36 Supervivientes

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—Buenos días cabroncita

Llego por la espalda de Marce, imitando la voz de Juan Carlos a darle los buenos días muy cerquita del oído.

Marce se sorprende al no reconocer la voz al instante y ríe cuando descubre que soy yo, llegando con mis hijos al colegio a las benditas 6:50. Andrés ya ingresó, pero se espera a mitad del pasillo de acceso para esperar a Leo y Nico. Me agita su manita para saludarme y yo le mando un beso.

Mis niños se despiden de nosotras con besitos en la mejilla. Me dan tanta ternura los tres, así, todos bronceaditos.

—¿Ya eres persona otra vez? —Me pregunta con ese aire cómplice, mientras vemos como se alejan nuestros pequeños.

—No mames... No vuelvo a hacerte caso. Casi llego al hospital.

Nos gana la risa. Pero se nos congela la sonrisa cuando vemos cuando ingresa la camioneta de Suemy al estacionamiento. No hace falta decirlo, ambas aceleramos el paso a nuestros respetivos autos, bueno, el que traigo también es de Marce, pero le digo mío por costumbre. De hecho, ese es un tema que tengo que revisar hoy mismo. Necesito saber cuando me entregan mi coche.

—¿Cafecito? —Propone Marce.

—Vamos. Manejo de tras de ti. — Me apresuro a decirle, antes de que nos gane la estúpida de Suemy y se acerque a incordiar.

A los pocos minutos estamos en la cafetería que está cerca del colegio y pedimos café y unos sándwiches de atún para desayunar.

Hay algo que no me cuadra en nuestra dinámica. Me doy cuenta que Marce no me ha preguntado nada acerca de los acontecimientos recientes y es muy raro. Es para que ya la tuviera encima de mi sacándome las palabras como dentista queriendo extraer una muela.

—Suelta lo ya —La animo a que comience a soltar verdades. Reprimo una sonrisa porque su actitud es sospechosa.

—Soltar ¿Qué? – Se hace pero re bien pendeja. Algo gordo esta pasando y no lo quiere decir. Ya sé por dónde va.

—Quiero detalles ... detalles, hija... y los quiero ya —digo, encarándola en tanto movemos la cucharita de nuestros respectivos cafés.

Suspira, sabiendo que es inútil resistirse.

—Está bien, ahí te va.

—Desde que nos arrastraron en el club de playa, ¿eh?

—Siii, carajo. Déjame empezar. —Suspira, se da valor y comienza.

Mientras comienza a hablar, me percato de algo extraño. Pongo atención al todo de voz, a la forma en como esta sentada, a todo lo que las mujeres analizamos en un parpadeo cuando de encontrar la verdad se trata.

La actitud de Marce es rara, hasta insegura podría decir. Ella siempre es extrovertida, sin filtros, todo le vale madre a esta mujer, pero en esta ocasión es diferente. Es contenida y busca con mucho cuidado ¿qué? ¿sus palabras? No... es otra cosa.

De repente, la cara de Marce se ilumina como un árbol de Navidad, pero su postura es insegura. Algo está pasando aquí.

—Oh, María, fue tan lindo. Me cargó hasta mi casa como si fuera una princesa. Bueno, una princesa borracha, pero eso no me quita la corona.

No puedo evitar soltar una carcajada.

—Muy romántico el pedo.

—¡Lo fue! —insiste Marce—. Me llevó a casa, me ayudó a sentirme persona nuevamente, metiéndome a bañar para quitarme toda la arena y, muy probablemente, que se me bajara el pedo que traía encima...

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