21 La despedida

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El camino de regreso a la villa fue un completo caos, con los chicos gritando de emoción por la carrera y Nico narrando cada brazada de su hermano como si fuera la narración de un partido de fútbol. Mientras tanto, Rafael y yo compartíamos un silencio incómodo, como si el beso de hace unos momentos hubiera dejado una carga invisible entre nosotros.

Marce, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de lanzar una de sus bromas en cuanto me vio bajar de la camioneta.

—¿Y tú, Perris, por qué traes esa cara de "me comí un pastel y no invité"? —me preguntó en cuanto me acerqué.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Sabía que ella podía notar algo. Siempre lo hacía.

—¡No sé de qué hablas! —dije, con un tono que intentaba sonar despreocupado, pero no me salió del todo bien.

—Ajá, claro. —Marce me lanzó una mirada de "ya me contarás", pero se mantuvo cerca mientras entrábamos a la villa.

Adentro, los chicos corrieron hacia el jardín gritando y con toda la pila, como si la mañana no hubiese sido lo bastante cansada. Rafael se quedó hablando con Juan Carlos en el garage, pero yo sabía que en algún momento íbamos a tener que hablar de lo que había pasado.

Al momento de cruzar el jardín, Marce me da un codazo, que la muy bruta no midió y me sacó un poco el aire. Estuve casi por cantarle el precio en ese momento por animal, pero me trague mis palabras enseguida, ya que entendí perfecto del porque de su reacción automática y fuerza desproporcionada.

Resulta que la señora Suemy se encontraba en el jacuzzi de la alberca con un mini bikini. Tres pinches minúsculos triangulitos, y enfatizo: TRES putos triangulitos era lo que componía su jodido bikini color blanco. Dejando al aire y a la vista de todos sus encantos.

Si, lo acepto, Me ardí ... ¡ME ARDI! ¡MUCHO! Maldita sea. En encantos físicos nunca podría competir con esa mujer. Una chichi de ella hacen las dos mías y le sobra. Que miseria la mía. Y las nalgas que carga... ¡Por Dios! Debería de apoyarse con una carreta incluida. Maldito traje de baño se pierde entre tanta carne. ¡Touche maldita! No vi venir ese golpe bajo a mi autoestima. Ni siquiera me atrevo a buscar la mirada de Rafael, no quiero ver como se le van los ojos con semejante ejemplar puesto como en buffet para él. Porque, seamos honestos, ese numerito fue calculado para recibir al entrenador. La méndiga vieja fue paciente y termino tirando toda la carne al asador el último día, como si fuera una ofrenda de despedida.

Como pude, me agache a levantar mi autoestima que se encontraba en el piso, levanté el mentón y me dirigí a mi cabaña. No la voltee a ver, sólo seguí mi camino. Marce siguió conmigo y Priscila fue a saludar a su amiga, sin embargo, creo que no fue mi imaginación, pero cuando Priscila vio a su amiga en plena pose de recibimiento, algo le incomodó, sin embargo, no evitó el ir a saludarla y mientras ellas seguían en el jacuzzi, Marce y yo entramos a destilar veneno como siempre. No era propio de nosotras no compartir nuestras impresiones al respecto.

—Así o más putona – Marce, como siempre, entrando fuerte en materia.

—Ni me digas, que esa sorpresita no la vi venir

—¡Calmate amiga! Que más le queda hacer. Ya probo de todo para llamar la atención del Coach y nada le ha funcionado ...

—¡¿Y tú crees que esto no le va a funcionar?! Aun y que me arda, no negaré que la maldita se veía espectacular, ¡parecía estrella porno, no mames! – Seguía ardiéndome hasta la cola – Dudo mucho que cualquiera de los hombres pase de esa vista.

—Mi moreno, te aseguro que si.

—¡No mames, Marcela! ¡Claro que no!

La maldita de mi amiga sabía que ya estaba a mi límite. Le hacía gracia porque nunca me había visto en plan celosa y ahora si que lo estaba. La muy cabrona lejos de ayudarme, NO, se caga de la risa a mis costillas y eso no ayuda.

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