Capítulo 79: Un asunto de confianza

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Entre las hermanas Gutiérrez reinaba la pesadez del ambiente, la densidad del aire se había tragado las palabras, la misma mantenía baja la cabeza de Alika y rígido el gesto de Roberta.

—Alika—fue la menor la primera en hablar—, dime que pasó.

—Lo siento—susurró Alika.

Roberta apretó los dientes, asintió buscando resignación en su gesto, pero una lágrima se le escapó dejando una marcada huella por su mejilla.

—¿Y eso es verdad? —preguntó en un sollozo —, ¿qué tanto lo sientes?

—Hermanita... —su voz viajaba envuelta en su remordimiento—, no me gusta que llores.

—Elizabeth tiene razón, yo no tengo cara para reclamar nada por lo que no voy a hacerlo, pero si me permites señalarlo como un hecho, la razón por la que lloro eres tú.

—Lo se. Por eso lo siento.

—Las disculpas no valen nada si volverás a cometer el mismo error.

—Ya no lo haré—la vio a los ojos—, lo prometo.

—¿Enserio? Lo has prometido antes.

—Es diferente está vez.

—¿Qué vas a hacer diferente está vez?

—Aceptaré la ayuda de Elizabeth, iré a la terapia, conseguiré un empleo más digno y... —se tapó la boca al sentir que su garganta se desgarraba por el llanto —. No sé, no sé qué más haré, pero algo tengo que hacer.

Roberta asintió, ¿cuántas oportunidades más le daría la vida?, ¿cuántas veces tenía que pasar por esa misma incertidumbre?, ¿valía la pena? Solo si al final lograba Alika salvarse, solo entonces valía la pena quedarse a su lado para seguir viviendo esa agonía otra vez.

Pero si la perdía igual, solo sufriría en vano.

Le pesaba en el alma cada paso, sin embargo, no quería que, pasado el tiempo se arrepintiera de no haberlo intentado por lo menos una vez más.

—Sí, algo tienes que hacer porque si no lo haces—la tomó de la mano—, Alika, si no lo haces, la próxima vez que alguien nos llame a mí o a Elizabeth, será para decirnos que estás muerta y yo no puedo... no soportaría perderte a ti también.

—Roberta... —le tomó la mejilla para contemplar su rostro.

—Hermana, yo no quiero más dinero, no quiero regalos o salidas a comer, no necesito nada, ni siquiera para las colegiaturas, lo único que quiero es que tú estés aquí, viva, que estes conmigo muchos años más.

—Lo sé, sé que eso quieres, y me voy a esforzar, me voy a esforzar como jamás en la vida por concederte ese deseo.

Roberta la abrazó con fuerza y cerró los ojos, después le imploró a dios porque ese deseo se cumpliera, porque para su hermana, ya no le quedaba fe.

Mitzuru se preparaba para dejar la oficina cuando escuchó el teléfono fijo.

—Dígame, Charlotte.

—Disculpé, vinieron a verlo, ya le dije que usted va de salida.

—¿Quién es?

—Edvin Marcovich.

Se sobó el entrecejo, ¿por qué creyó que sería fácil deshacerse de ese problema?

—Déjelo pasar.

—Está bien.

No había terminado de ordenar los documentos en su portafolio, cuando el hombre apareció tras la puerta.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora