María
El rancho bulle con una energía vibrante mientras todos nos preparamos para la fiesta de Día de Muertos. El aroma a copal y flores de cempasúchil impregna el aire, mezclándose con las risas emocionadas de los niños y el ir y venir de los adultos ultimando detalles.
La llegada de Sofía, la maquillista, y su equipo de cuatro chicas más, marca el inicio oficial de las festividades. Instalan su estación de maquillaje en el amplio porche, desplegando una impresionante variedad de pinturas, brillos y accesorios. Los niños son los primeros en la fila, ansiosos por transformarse en pequeñas calaveras, catrinas y diablitos.
Leo y Nico emergen del proceso de maquillaje luciendo como adorables calaveras, sus rostros una mezcla de blanco, negro y detalles coloridos. Paulina, por su parte, se convierte en una mini catrina, con flores brillantes adornando su cabello y un delicado diseño de encaje pintado alrededor de sus ojos.
Mientras observo la transformación de todos, noto la ausencia de Román y Ana.
—¿Dónde están esos dos? —le pregunto a Marcela, que acaba de terminar su sesión de maquillaje.
—Ah, esos —responde con una sonrisa pícara—. Román insistió en que se maquillarían en privado. Están en sus habitaciones con dos de las chicas del equipo de Sofía.
Alzo una ceja, intrigada por esta información. Conozco lo suficiente a mi hermana y a mi cuñado para saber que algo se traen entre manos.
El tiempo pasa volando entre risas, música y el constante flash de las cámaras capturando cada transformación. Finalmente, cuando el sol comienza a ponerse, tiñendo el cielo de naranja y púrpura, escuchamos movimiento en la escalera principal.
Todos nos giramos expectantes, y lo que vemos nos deja sin aliento.
Román aparece primero, vestido con un impecable traje de charro negro con intrincados bordados plateados. Su rostro es una obra de arte, pintado como una elegante calavera con detalles en plata y negro que resaltan sus facciones. El sombrero de charro, inclinado con gracia sobre su frente, completa el look de un catrín salido directamente de las antiguas leyendas mexicanas.
Pero si Román nos ha dejado impresionados, la aparición de Ana nos deja boquiabiertos. Mi hermana desciende las escaleras como una visión etérea, ataviada en un vestido negro de corte sirena, adornado con flores brillantes que parecen cobrar vida con cada movimiento. Su rostro es una obra maestra de maquillaje de catrina, con delicados diseños florales enmarcando sus ojos y extendiéndose por sus mejillas. Su cabello, recogido en un elaborado peinado, está salpicado de pequeñas flores de cempasúchil.
El silencio que cae sobre todos nosotros es casi reverencial. Román y Ana, lado a lado, parecen haber salido directamente de un cuento de Día de Muertos, la personificación misma de la elegancia y la tradición mexicana.
Los niños dibujan en sus boquitas una perfecta O. No reconocen quienes son, sólo están impactados por los personajes plantados en medio de la escalera. ¡Qué guapos se ven todos!
A mi espalda escucho en un susurro la voz de Rafael que, por lo visto, también está impactado con la caracterización de su hermano.
—Te mamaste, Romancito —escucho en un susurro.
Me giro para ver a Rafael, quien luce un traje de charro menos elaborado que el de Román, pero igualmente elegante. Su rostro, sin maquillar, muestra una expresión de asombro y orgullo fraternal. Esta para comerse. ¡Guapo!
Por mi parte, opté por un disfraz de bruja que logra un equilibrio perfecto entre lo seductor y lo elegante. El vestido, de un negro intenso y aterciopelado, se ajusta suavemente a mis curvas. La falda, que cae en pliegues suaves hasta la mitad del muslo, tiene un corte asimétrico que añade un toque de misterio y permite vislumbrar las medias de encaje tipo maya que cubren mis piernas.
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Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...