia cuando una manzana cayó y rodó bajo la mesa—. Estoy contribuyendo a la cena.

—¿Eres la variedad o que chingados? —respondí, tratando de no reírme. A lo que me gané una sonora nalgada, que, afortunadamente mis hijos no escucharon, ya que estaban muy entretenidos jugando futbol en el jardín enorme de la casa.

En mi departamento, las cosas son diferentes pero igual de divertidas. Rafael ha descubierto que es adicto a los videojuegos de carreras.

—Los voy a destruir en Mario Kart —me dijo una noche, con esa sonrisa arrogante que antes me irritaba y ahora me derrite. —¡Nadie me gana! ¡Soy el rey de esos pinches carritos!

Dos horas después, mientras Leo, Nico y Andrés se revuelcan de la risa en el piso, viendo la cara de frustración de su Coach, porque nada más no gana una... terminan por tener piedad de él y cambian de juego.

Los niños también están encantados con esta nueva dinámica. Las salidas al cine se han vuelto una aventura semanal. La última vez, fuimos a ver una película de superhéroes y Rafael insistió en comprar media dulcería: Palomitas, nachos, refrescos, chocolates y helado.

—Es parte de la experiencia —dijo solemnemente, como si estuviera impartiendo una lección de vida.

Media hora después, cuando Leo derramó su refresco sobre los pantalones de deporte de Rafael, pensé que se enojaría. En lugar de eso, sólo atinó a decir:

—¡Puta madre! ... ¡Son un chingo de hielos! — Y se le escapó un suspiro, tal vez fue en el momento que se le congelaron los huevos.

Al principio, Leo se asusto:

—¡Perdón, Rafa! ... ¡Perdón, Coach! ... No fue mi intensión...

Diez minutos después, ya que había pasado la tensión del momento, Leo estaba tan aliviado que no paró de reír durante toda la película. Y la verdad es que yo estaba privada de la risa desde ese suspiro revelador que nunca le había escuchado.

Las comidas en casa también se han vuelto algo especial. La primera vez que lo invitamos a comer cociné algo que a los niños les gusta mucho: Pechugas empanizadas con espagueti blanco. Cuando probó el primer bocado, sus ojos se abrieron como platos.

—¡Carajo, María! ¿Dónde aprendiste a cocinar así?

Nico, orgulloso como un pavo real, respondió por mí:

—Te lo dije, Coach. Mi mamá cocina mejor que los restaurantes.

La cara de Rafael era una mezcla de asombro y deleite que me hizo sentir como si hubiera ganado un concurso de cocina. De ahí, por lo menos dos veces a la semana come con nosotros.

Por supuesto, no todo es perfecto. Tenemos nuestros momentos de tensión, como cualquier pareja. Pero incluso esos momentos tienen su encanto. Como aquella vez que llegué de sorpresa a su oficina en el colegio, con la firme intensión de arreglar una pequeña discusión que habíamos tenido una noche anterior.

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