63 Mi fantasía

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Rafael

El sol de la mañana nos encuentra enredados en la cama. Por fin, María duerme profundamente. No hay rastro de que vaya a despertar pronto; ni siquiera se inmuta cuando me levanto al baño. Aprovecho para observarla un momento, maravillándome de verla tan en paz. Es raro verla así de quieta. Normalmente está en constante movimiento: cuidando a los niños, trabajando, haciendo ejercicio, pegada al celular, o simplemente molestándome. Esta mujer nunca para.

Aprovecho para meterme a bañar, pensando que estará despierta cuando salga, pero me equivoco. Sigue en la misma posición en que la dejé. Decido bajar a la cocina por un café y dejarla dormir. Han sido días agotadores. Lo necesita.

En la cocina, como siempre, encuentro a mi madre. Está de espaldas a la puerta y no me oye entrar. Me acerco sigilosamente y, abrazándola por detrás, le planto un sonoro beso en la mejilla. Ella salta del susto y me responde con un trapazo en la cara.

—¡Ay Rafael! Me asustaste —Su risa es uno de mis sonidos favoritos.

—Hola, señora. Buenos días.

Me recargo en la encimera, sabiendo que aunque no se lo pida, me preparará una taza de café. La verdad, me encanta que me consienta así.

—¿Quieres café? —me pregunta, conociendo de antemano la respuesta.

—Sí, pero solo si te tomas uno conmigo.

Me regala una sonrisa cómplice mientras toma su taza y nos sentamos a la mesa. Me quedo en silencio, dejando que ella elija el tema de conversación. No me importa de qué hablemos, solo quiero disfrutar este momento con ella.

—Se puso buena la lunada anoche, ¿verdad? —comenta, dando un sorbito a su café y escondiendo una sonrisa pícara.

—Sí, estuvo increíble —respondo, bebiendo de mi taza—. No recuerdo la última vez que cantamos tanto.

Me quedo pensativo, intentando recordar cuándo fue la última vez que canté así con mis hermanos.

—Yo sí me acuerdo —afirma con sorprendente seguridad—. Fue en un cumpleaños de tu papá, cuando estabas en tu último año de universidad. —Da otro sorbo a su café y noto cómo su mirada se pierde en sus recuerdos. Espero pacientemente a que continúe—. Estaban Juan Carlos, tú, Manuel y Román, aunque él andaba más con sus amigos de prepa.

De repente, una sonrisa traviesa se dibuja en su rostro, como si recordara algo divertido.

—Ese día, Manuel le pidió a Mercedes que fuera su novia... y también, la hermana de Mercedes, Yolanda, que cantaba precioso, te coqueteaba a lo descarado —suelta una risita, y en ese momento el recuerdo me golpea, haciéndome reír también—. —... me acuerdo la enchilada que se puso Mirna... y más porque tú no le parabas el carro a Yolandita.

Mi mente viaja a ese momento, lleno de recuerdos felices, pero también con sus sombras, como las escenas de celos que Mirna montaba a cada rato. Al principio le seguía el juego e intentaba contentarla, pero con el tiempo me fue dando igual. Como ese día, por ejemplo.

—Siempre me quedé con una duda, hijo —hace una pausa, como eligiendo sus palabras—. Si quieres contestarme, bien, y si no, lo respeto.

—Pregunta lo que quieras —le respondo, sintiéndome completamente en confianza.

—¿Por qué duraste tanto con Mirna? Si todos veíamos lo insoportablemente celosa que era.

Me tomo mi tiempo para ordenar mis ideas. Es algo que yo también me he preguntado. Por sexo definitivamente no era, porque no era tan bueno. Ese lo tenía con las amigas con las que me iba de fiesta cada fin de semana. ¿Porque me gustaba? Sí, no lo voy a negar. Ha sido una de las mujeres más atractivas con las que he estado, pero tampoco era la razón principal. ¿Por tener tanto en común? ¡Ni madres! Nuestras pláticas eran monótonas, me aburría que solo me hablara de telenovelas o chismes familiares, y sobre todo, que a todo me dijera que sí. Nunca tomaba decisiones por sí sola, todo era "lo que tú digas" o "como tú quieras". ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

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