Capítulo 76: Mantequilla

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Richard Granhan no era un pervertido. Ni siquiera se podría decir que sintiera alguna atracción especial por las menores, solo era un hombre como cualquier otro que no podía evitar girar el rostro al ver pasar una chica bonita.

Y él no tenía la culpa de que aquella fuera tan bonita.

Sí, hizo un berrinche al inicio, pero, a decir verdad, no tardó en bajar la guardia una vez lo tuvo dentro.

Todas las mujeres son iguales. Les encanta hacerse las decentes, portarse arrogantes y fingir que no aman abrir las piernas a la primera oportunidad. Uno nada más tiene que darles cómo les gusta y se convierten en las zorras que naturalmente, nacieron siendo. Y todavía se atreven a cobrar por eso.

Incluso si aquella lloró un poco, su madre estuvo de acuerdo, entonces, ¿cuál era el crimen de Richard?

Hasta quiso repetir. Fueron ellas las que lo contactaron para un segundo encuentro y por su propio pie, la chica había llegado a la obra puntual a la hora que él escogió. Un rato después de que sus compañeros se fueran.

Además, lo siguió hasta el tercer piso en el que estaba su oficina, entonces, ¿por qué?

¿Por qué esa chica tenía un arma?, ¿de dónde la consiguió?, ¿por qué la apuntaba fijamente hacia él con ambas manos y se paraba de piernas abiertas como si supiera usarla?

Al contemplarla en esa posición, la mente de Richard se volvió incapaz de generar un solo pensamiento claro, su voz se había perdido en un lejano recuerdo y su sangre se sentía tan fría como si el corazón simplemente, no estuviera donde debería estar.

—¿Qué haces? —logró preguntar al fin. Ella lo miraba a los ojos curiosa, analítica, como un gato—. Niña, piensa bien lo que estás haciendo...

—Cállate —balbuceó Lucrecia en una voz fría y cargada de resentimiento.

—No tienes que hacerlo—declaró tras tragar saliva—. Voy a pagarte. Tengo dinero.

—¿Dónde está?

—¿Es por eso? —preguntó medio risueño. Observar esa sonrisa fue como recibir un escupitajo para Lucrecia.

—¡¿Dónde está?! —preguntó una segunda vez con un tono mucho más fuerte.

Richard apuntó a su escritorio, Lucrecia dirigió la vista al mueble y después la regresó hacia él.

—Puedes tomarlo—mencionó Richard—. De todas formas, tu madre pidió muy poco por...

—Camina hacia atrás—ordenó Lucrecia. Richard dio un par de pasos y se detuvo—. Hacia atrás—repitió la orden. Richard dio un paso más hasta que su pie quedó en el borde de lo que habían construido de piso hasta entonces—. Hacia atrás.

Él se giró sobre sí mismo, observó la altura que los separaba del suelo y de pronto, diez metros le parecieron cien.

—No se puede, no hay más piso.

—¡Hacia atrás dije! —repitió en un estruendo que hizo eco entre las paredes de la obra incompleta.

—Escucha —disimuló su respiración errática para tratar de negociar con ella—, si lo que tu madre y tú quieren es más dinero, por mí no hay...

—¡Hacia atrás! — repitió la pequeña voz chillona.

Richard experimentó un mareo, vio el borde una segunda vez y forzó sus pensamientos a realizar mil y un cálculos. Se preguntó qué posibilidad había de que ella realmente disparase, de que realmente supiera como, sin embargo, los cálculos no servían en aquella situación, porque cualquier número que no fuera cero era determinante para él.

Costo y BeneficioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora