Capítulo 78: Tocar fondo

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Frente a las paredes blancas bajo un cielo sin estrellas estaba Elizabeth Marcovich, las penumbras a su espalda lucían de lejos más tranquilas que el luminoso edificio frente a ella, cuya puerta de cristal parecía una trampa medieval.

—¿Quieres que entremos contigo? —preguntó Lucrecia al notar como su hija tenía problemas incluso para caminar.

—No—afirmó Elizabeth. Cuando les dijo que una amiga suya estaba en el hospital, no tuvo más remedio que aceptar que la llevasen por lo alterada que se encontraba, pero pensaba que Alika la había llamado a ella por una razón y no tenía ningún derecho a involucrar a más personas, por complicada que la situación fuese para ella—. Gracias por traerme, pero no es necesario que me esperen.

—Ni hablar —se apresuró Lucrecia—. Ya es de noche como para que estes en la calle tú sola.

—Ve a ver a tu amiga—intervino Edvin—, cuando salgas estaremos aquí para llevarlas a casa.

—Está bien.

Para lograr llegar a su objetivo tuvo que mirar al suelo, la frase "un paso a la vez" se repitió una y otra vez en su cabeza. Antes de darse cuenta, estaba en recepción.

—¿Puedo ayudarla? —preguntó la enfermera.

—Vine a recoger a una amiga—levantó la vista para encontrarla—. Se llama Alika Gutiérrez.

—Permítame, por favor.

La mujer parecía tranquila y amable, incluso le dio una sonrisa antes de teclear en su computadora, pero tras leer las primeras líneas del expediente, su expresión se convirtió en una de horror, de pronto, sus ojos se movieron a una velocidad apantallante, motivados sin duda alguna, por el morbo.

Elizabeth se concentró en el que le diría a Alika, ¿qué se dice en una situación como esa? Sin embargo, llegó hasta ella con la cabeza vacía.

Alika estaba sentada en su camilla, usaba una bata de hospital, sus enormes risos lucían andrajosos, como estambre viejo, su cara era poco visible y aunque siempre la vio delgada, en ese momento parecía un cadáver secándose.

—Hola —la saludó Elizabeth—, ¿cómo estás? —de inmediato, le acarició la espalda, pero Alika no la vio, no respondió tampoco, se quedó estática, como congelada en el tiempo.

—Necesitamos la cama—intervino una enfermera poco agradable.

Elizabeth la juzgó con la mirada, incrédula de su apatía.

—¿Nos da un segundo? —preguntó de mala gana. La mujer salió sin disimular su gesto prepotente. Elizabeth suspiró y devolvió la vista a Alika—. ¿Quieres ir a hablar a otro lado? —Como no recibió respuesta continuó—. Si quieres, te llevo con Roberta. Debe estar muy preocupada por ti.

—No puedo—exclamó al fin en un sollozo—. No puedo ver a Roberta así.

—¿Por qué no?

—Me da vergüenza —admitió y se llevó la mano a la boca en un intento por volver al silencio.

—Alika, el como te ves ahora a ella no le va a importar.

—Me pidió que hiciera una sola cosa y no pude hacerlo.

—Está bien. Va a ser mejor saber que fallaste, pero estás bien, a no saber nada de ti en lo absoluto.

—¡¿Te parece que estoy bien?! —le preguntó en un reclamo—. ¿Qué no me ves la cara? —Cuando se giró a ella, Elizabeth notó los moretones y las cortadas.

—Estás viva, eso es lo que veo—aseguró conteniendo su propio llanto.

—A veces, quisiera no estarlo.

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