Maria
El tap-tap del teclado llena mi oficina mientras contesto el último correo pendiente. Una mirada rápida al reloj me confirma que aún tengo tiempo de sobra para llegar al aeropuerto. ¡Hoy llega mi familia! Mi corazón da un brinco de alegría al pensar en tenerlos cerca, aunque sea por unos días.
De repente, unos golpes suaves en la puerta interrumpen mi concentración. No es el toquido enérgico de Laura. Levanto la vista y ahí está él, mi guapo novio, con esa sonrisa que me derrite. En una mano lleva una charola de cartón con dos cafés, y en la otra... ¿son esas las llaves de su camioneta?
Rafael entra con ese aire de seguridad que lo caracteriza, dejando la charola en mi escritorio con cuidado. Las llaves hacen un tintineo metálico al caer junto a la charola, y no puedo evitar mirarlas como si fueran una bomba a punto de explotar.
Antes de que pueda procesar lo que significa, Rafael se inclina sobre mí, apoyándose en los reposabrazos de mi silla. Su cercanía me envuelve, su aroma mezclándose con el del café recién hecho.
—Buenos días, preciosa —susurra contra mis labios antes de besarme.
Como me he vuelto en una atascada, en lo que a este hombre respecta, apenas logro murmurar un "Buenos días, corazón" antes de perderme en ese beso que sabe a promesas y café.
Nos trasladamos al sillón de la oficina, café en mano. Hay algo diferente hoy, lo noto en su mirada, en la forma en que dejó las llaves en mi escritorio. Esto no es solo una visita rápida para dejarme café.
—Qué sorpresa tan bonita —digo, robándole un besito rápido antes de dar un sorbo a mi café, que como siempre, está delicioso.
—Vine por dos razones —empieza, su tono mezclando seriedad y ternura—. La primera, preguntarte cómo quieres que manejemos la presentación de este muñeco —se señala a sí mismo con un gesto exagerado que me arranca una sonrisa— a tu familia. Tú mandas, yo sigo tu ritmo.
Hace una pausa para tomar café, y yo lo observo, intrigada y un poco nerviosa.
—¿Y la segunda? —pregunto, sintiendo un cosquilleo de anticipación en el estómago.
—La segunda tiene dos opciones, pero vas a tomar una sí o sí —su mirada se vuelve intensa, casi solemne—. Así que piensa bien tu respuesta.
No puedo evitarlo. A pesar de la seriedad del momento, mi lado juguetón sale a flote. Me gusta picarlo, porque se que se desespera.
—¿Y si no me gustan tus opciones? —le digo, mordiéndome el labio para no sonreír. Sé que, cuando me pongo terca, lo desespero, pero también sé que le encanta buscarme el modo para convencerme.
Rafael entrecierra los ojos, una mezcla de diversión y exasperación bailando en su mirada. Pero entonces, veo ese brillo travieso en sus ojos, ese que me advierte que está a punto de voltear las cosas a su favor.
—Bueno, si no te gustan mis opciones... —dice, inclinándose hacia mí con una sonrisa que promete problemas, del tipo delicioso que me encantan y me distraen, como ahora, por ejemplo— siempre puedo pensar en otras formas de convencerte.
Su mano se desliza por mi muslo, y de repente el aire en la oficina se vuelve denso, cargado de electricidad. Mi corazón se acelera, y por un momento olvido completamente que estamos en mi lugar de trabajo, que mi familia está por llegar, que tenemos una conversación importante pendiente.
—Rafael... —logro susurrar, mi voz una mezcla de advertencia y deseo. Al final, decido romper abruptamente el momento que, si lo dejo avanzar más, seguramente termino sin calzones en 5 minutos. Le pego un manazo que suena con madre en toda mi oficina.
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Más Allá del Juego
Lãng mạnMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...