37. "Invitación"

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El cuarto de invitados que la señora Namikaze le había preparado, era más pequeño que el de Naruto, pero solamente porque una antigua chimenea ocupaba una de las paredes y debido a eso quedaba muy poco espacio para los muebles. Aún así, la cama era de dos plazas y las sábanas limpias olían tan bien, que Sasuke nadamás entrar después del baño, no pudo evitar acostarse boca abajo y aspirar profundamente. Tan distinto a ese desván...

La ropa que le había dejado también era de su hijo, pero no parecía usada. Supuso que debido al estilo, pues no imaginaba a Naruto vistiendo pijamas a juego. Más bien era de los que dormían con lo que tuviese puesto. Quizás esa ropa haya sido un regalo frustrado de su madre que permanecía en desuso. A Sasuke si le gustó, era cálida y cómoda.

Ella tocó la puerta antes de entrar para asegurarse de que no necesitaba nada y con amabilidad, al ver la chimenea apagada, enseguida caminó hasta ella.

—Yo puedo...

Inflamare —pronunció Kushina, utilizando solo un movimiento de su mano bajo la vista curiosa del Ravenclaw. Luego tomó un atizador para acomodar la leña.

—Es muy talentosa si puede hacer un hechizo de fuego sin varita. No muchos se arriesgan —halagó.

—Oh, ¿eso crees? —soltó una risita—. La verdad es que no tengo una.

—Cierto, Naruto me dijo que usted estudió en Uagadou.

—Así es —Sasuke pudo ver en su sonrisa mucho de la de su novio. Ella se acercó a la cama y se sentó en una esquina—. Es gracioso que me haya casado con un hacedor.

—La verdad es que sí —admitió—. Pensé que eso de no usar varitas allá eran solo leyendas.

—No, no... Muy pocos magos tienen, por no decir ninguno. Casi todos extranjeros, como mi familia.

—¿Pero usted nació allá, en Uganda?

—No...

—¿De qué hablan? —ambos miraron hacia la puerta cuando Naruto entró, aún secando su cabello mojado con una toalla pequeña que dejó en su cuello. Kushina rodó los ojos cuando se arrojó a la cama, justo a los pies de Sasuke, quien estaba también sentado con la espalda apoyada en la cabecera.

—De Uagadou —respondió él.

—Mamá era muy problemática... ¡Oye! —se quejó ante el golpe que ella le dió en la cabeza.

—¡No era problemática! —chilló y luego miró al pelinegro—. Mi familia era de Islandia, Sasuke. Mi padre fué invitado a enseñar en la escuela y como yo era tan joven cuando viajamos, mi primer recuerdo es de Uganda. Sin embargo, aunque era respetado, seguíamos siendo foráneos. Tenía muchas diferencias físicas y culturales con los hechiceros de allá. Entre tantas personas de tez oscura y fuertes, yo, que era pequeña y pelirroja, resaltaba demasiado. Siempre fuí una extranjera. Algunos me trataban bien, otros no tanto.

—Entiendo... —la palabra salió con un sentimiento de empatía que Kushina no pasó por alto.

Alargó una mano para acariciar la cabeza rubia de su hijo y continuó.

—Minato llegó y fué mi salvación. Él también estaba demasiado fuera de lugar —soltó una risita—. Un artesano de varitas en un citio donde nadie quiere una... No hizo mucho dinero allá.

—Estaba realmente quebrado —añadió Naruto.

—Un viajero apuesto y polvoriento que llegó a la puerta de la casa de mi padre.

—Y se robó a su hija —volvió a especificar el rubio.

—Fué amor a primera vista —Sasuke sonrió también cuando notó las mejillas rojas de la mujer.

Sus padres no había tenido una historia parecida ni por asomo. De hecho, era bastante vergonzoso contar que Fugaku había dejado a su mamá después de usarla. Naruto, sin embargo, nació fruto de una historia de amor tan maravillosa, quizás por eso la luz que irradiaba era tan genuina.

