49 Desnudando el alma

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María

El regreso a casa de Rafael transcurre tranquilo, nuestras manos entrelazadas sobre la consola central de la camioneta. La satisfacción de haber dejado a las arpías con la boca abierta aún me produce una sonrisita maliciosa.

—Preciosa, límpiate aquí —la voz de Rafael me saca de mis pensamientos venenosos.

Señala la comisura de mi boca. En automático, llevo un dedo al lugar que me indica para quitar lo que sea que tenga embarrado.

—¿Por qué? ¿Qué tengo? —Limpio y reviso mi dedo, pero no hay nada.

—Me pareció ver unas gotas de veneno que se te derraman por la comisura —sonríe el muy cabrón.

—¡Tonto! —Sí, muy tonto, pero tiene razón.

—Eres mala con tus amigas —pareciera que disfruta el momento tanto como yo.

—Para nada... Tú me dijiste que podía marcar territorio como me plazca y —hago una pausa para contener una sonrisa de satisfacción— mi trabajo está hecho.

El camino sigue entre bromas y risas. Una vez en casa, nos acomodamos en el sofá de la sala. Rafael se sienta y yo me acurruco a su lado, con mis piernas sobre las suyas. Es increíble cómo, en tan poco tiempo, hemos desarrollado esta comodidad, esta intimidad que se siente tan natural.

—Bueno, preciosa —dice Rafael, jugando con un mechón de mi cabello—, cuéntame más sobre tu familia. Ya conozco a tus diablillos, pero ¿qué hay del resto del clan Ortega?

Suelto una risita.

—¿El clan Ortega? Suena como una mafia italiana.

—¿Quién dice que no lo son? —bromea, alzando una ceja—. Por lo que sé, tu papá bien podría ser El Padrino.

—Ja, ja, muy gracioso —le doy un golpecito juguetón en el pecho—. Bueno, pues el "Don" Fernando, mi papá, es un amor. Es ese tipo de hombre que parece rudo por fuera pero es puro malvavisco por dentro. Es alegre, positivo, amiguero a más no poder. Su filosofía es: "Deja que fluya, las cosas llegan cuando tienen que llegar". —Hago una pausa recordando las veces que me ha dicho esa frase—. No sé cómo le hace, pero en mis momentos difíciles, él tiene la capacidad para centrarme nuevamente con un par de palabras.

Rafael me mira atentamente, con una sonrisa tierna. Se queda callado, dejándome continuar sin prisas.

—De hecho, tu papá me recordó mucho al mío, en su forma de ser, en su calidez...

—¡Santa Madre! El mundo no está preparado para esto —dice en broma, abriendo los ojos como aterrorizado.

Me río, imaginando cómo sería un momento con ellos dos juntos. Con sus risas escandalosas, bromas y desviviéndose por los niños.

—Mi mamá, la señora Alondra, es la fuerza de la naturaleza de la familia. Es el imán que nos une a todos. A diferencia de mi papá, ella es toda calma, nada amiguera, pura estabilidad y familia. Es muy inteligente, y su habilidad para analizar a las personas es... —Abro los ojos como espantada— impresionante. Mi radar de mamá no es ni la mitad del de ella.

Rafael suelta una risa contenida y me da un beso en la frente.

—Ella quiere mucho a Marce —continúo—. Cada vez que se ven, se la pasan horas y horas chismeando. Y siempre me pregunta por ella cuando hablamos por teléfono. —Me detengo a organizar mis ideas. La verdad es que mis padres son tantas cosas que me es difícil hacer un resumen corto de ellos—. Mis padres aman a sus nietos por sobre todas las cosas; para ellos, esos diablitos son sus pilas en la vida, su alegría. Cada vez que vienen, es como si recargaran baterías. Y mis hijos los adoran; son felices cuando están aquí, y más aún cuando vamos a visitarlos.

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