Escritora's Pov
—¿Dónde está tu querida, cielo? — Alejandra suelta un suspiro y mira un momento a su progenitora, quién no había dudado en ir a su casa, tras enterarse de que Ana, la novia, futura esposa y madre de sus nietos, estaba triste y deprimida por haber perdido a su único familiar.
—Esta en la habitación, pero, ¿Qué haces aquí? ¿Papá sabe que ibas a venir? — la mujer bufó y acomodó su bolso en su brazo.
—Tu padre puede decir misa, pero yo doy las hostias, así que hazte a un lado, dile a la cocinera que nos llevé unos tés calientes, has algo bueno — Alejandra bufó y vio a su madre subir las escaleras y caminar hasta su habitación, en dónde Ana se había instalado hace unos días, Alejandra ya había visto venir esta escena y no tuvo de otra que hacer que Ana también estuviera en su habitación.
Mientras que en la parte superior de la casa Alejandra, una mujer abrió la puerta y sonrió un poco triste al ver una figura acostada en la cama, cubierta con mantas y dándole la espalda, miró un poco indecisa las cortinas, las cuales, permanecían cerradas, creando un ambiente solitario y legumbre. Hizo una mueca y camino decidida hacia la tela, abriéndola de par en par, dejando qué una luz iluminará la habitación y también, causando que Ana se reincorporará y mirara sorprendida a la madre de Alejandra.
La mujer la miró con una sonrisa suave y no dudo en caminar hacia ella y sentarse a la orilla de la cama, mientras que Ana, recargaba su espalda en la cabecera.
—Hola cielo, ¿Cómo estás? — preguntó, estirando su mano y acariciando su mejilla.
—Señora Rocha, no sabía que iba a venir, me levantaré y prepararé algo para comer — hizo el ademán de quitar la cobija de su cuerpo y levantarse, pero ella se lo impidió, empujándola suavemente por los hombros y volviendo a cubrirla con la manta.
—No es necesario linda, necesitas descansar — Ana parpadeo confundida. —Alejandra me comentó lo sucedido aquel día, me quedé muy preocupada y le insistí para que me dijera, al final lo hizo y quise venir a verte — Ana miró la suave y melancólica sonrisa que le brindaba, haciéndola sentir triste de nuevo.
—N-No debió de molestarse — la voz de Ana sonó rota, causando una tristeza también en Carolina, quién no dudo en acercarse más y atraparla en un abrazo, haciéndola romper en un desconsolado llanto.
—Tranquila cielo, sé que duele y probablemente lo haga toda la vida, pero quizás ella no quiera verte de esta manera...no sé mucho sobre tu situación familiar, pero sé que ella era lo único que tenías, y me da mucha tristeza que una persona tan linda, amable y alegré como tú, este pasando este tipo de situación, realmente también me duele y comparto tu dolor. A veces, sólo necesitamos un poco de comprensión, amor y un hombro para recargarnos y descansar de lo difícil que es la vida.
Todas aquellas palabras hicieron que Ana llorara más y soltará finalmente aquel nudo de tristeza y lágrimas retenidas, porque estaba siendo comprendida finalmente.
Mientras que Carolina, acariciaba el cabello de Ana, miraba hacia la puerta, sus ojos haciendo contacto con los de su hija y soltando aquellas palabras, como si estuviera dándole esas palabras a ella.
[ ♣️ ]
—¡Buenas tardes, jefe! — el hombre alto, pálido y portando un traje sumamente caro y elegante, saludo a los empleados, mientras a su lado, iba su asistente, revisando asuntos pendientes en su portátil.
—¿Ya les depositaste su salario? — preguntó, entrando al elevador y manteniendo aquella aura agradable y animada de siempre.
—Acabo de hacerlo, señor — el hombre asintió y espero en silencio a qué el elevador terminara de subir. —Señor, respecto al asunto que me mandó a investigar...
Inmediatamente su expresión paso de alegría a sorpresa, curiosidad, temor y un poco de melancolía.
—¿Encontraste algo? — pregunta rápidamente. El secretario asintió con una media sonrisa. —¡Dímelo, dímelo!
Las puertas se abrieron y el hombre salió del elevador, jalando con fuerza y prisa a su fiel secretario, ambos saludaron rápidamente a su secretaria, la cual estaba fuera de la oficina del jefe y sonrió al verlos apurados.
El hombre entro, hizo entrar a su secretario y cerró la puerta con seguro, se giró y miró expectante e intrigado a su fiel trabajador.
—¿Qué averiguaste? — preguntó.
—Bien, le diré, pero no se vuelva loco por la información, ¿Está bien?
—¡Sí, sí, ya dímelo, rápido!
El secretario soltó un suspiro y formó una sonrisa.
—Su hija está viva.
Y aquello, era una excelente noticia.