Cap 10

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Tatiana Mejía

Era increíble cómo las cosas con Richard podían cambiar de un segundo a otro. Tan rápido pasábamos de reírnos a discutir, y después, como si nada, volvíamos a estar juntos en algún rincón del colegio. Era como un ciclo del que ninguno podía escapar, aunque muchas veces lo intentamos, o al menos, yo lo intenté.

Aquel día empezó como cualquier otro, con el profesor pidiendo silencio en el salón. Pero había algo diferente en el ambiente. Se sentía una especie de tensión en el aire que no podía explicar, como si todos estuvieran esperando que algo importante sucediera. Y yo, a pesar de intentar actuar normal, sentía los nervios en el estómago, una mezcla de ansiedad y... ¿expectativa? No quería admitirlo, pero ya no podía negar que esperaba cualquier excusa para acercarme a Richard.

Esa mañana, mientras el profesor repasaba los temas del examen de inglés, Richard estaba en la última fila, medio recostado sobre la silla, con esa actitud de "me vale" que siempre le sale tan natural. Yo, tratando de concentrarme, decidí ignorarlo y enfocarme en mi libreta, anotando cada cosa que el profe decía.

-A ver, ¡grupo Mejía y Ríos! -llamó el profesor, sacándome de mis pensamientos-. ¿Qué tal va el proyecto?

Me giré de inmediato y miré a Richard, quien, al ver que lo llamaban, se limitó a encogerse de hombros.

-Pues... bien, profe. Ahí vamos avanzando -respondí, esperando que Richard no dijera algo que nos metiera en problemas.

Pero, para mi sorpresa, él también respondió, aunque con su tono sarcástico de siempre.

-Sí, profe, tranquilos, que Tatiana se encarga de todo. Ella siempre lleva el control -dijo, mirándome con una media sonrisa burlona.

Sentí cómo se me subían los colores al rostro. Sabía que estaba jugando, pero igual me incomodaba que hablara como si yo fuera una controladora obsesiva. No era para tanto... o eso pensaba yo, al menos.

El profesor asintió, ajeno a la tensión entre nosotros, y nos indicó que pasáramos al frente para explicar lo que llevábamos hecho. Me levanté, tratando de mantener la calma, y Richard me siguió, caminando con esa confianza que siempre parecía acompañarlo.

Estando al frente del salón, empezamos a hablar sobre nuestro proyecto. Todo estaba saliendo bien; yo exponía las ideas principales y Richard hacía su parte. Pero en medio de la explicación, noté que algunos compañeros susurraban y se miraban entre ellos. Fue entonces cuando me di cuenta de que, sin querer, me había acercado demasiado a Richard, y él, en lugar de retroceder, se había quedado ahí, mirándome como si no hubiera nadie más en el salón.

Tratando de disimular, me separé un poco y continué hablando, aunque mi voz sonaba algo más débil. Sabía que nuestros compañeros estaban notando algo, pero no podía hacer nada para evitarlo. Y, lo peor, era que esa cercanía con él me dejaba más desconcentrada de lo que quería admitir.

Cuando terminamos la presentación, el profesor nos miró con una sonrisa y asintió, dándonos una calificación preliminar. Los demás aplaudieron, aunque algunos lo hicieron con esa expresión burlona que me hizo enojar. Sabía que en cuanto terminara la clase, los comentarios no se iban a hacer esperar.

-Muy bien, Mejía, Ríos. Veo que han trabajado bien juntos -dijo el profesor, haciéndome sonrojar aún más.

Después de que la clase terminara, me apresuré a salir del salón, evitando las miradas de los demás. Richard, sin embargo, no parecía tener prisa y se quedó atrás, hablando con algunos de sus amigos. Aproveché para buscar un lugar tranquilo en el patio, intentando relajarme y pensar en otra cosa, pero no pasó mucho tiempo antes de que lo viera acercarse hacia donde estaba.

-¿Te vas a esconder todo el día o qué? -preguntó, con su típico tono burlón.

-No me estoy escondiendo, solo... quería estar sola un rato -respondí, tratando de sonar indiferente, aunque sabía que él veía más allá de mis palabras.

