Capítulo 77: 21 Razones

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Por eso ella no pudo, a pesar de que juzgó tan duramente a Elizabeth por aferrarse a aquel bebé que a todas luces parecía un error, ella en su momento tampoco pudo deshacerse del suyo.

No quería ser madre, sabía que tendría que renunciar a los sueños propios al serlo y que sería terrible en ello, sin embargo, no podía, ni por un segundo pensar, que lo que había surgido de algo tan maravilloso como era aquel amor, pudiese ser algo malo.

Y no lo fue. Mirando atrás, no lo fue.

Dio a luz a una hermosa niña que tenía su cabello, la forma de su cara y el azul de sus ojos, pero la sonrisa, esa sin duda era de Edvin.

Eventualmente, descubrió que era una mujer más común de lo que pensó y no una de esas heroínas de la televisión que podían con todo. Al final dejó de ir a la escuela, de trabajar, de aprender las cosas necesarias para forjar su camino y todo por criar a aquella niña que a ratos le parecía un ángel bajado del cielo para sanar su corazón herido y a otros le parecía simplemente insoportable.

Era caprichosa, berrinchuda y desobediente.

A Lucrecia, saberla con todos los privilegios que ella habría deseado tener y ver como los desaprovechaba, le causaba un incontrolable hervor en la sangre. ¿Por qué era que esa niña, que en la vida lo tenía todo, no era un poco más agradecida al respecto?

Al pensarlo, lo entendió. ¿Era envidia?

¿Le tenía tanta envidia a su propia hija que se había transformado en rencor?

No. No podía tenerle rencor, era su madre a fin y al cabo y a diferencia de la suya, Lucrecia sí amaba a su hija. La amaba más de lo que amaba a Edvin o a sí misma, la amaba más de lo que amó a su padre o de lo que creyó ser capaz de amar a alguien.

La amaba tanto que hasta daba miedo.

Y cuando tenía miedo, una parte de ella trataba de amarla menos.

Lo único de lo que siempre estuvo segura fue de que tenía que protegerla, pero ese día en la comisaría cuando se enteró de que quisieron hacerle daño, el mismo daño que alguna vez le hicieron a ella, Lucrecia vio directamente al más grande de sus fracasos.

Edvin tenía razón en estar enojado, nunca debieron dejarla salir de casa, fuera de la protección de sus padres. Él nunca se lo diría directamente, no hacía más que tratarla con pinzas, como una copa dañada que al mínimo grito se fuese a romper, pero Lucrecia lo sabía, que era culpa suya.

Pobre Elizabeth, ¿por qué le había tocado una madre tan mala?

Si bien nunca se le cruzó por la mente hacerla poner las manos contra cazuelas calientes, sí le dio un par de bofetadas que la niña no se merecía. Ninguna niña las merece.

Se maldijo a sí misma al no haber logrado ser mejor, solo un poco mejor.

En aquella fría y gris habitación, Elizabeth mantenía el seño fruncido frente al agente, sin embargo, quien más quería irse era él mismo, pues no imaginó que la chica estaría acompañada de la caballería. Nada más y nada menos que Edvin Marcovich.

Forbes conocía al abogado solo de nombre, no era el tipo de detective que asistía a los juicios de sus casos, la principal razón de ello era que, a menudo el resultado era decepcionante.

Incluso cuando no podía ser más obvio quien fuese el culpable del crimen cometido, siempre había un bastardo que encontraba suficientes excusas banales y huecos casi imperceptibles en el sistema como para apelar por la anulación de un juicio, con frecuencia, haciéndose uso de la burocracia. Y Edvin Marcovich era uno de esos bastardos.

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⏰ Última actualización: 3 days ago ⏰

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