Con un pastel en sus manos y una actitud positiva, Elizabeth tocó la puerta de la casa de sus padres sin recibir respuesta alguna. Repitió la acción con el mismo resultado.
—Si buscas a tus padres, ellos se fueron en el auto—escuchó la voz que provenía del otro lado de la cerca.
—Gracias, señora Johnson —sonrió Elizabeth al ver a la mujer.
Pensó en irse, pero decidió entrar por la puerta de atrás. Aunque también estaba cerrada, buscó dentro del candelabro y encontró la llave que su padre solía dejar allí.
Entró al lugar y lo analizó como si fuese la primera vez que lo veía, nada había cambiado desde la última vez que comió en aquella mesa sobre la que dejó el pastel, sin embargo, todo se veía diferente.
Caminó un poco por los pasillos, curiosa abrió la puerta del cuarto de sus padres. Se asomó desde la entrada, una parte de ella temía que la estuviesen observando. Con cierto aire de decepción descubrió una alcoba bastante normal donde predominaban los patrones floreados.
Se adentró con precaución a pasos largos y llegó hasta la mesita de noche, exclamó un gesto de asco al darse cuenta de que la botella trasparente que en un principio pensó que era aceite de bebé, en realidad era lubricante, sin embargo, rápidamente lo olvidó al reconocer la libreta de cuero al lado como la agenda de su padre.
De inmediato leyó la última página escrita de la misma. Asesoría a las 10:00 a.m., entrega de documentos a las 11: 00 a.m. y finalmente, aniversario, cita en el spa a las 2: 00 p.m.
—Spa—susurró orgullosa—, bien hecho, papá.
Pensó que, aunque ellos no habían salido de viaje, seguro que su mamá estaría mucho más tranquila después de una tarde en el spa, su sonrisa desapareció al volver a ver la botella por lo que dejó la libreta donde estaba y salió de la habitación. No quería ver nada más.
Ya que estaba en casa y ellos tardarían en volver, fue a su antigua habitación. Todo estaba casi igual, con la diferencia de que estaba más ordenada. Recordaba tener un pequeño bulto de ropa sucia al pie del armario, pero su madre ya lo había lavado. También había ordenado el tocador y escritorio.
Elizabeth sacó una libreta de sus cajones, fue al alhajero y revisó la bisutería, en realidad no tenía nada valioso. Encontró una pulsera de flores de vidrio entrelazadas, Kiroshi se la dio cuando ella se quejó porque nunca le dio flores reales y él dijo que aquellas eran mejor porque eran eternas.
—Que estupidez —farfulló ella y la arrojó al bote de basura.
Encontró un rollo de billetes, eran unos doscientos dólares, habrían sido buenos cuando se quedó en la calle, pero en ese momento no les vio uso y mejor volvió a dejarlos.
Vio su tablón de corchos lleno de cartoncillos de colores, eran poemas de Kiroshi.
Uno a uno los quitó y dejó caer directo a la basura.
Terminó y vio a su alrededor, estaba sinceramente decepcionada, había querido volver a dormir en aquella habitación rosada con cortinas de unicornio con un impresionante fervor, pero en ese momento, todas esas cosas que tanto extrañó ya no las necesitaba.
Decidió entonces que mejor les compraría a sus padres un nuevo calentador como regalo de aniversario.
Caminó por un corto trayecto hasta la casa de en frente, con un aire de ilusión, sin embargo, cuando divisó en la cochera los mechones plateados, los músculos le pesaron tanto que seguirse moviendo se transformó en una tarea imposible. Abrió la boca, pero de su garganta no salió nada, su respiración se volvió errática y sintió tanto frio como si estuviese muerta.
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Costo y Beneficio
Romance"¿Por qué he de conformarme con su dinero, cuando podría tenerlo todo? " Abandona, quebrada y embarazada, una joven se ve gradualmente empujada hacia una relación carnal con su jefe a cambio de apoyo financiero, mismo que a su vez, rechaza la idea d...