27 Una rutina no tan rutinaria

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El lunes llegó con la sutileza de un elefante en una cristalería. Mi alarma sonó a las 6:00 am, como siempre, pero por primera vez en lo que parecía una eternidad, no la acompañó el coro habitual de

"¡Mamá, cinco minutos más!"

"¡Leo me está molestando!"

"Tengo sueñooooooo" – Sigue llanto de berrinche

El silencio era tan ensordecedor que por un momento pensé que me había quedado sorda.

Ah, claro. Los niños estaban con Dante. Una mezcla de alivio y nostalgia me invadió mientras me estiraba en la cama. Por un lado, poder despertarme sin tener que librar la batalla diaria contra dos pequeños gremlins mañaneros era un lujo. Por otro, la casa se sentía extrañamente vacía sin sus risas y peleas.

Me levanté y me dirigí a la cocina. Preparé mi café con la calma de quien tiene todo el tiempo del mundo, algo que no experimentaba desde... bueno, desde antes de que los espermatozoides de Dante decidieran ganar la carrera hace ya casi 7 años.

Mientras sorbía mi café, mi mente divagó hacia los eventos recientes. Rafael, Pablo, Suemy... Sacudí la cabeza. No, María. Hoy no. Hoy es un día para ti.

Me vestí con esmero, eligiendo un conjunto que gritaba

"soy una jefa competente, pero también... Que pinche calor hace ".

Un poco de maquillaje aquí, un toque de perfume allá, y estaba lista para enfrentar al mundo... o al menos el alterón de pendientes, que de seguro ya están apilados en mi escritorio.

El trayecto al trabajo fue sorprendentemente placentero sin tener que hacer malabarismos con mochilas escolares, loncheras y niños medio dormidos. Incluso pude escuchar mi playlist de los 70's sin que nadie se quejara. ¡Trágate esa, Peppa Pig!

Al llegar a la lavandería, fui recibida por el zumbido familiar de las lavadoras y el aroma a detergente. Hogar, dulce hogar... si tu hogar oliera a ropa limpia y desinfectante, claro.

—¡Buenos días señor Sol! —saludé, entrando con una sonrisa. Todo mi equipo me conocía perfecto y sabía que esa era mi forma de saludar cuando estaba muy de buenas, como ese día.

—¡Buenos días, jefa! —respondieron al unísono mis empleados, con una sincronización que hubiera hecho sentir orgulloso a cualquier coro angelical.

Me dirigí a mi oficina, donde Laura ya me esperaba, impecablemente vestida, con sus jeans azules y su playera blanca tipo polo, y con una taza de café en la mano. Su expresión era la misma de siempre: serena, controlada, como si tuviera todos los secretos del universo y no estuviera dispuesta a compartirlos fácilmente.

—Buenos días, Jefa —dijo con una sonrisa sutil—. Vaya... ese viajecito a Mérida te sentó bastante bien.

Había algo en su tono que me hizo sospechar que sabía más de lo que dejaba ver. Laura siempre parecía estar un paso adelante.

—Oh, no tienes idea —respondí, dejándome caer en mi silla—. ¿Cómo estuvo todo por aquí?

—Todo bajo control, como siempre —respondió con una calma que envidiaría un monje budista—. El negocio sigue en pie, nadie incendió nada, y solo perdimos a un cliente porque insistía en que laváramos a su gato. Lo usual. – Le quita importancia con un manotazo.

Solté una carcajada. El humor ácido de Laura era una de las razones por las que éramos tan buenas amigas. Nada se tomaba personal

—Excelente. Sabía que podía contar contigo —dije, genuinamente agradecida—. Por cierto, creo que te mereces un aumento después de esto.

Laura arqueó una ceja.

—¿Un aumento? Vaya, el viaje debe haberte afectado más de lo que pensé. ¿Quieres que llame a un médico? ¿Te pongo trapitos fríos en la frente?

—Muy graciosa —respondí, rodando los ojos—. Hablo en serio. Te lo has ganado. Me desconecté por completo estos días y mantuviste todo bajo control. Eres una chingona

—Bueno, en ese caso, no seré yo quien discuta con la jefa. Eres sabia. Lo dejo a tu criterio. —dijo con una sonrisa de satisfacción—. Ah, por cierto, hay unas facturas pendientes que necesitan tu revisión. Y... —hizo una pausa dramática— te vino a buscar un bizcochito ... un tal Armando.

Casi me ahogo con el café que estaba a punto de beber.

—¿Ar-Armando? —tartamudeé, sintiendo que el calor subía a mis mejillas—. ¿Qué Armando? ¿Qué dijo?

Laura me miró con una mezcla de curiosidad y diversión.

—Al parecer es el nuevo cliente que lleva los condominios que nos encargaste con el alma... Y de decir, no dijo mucho, la verdad. Solo preguntó por ti. Y preguntó que cundo llegabas.

—Ah ... Ok. En un rato le mando mensaje.

Laura me mira con esa forma de "Algo no me estás diciendo"

—Bueno. Ya te pasé todos los pendientes... Por cierto, tu repartidor anónimo de café no llegó en estos días que estuviste fuera.

—No mames...

Se limita a asentir con la cabeza. Ella es de pocas palabras y cuando no tiene nada que decir, simplemente se queda cayada.

Justo en ese momento, mi teléfono vibró. Era un mensaje del colegio. Lo abrí, agradecida por la distracción.

"Estimada Sra. María Ortega,

Se le convoca a una reunión mañana a las 8 am en la oficina del director para un reconocimiento por el desempeño en el reciente torneo. Su presencia es muy apreciada.

Atentamente,

Dirección del Colegio"

—Vaya, parece que mis hijos no han quemado el colegio. Aún —murmuré.

—¿Problemas en el paraíso educativo? —preguntó Laura.

—Solo una reunión mañana. Aparentemente para un "reconocimiento" —respondí, haciendo comillas con los dedos. Una vez leído el mensaje, dejo mi celular a un lado, centrándome en los asuntos pendientes con Laura.

Mientras nos sumergíamos en el trabajo, no pude evitar pensar en la reunión de mañana. ¿Estaría Rafael allí? ¿Y Suemy? Oh, Dios. No quería enfrentarme a una situación tan incomoda como esa.

Un día a la vez, María. Un día a la vez.

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