El motor de la camioneta ronroneaba suavemente mientras avanzábamos por la carretera. Mis hijos, agotados por la emoción de los últimos días, dormitaban apoyados uno contra el otro. Yo miraba por la ventana, una sonrisa persistente en mis labios que ni siquiera la presencia de Suemy, sentada unas filas más adelante, podía borrar.
No podía dejar de pensar en lo que había pasado anoche. La escena se repetía en mi mente una y otra vez, como una película que no me cansaba de ver.
Después de ver cómo Rafael rechazaba a Suemy en el garage, me había quedado sentada afuera de mi cabaña, disfrutando de mi cigarro y de la dulce sensación de victoria. Suemy salió del garage como alma que lleva el diablo, su rostro una mezcla de humillación y rabia. Cuando me vio, se detuvo en seco, como un ciervo encandilado por los faros de un auto.
—Vaya, vaya —dije, sin poder contener mi sonrisa—. ¿Una noche difícil, Suemy?
Sus ojos se entrecerraron, destilando veneno.
—Tú... ¿lo viste todo?
—Oh, sí —respondí, dándole una calada a mi cigarro—. Todo un espectáculo, debo decir. Aunque el final fue un poco... decepcionante para ti, ¿no?
Suemy dio un paso hacia mí, temblando de rabia.
—Esto no se va a quedar así, María. Ni tú ni ese... ese imbécil saben con quién se están metiendo.
Una risa leve hace que termine de sacar el humo de mis pulmones.
—Suemy, Suemy ... "querida"... comprendo que "mostrar el camino" no siempre sea garantía para que los hombres hagan lo que quieres y eso te arda. Pero, no hay necesidad de las amenazas.
En un movimiento brusco hacia mí, su pobrecito traje de baño, amenazó con dar de sí y las tetas casi terminan por salirse, a lo que no faltaba mucho, la verdad. Me levanté, enfrentándola. Toda la frustración y el enojo que había acumulado durante el viaje burbujearon en mi interior.
—Ni se te ocurra tocarme, perra. Por qué la que no sabe con quien se está metiendo eres tu.
—¡Eres una pendeja!... Una...
—¿Crees que me dan miedo tus amenazas, arrastrada? Déjame decirte algo: puedes intentar lo que quieras, pero al final del día, la que quedó con las chichis al aire y la dignidad pisoteada, fuiste tu. No yo. A ti, con todo y tus... ---hice un gesto vago hacia su cuerpo--- encantos, te acaban de mandar al carajo.
Se quedo trabada de coraje, con los ojos brillosos por las lágrimas acumuladas, tal vez de coraje o tal vez porque el dolor del ego era insoportable para ella.
Por mi parte, ya me había dado el gusto y también había dicho todo lo que estaba guardando en mi pecho. Me di la vuelta para entrar en mi cabaña, pero antes de cerrar la puerta, la miré una última vez.
—Ah, y Suemy... la desesperación no te queda bien. Buenas noches. – Le guiñe un ojo y mi sonrisa se amplio.
Volví al presente, mi sonrisa aún más amplia al recordar la cara de Suemy. Sabía que esto no había terminado, que probablemente ella intentaría algo más. Pero por primera vez desde que comenzó este viaje, me sentía en control.
Miré hacia el frente de la camioneta, donde Rafael iba sentado junto al conductor. Nuestras miradas se cruzaron en el espejo retrovisor y sentí un cosquilleo en el estómago. Le guiñé un ojo, discretamente, disfrutando de la confusión que vi en su rostro.
Sí, este viaje de regreso a Playa del Carmen prometía ser interesante. Suemy podría estar planeando su venganza, y sabía que tendríamos que ser cuidadosos. Pero por ahora, me permití disfrutar de esta pequeña victoria.
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Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...