Se sentó a mi lado, sin pedir permiso, y se quedó en silencio un momento, observando a la gente pasar.

-¿Te importa mucho lo que piensen los demás? -me preguntó de repente, sin mirarme.

Su pregunta me tomó por sorpresa, y no supe qué responder al principio. Claro que me importaba, aunque intentaba no demostrarlo.

-No, no es eso -respondí al final, sin sonar muy convincente-. Solo... no quiero que piensen cosas que no son.

-¿Y si sí fueran? -dijo, mirándome de reojo.

Su comentario me dejó helada. No sabía si lo decía en serio o si solo estaba jugando como siempre, pero en sus ojos había algo diferente. Algo que me hacía sentir incómoda y, al mismo tiempo, me atraía de una manera que no lograba entender.

-Dejá de decir bobadas -le respondí, intentando sonar molesta, aunque mi voz no salía tan firme como hubiera querido.

Él soltó una risa suave y negó con la cabeza, como si supiera algo que yo no entendía.

-¿Por qué siempre tenés que hacer todo tan complicado? -preguntó, más para sí mismo que para mí.

Me quedé en silencio, sin saber qué responder. No quería admitir que él tenía razón, que siempre buscaba una excusa para alejarme de él cuando las cosas se ponían demasiado intensas. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, me daba miedo lo que empezaba a sentir.

El resto del día transcurrió en silencio entre nosotros. Nos cruzábamos de vez en cuando en los pasillos, y aunque ninguno de los dos decía nada, sentía su mirada cada vez que pasaba cerca. Al final de la jornada, cuando ya estaba guardando mis cosas para irme a casa, él apareció de nuevo, como si estuviera esperándome.

-¿Te vas ya? -preguntó, sin preámbulos.

-Sí... ¿Por qué? -respondí, mirándolo con curiosidad.

-Nada, es que... pensé que podíamos ir a estudiar juntos para el examen de English, si querés -dijo, rascándose la nuca, como si le costara admitirlo.

No pude evitar sonreír. Verlo así, un poco vulnerable, era algo raro y, a la vez, encantador.

-¿Estudiar? ¿Vos? -bromeé, recordándole sus comentarios anteriores sobre mis "obsesiones" por las notas.

-Sí, bueno, no es para tanto -respondió, haciéndose el desentendido-. Igual, solo si querés.

Asentí, tratando de no mostrar demasiado entusiasmo, y lo seguí hasta la biblioteca. Nos sentamos en una mesa al fondo, lejos de los demás, y empezamos a revisar los temas del examen. Al principio, todo fue normal, cada uno concentrado en su libreta, pero a medida que pasaba el tiempo, la tensión entre nosotros se hacía más evidente.

En un momento, mientras repasábamos unos verbos, nuestras manos se rozaron accidentalmente. Fue un segundo apenas, pero fue suficiente para que ambos nos quedáramos en silencio, mirándonos a los ojos.

No sé cuánto tiempo pasó, pero en ese instante, sentí que el mundo se detenía. Todo lo que me rodeaba desapareció, y solo estábamos él y yo, en ese rincón de la biblioteca, compartiendo un momento que ninguno de los dos se atrevía a romper.

-Tati... -susurró, rompiendo el silencio, y su voz sonó más suave de lo habitual, como si estuviera descubriendo algo nuevo.

No supe qué responder. Solo me quedé ahí, mirándolo, esperando que él tomara la iniciativa. Sentí cómo su mano se acercaba a la mía de nuevo, esta vez intencionadamente, y el roce de su piel contra la mía me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

-¿Por qué siempre tenemos que estar peleando? -preguntó, su voz apenas un susurro.

-No sé... -respondí, sintiendo que mi voz se quebraba-. Tal vez porque... no queremos aceptar lo que sentimos.

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerme, y al instante, sentí cómo el color subía a mis mejillas. No podía creer lo que acababa de decir, pero ya era demasiado tarde.

Richard me miró, sorprendido, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

-¿Y qué es lo que sentimos, Tati? -preguntó, sin dejar de mirarme.

Quise responder, pero en ese momento, las palabras se me atoraron

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora