35 ¿Café?

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El sonido de risas y alboroto en el pasillo de la entrada a mi departamento me anuncia la llegada de los dos torbellinos llamados Leo y Nico. No me equivoco. En seguida suena el timbre sin parar, como si se les hubieran quedado pegados los dedos.

El aroma a sal y arena inundan el apartamento en cuanto abro la puerta. Leo y Nico entran como huracanes, con sus pieles bronceadas y sus cabellos hechos un desastre, despeinados por el viento de la playa.

—¡Mamá! —gritan al unísono, lanzándose a mis brazos.

—¡Mis amores! —los abrazo fuerte, inhalando ese olor a sol y diversión—. ¿Cómo estuvo la playa?

—¡Increíble! —exclama Leo—. Papá nos enseñó a hacer castillos de arena gigantes.

—Y vimos delfines, mami —añade Nico, sus ojitos brillando de emoción.

Dante entra detrás de ellos, cargando mochilas y juguetes de playa. Su sonrisa cansada me dice que ha sido un día largo pero satisfactorio.

—Hola, María —saluda, dejando las cosas en el suelo—. Acabo de dejar a Andrés con Marcela. Ese niño tiene energía para regalar.

No puedo evitar sonreír, ya me lo imagino lidiando con estos tres terrores.

—Gracias por cuidarlos, Dante. Marce y yo te debemos una bien grande. —le digo sinceramente—. Se ven felices.

—Por su puesto que me deben un gran favor. No cualquiera se ofrece a cuidar a los niños mientras uno reposa la cruda. —Me guiña un ojo divertido. Me va a molestar un rato.

—Niños, ¿por qué no van a darse un baño? —sugiere Dante—. Están llenos de arena hasta las orejas.

Con quejas juguetonas, los niños se dirigen a su habitación, dejándonos a Dante y a mí solos en un silencio que de repente se siente un poco incómodo.

—¿Café? —ofrezco, más por costumbre que por otra cosa.

—Claro, gracias.

Nos acercamos a la cocina y comienzo a preparar todo para el café. El ambiente se siente raro, no es ligero como otras ocasiones en que viene a dejar o por los niños. Afortunadamente, decide ignorar al elefante en la habitación.

—¿En serio, Maria? ¿Desde cuando te emborrachas entre semana? ... Es más ... ¿Desde cuando te emborrachas? ... La ultima vez que te vi algo enfiestada fue cuando Leo estaba bebé. —Su sonrisa es amplia, claramente le divierte mi desgracia.

—Desde que tengo una amiga que toma muy malas decisiones y poder de convencimiento potente.

Suelta una risa divertida. Tal vez tratando de imaginarnos en esa situación.

—Supe que la estabas pasando muy bien cuando me llego tu mensaje. —Sonríe— Al principio me preocupé, pero después de releerlo varias veces entendí la situación.

No puedo evitar reírme, la verdad es que si me la pasé muy bien. Tenía mucho tiempo que no dejaba de lado lo políticamente correcto y fue... liberador.

—Si. Pero no lo vuelvo a hacer. Al menos no en los próximos diez años. Sentía que me moría con la cruda. Antes y no llegue al hospital. Si no fuera por ... —Me cayo al instante.

<<Que pendeja eres Maria>>

Si alguien no había visto el elefante azul en la habitación, en este momento se veía resplandeciente con tremendo reflector que lo alumbraba de puta madre gracias a mi y a mi bocota.

Mientras preparo el café, siento la mirada de Dante sobre mí. El silencio se prolonga a unos segundos que me parecen eternos y muy incomodos. Finalmente, rompe el silencio.

—Así que... Rafael, ¿eh?

Siento que me tenso instantáneamente.

<<Aquí vamos>>

—Sí... Rafael —confirmo, sin voltear a verlo.

—¿El entrenador de los niños? —Su tono es neutral, pero puedo sentir la pregunta implícita.

Me giro para enfrentarlo, dos tazas de café en mis manos.

—Sé lo que estás pensando, Dante.

—¿Ah, sí? —arquea una ceja—. ¿Y qué estoy pensando?

Suspiro, sentándome frente a él.

—Que es complicado. Que podría afectar a los niños. Que tal vez no es la mejor idea.

Dante toma un sorbo de su café antes de responder.

—Mira, María, sabes que respeto tus decisiones. Eres una excelente madre y confío en tu juicio. Pero sí, me preocupa un poco la situación.

—Lo sé —admito—. A mí también me preocupa. Es... nuevo para mí.

—¿Estás segura de esto? —pregunta Dante, su voz suave—. No es que quiera entrometerme, pero los niños...

—Los niños están bien, Dante —lo interrumpo—. Y sí, estoy segura. Puedes confiar en mí y en que la situación la manejaré con mucho cuidado. Por el momento lo manejaré como un amigo y su entrenador, después, si todo va bien... bueno... ya veremos.

Dante me mira por un momento, como evaluando mis palabras.

—Bueno, si tú estás segura, yo te apoyo —dice finalmente—. Pero si ese cabrón lastima a mis hijos de alguna manera...

—Lo sé, lo sé —sonrío—. Yo misma te ayudaré a cortarle las pelotas.

Dante suelta una carcajada, rompiendo la tensión.

—Me alegra que hayamos tenido esta charla —dice, poniéndose de pie—. Tengo que irme. Salgo de viaje por unas semanas.

—¿Lejos? —pregunto, acompañándolo a la puerta.

—Sí, un proyecto nuevo en Chetumal —responde—. Los llamaré para ver cómo están.

Nos despedimos con un abrazo rápido, y justo cuando está por irse, se detiene.

—María —dice, su mano en el pomo de la puerta—. Sólo... ten cuidado, ¿sí? Mereces ser feliz.

Asiento, sintiendo un nudo en la garganta.

—Gracias, Dante.

Cuando cierra la puerta tras de sí, me quedo allí por un momento, procesando nuestra conversación. Es extraño cómo la vida da vueltas. Hace unos años, jamás hubiera imaginado tener esta clase de charla con mi ex marido sobre mi nueva relación.

El sonido de risas y salpicaduras provenientes del baño me saca de mis pensamientos. Sonrío, agradecida por estos momentos de normalidad en medio del caos que parece ser mi vida últimamente.

<<Un día a la vez, María>>

Me digo a mí misma mientras me dirijo a ver qué desastre están haciendo mis hijos en el baño.

<<Un día a la vez>>

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