—Bueno, ya es hora de dormir —exclamó ella, empujando a su hijo para que saliera de la cama.

Sasuke lo observó quejarse, pero luego, cuando este se puso de pie, le dedicó una mirada intensa solo para él, una que pareció detener el tiempo por unos segundos, cargada de promesas para más tarde en la noche. No respondió, por supuesto, y al darse cuenta de que sus piernas temblaron sin querer, se cubrió disimuladamente con el edredón grueso. Él dejó la habitación mientras Kushina cerraba las cortinas antes de volverse a acercar.

—¿No hay nada más que necesites? —preguntó solícita.

—No, gracias... Han sido muy amables conmigo, a pesar de crear tantos problemas —esa caricia maternal que le había dedicado a Naruto hacía unos instantes, le revolvió el cabello negro.

Sasuke se sintió extraño, extraño porque había pasado mucho que nadie hacía algo así por él. Sus ojos sin querer se llenaron de lágrimas.

—Comprendo por lo que estás pasando, Sasuke. Yo también me sentí fuera de lugar por mucho tiempo. También perdí personas importantes a las que no había visto en años por buscar mi propio camino. Nunca debes culparte de los sucesos en los que no tienes control —él bajó la cabeza—. Puedo ver perfectamente la clase de persona que eres, como si me estuviese viendo a mi misma. Sé lo que necesitas, por lo que sufres. No pasará nada si decides tomar las riendas, mientras yo tenga casa, siempre tendrás un techo y un plato de comida en la mesa.

—Les... crearé problemas si me voy de la mansión antes de cumplir la mayoría de edad. Aunque después de conocer todo esto, volver allá al terminar el curso se sentirá aún peor.

—Apuesto a que a tu padre no le importaría —Kushina, tras dedicarle un guiño, se alejó hacia la puerta y la cerró con cuidado.

Sasuke se aferró el adredon bajo la luz cálida de la hoguera, y aunque tenía sueño, después de escuchar las palabras de la señora Namikaze, estaba tan emocionado que no podía dormir. Ella lo había invitado a vivir allí, en esa cabaña grande en medio del bosque si así quería. No estaría en la calle si decidía alejarse de una buena vez de Fugaku y su desinteresado hermano Itachi. Sin embargo, esa felicidad se sentía amarga cuando su plan inicial, ese de convivir con su madre y recuperar los años perdidos, ya no podría ser.

No, Naruto lo había hecho prometer que no se rendiría, aunque aún no supiese por donde empezar a investigar. Suspiró profundamente y miró la habitación, vacía a excepción de un librero y un sillón antiguo. Los libros estaban polvorientos y viejos, casi tantos como los del desván que limpiaron en la mañana. Apenas se podían leer los lomos y ninguno era interesante.

—Creación de fantasmas y extracción de almas... —murmuró y esa parte brillante de su cabeza provocó que sus ojos oscuros se abrieran enormes al plantearle un bizarro pensamiento.

¡AAHHH! —Sasuke dió un brinco en la cama tras oir el grito de Naruto proveniente del pasillo.

Corriendo se acercó a la puerta, pero se detuvo con la mano sobre la manija al escuchar la voz entre furiosa y divertida de Kushina.

¡Ja! ¡Te atrapé! —gruñó.

¡¿Sanguijuelas, mamá?! ¡Son sanguijuelas! —escuchó Sasuke los quejidos a través de la madera y se preocupó.

Amor, creo que te pasaste esta vez —Minato parecía igual de alarmado, a su manera particular.

Para que le quiten un poco de esa sangre caliente —justificó la mujer—. Tonto si creías cruzar ese pasillo bajo mi guardia. Anda, vamos a quitarte esos bichos antes de que sigas gritando y no dejes a Sasuke dormir.

Estoy dudando mucho de tu cariño hacia mí —lloriqueó Naruto.

Ay, no seas exagerado.

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