42 Ecos de una fiesta

13 6 0
                                    


Rafael

Veo las luces traseras del coche de María desaparecer en la oscuridad y siento una mezcla de emociones: Alegría, ternura, un toque de melancolía y, sobre todo, una sensación de plenitud que hace mucho no experimentaba.

Me giro hacia la casa, donde los últimos invitados se están despidiendo.

—Nos vemos mañana, compadre —Manuel se despide, es el último invitado. Nos abrazamos como siempre lo hacemos al saludarnos o despedirnos.

—Claro que si, compa.

—Compadre... —Se acerca Mercedes a despedirse de beso y abrazo —gracias por invitarnos. Estuvo a toda madre todo.

—A la orden comadre. Cuando quieran organizamos una carnita o unos aguachiles. No hay necesidad de esperarnos a un cumpleaños.

Terminan de despedirse, suben a su camioneta con todo y las gemelas que me dan muchos besos antes de irse.

Llegando al jardín, miro a Paulina que está profundamente dormida en uno de los sillones del jardín, con su carita serena y sus rizos aún húmedos esparcidos como un halo alrededor de su cabeza. Me acerco y la tomo en mis brazos con cuidado, maravillándome, como siempre, de lo ligera que es.

Mientras subo las escaleras hacia su habitación, Paulina se acurruca contra mi pecho, murmurando algo ininteligible en sueños. No puedo evitar sonreír. Verla así, tan tranquila y confiada, me recuerda por qué hago todo lo que hago.

La deposito suavemente en su cama, quitándole los zapatos y arropándola con cuidado. Me quedo un momento observándola, pensando en lo mucho que se parece a su madre y, al mismo tiempo, en lo diferente que es. Paulina tiene una chispa, una alegría contagiosa que ilumina todo a su alrededor.

—Te quiero, princesa —susurro, besando su frente antes de salir de la habitación.

Bajo de nuevo al jardín, donde todos los invitados ya se han ido, solo queda mi papá que está sentado en una silla con una cerveza en la mano y esa sonrisa que siempre parece saber más de lo que dice.

—¿Te tomas una con tu viejo? —me pregunta, señalando la hielera a su lado con un gesto que es más una invitación que una pregunta.

—Obvio que sí, viejo —respondo, sacando una cerveza helada y sentándome frente a él. El frío de la botella contrasta con la calidez de la noche.

Por un momento, nos quedamos en silencio, disfrutando de la tranquilidad nocturna que ha reemplazado el bullicio de la fiesta. Finalmente, mi papá rompe el silencio con su voz ronca y familiar.

—Vaya fiestón que se armó, ¿eh? Hacía mucho que no escuchaba tanta gritería de niños.

Sonrío, recordando las travesuras de los chamacos en la alberca, el caos descontrolado que inundó el jardín durante horas.

—Sí, se la pasaron a toda madre. Paulina estaba feliz.

—Y no solo Paulina —dice mi papá, clavando en mí esa mirada que siempre parece ver más allá de lo evidente—. Hacía mucho que no te veía sonreír así, mijo.

Siento un nudo en la garganta. Mi papá siempre ha tenido esa habilidad de ir directo al grano sin perder la sutileza, como un bisturí envuelto en algodón.

—Ha sido un buen día —respondo, tratando de mantener un tono casual, aunque sé que es inútil ocultarle algo a este viejo zorro.

—Mjm... —murmura, dándole un trago a su cerveza—. Así que Maria es tu amiga...

Ahí está. La pregunta que estaba esperando pero que, de alguna manera, me toma por sorpresa, como un golpe que ves venir pero igual te sacude.

—Lo es —admito, sintiendo que una sonrisa se forma en mis labios sin que pueda evitarlo.

Más Allá del JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora