Maria
El sonido de risas infantiles llena la casa de Marcela. Leo y Nico corren de un lado a otro con Andrés, explorando cada rincón de lo que, para ellos, es una gran aventura. Como si nunca hubieran estado aquí.
Mientras mis hijos corren de aquí para allá, Marce me ayuda a instalarme en su habitación destinada para sus visitas. Me ofreció su casa al ver el terror que me invadió al sentir que me quedaba sola en mi departamento.
—Sólo serán unos días, en lo que limpio mi departamento... lo prometo — Le digo con voz apagada y apenada. Lo que menos quiero es incomodarla.
—Relájate. Yo estoy contenta de tenerlos aquí. Me siento mucho más tranquila. —Su mirada me tranquiliza, me da la confianza que necesito en este momento.
Con mis niños ya bañados y dormidos, me recuesto en la cama de la habitación de huéspedes de Marce. El silencio de la noche cae sobre mí como una manta pesada, pero reconfortante. Fijo mi mirada en el techo, donde las sombras de las hojas y ramas del árbol de la calle danzan suavemente, proyectadas por la tenue luz de la luna. En ese baile silencioso, busco las respuestas que tanto necesito.
Exhalo profundamente, sintiendo cómo la tensión del día comienza a aflojar su agarre. En medio de este caos, al menos tengo un plan para mi departamento. Una sonrisa débil se dibuja en mis labios al pensar en mis contactos de confianza, esos genios tecnológicos con los que alguna vez trabajé, que pueden desentrañar cualquier misterio informático. Sé que con su ayuda, podré llegar al fondo de este problema.
Pero Rafael... Ah, Rafael. Mi sonrisa se desvanece y un nudo se forma en mi garganta. Cierro los ojos, evocando su rostro, su sonrisa, la forma en que sus ojos brillan cuando me mira. O brillaban. La imagen mental se distorsiona, reemplazada por la furia y el dolor que puedo imaginarme que brota de él en este momento.
<<Enfrentarte a un animal herido es peligroso>>
Murmuro para mí misma, las palabras apenas audibles en la quietud de la noche. Rafael, el hombre que puede hacerme sentir la mujer más impresionante, la más chingona y amada del mundo, ahora es como un león acorralado, listo para atacar ante la menor provocación.
Abro los ojos, volviendo a fijar mi mirada en las sombras danzantes. Sé que tengo que acercarme a él, explicarle, luchar por nosotros.
<<Pero ... ¿cómo?>>
La idea de esconderme solo le daría más fuerza a esa puta mentira que el video plantó en su mente. Pero, carajo, ¿cómo lo hago sin que ambos terminemos más heridos?
Respiro hondo, llenando mis pulmones del aire fresco producto del aire acondicionado de la habitación. Por ahora, me permito este momento de calma, este respiro antes de la tormenta que sé que vendrá mañana. Cierro los ojos nuevamente, dejando que el suave murmullo de las hojas afuera y la respiración acompasada de mis hijos en la habitación contigua me arrullen.
<<Mañana... Mañana encontraré la manera de arreglar todo esto>>
Pienso mientras el sueño comienza a envolverme. Y con esa promesa, me entrego finalmente a un sueño inquieto pero necesario.
Me despierto sobresaltada, el corazón latiendo desbocado por una pesadilla que ya no recuerdo. Por un instante, la desorientación me invade, pero poco a poco la realidad se asienta: estoy en casa de Marce, con una situación de mierda por arreglar, aun cuando no tuve nada que ver.
Con cuidado, me levanto de la cama y arropo a mis niños para que sigan durmiendo. El silencio de la madrugada envuelve la casa mientras bajo a la cocina. El aroma del café recién hecho llena el aire, ofreciendo un consuelo familiar en medio del caos.
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Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...