Cap 37

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Richard Rios

Habían pasado unos años desde aquellos días de universidad. El tiempo nos había llevado lejos de esa etapa, y ahora Tatiana y yo vivíamos juntos en nuestro propio espacio. Tenía ya 24 años y ella 23, y aunque nuestras carreras tomaron caminos distintos, habíamos alcanzado esa estabilidad que tanto soñábamos.

Para mí, el fútbol se había vuelto una meta seria. Después de muchas pruebas y entrenamientos, finalmente me había ganado un lugar en un equipo semiprofesional, y estaba decidido a seguir avanzando hasta lograrlo en el ámbito profesional. Tatiana, por su parte, había empezado a trabajar en una de las empresas más influyentes de la ciudad. Era una empresa grande, y ella tenía una posición estratégica, llena de retos, pero que iba muy bien con su perfil de líder.

Recuerdo aquella mañana en que los dos nos preparábamos para el día: ella arreglándose para una reunión importante y yo organizando mi maleta de entrenamiento. La miré por un momento, viendo cómo había cambiado con los años. Tatiana se veía más segura, su estilo reflejaba esa confianza, esa fortaleza que había cultivado.

—¿Hoy es el día de la reunión, no? —le pregunté mientras la observaba revisar algunos papeles y su computadora.

—Sí, mi amor. Y tú, ¿cómo vas con el equipo? —preguntó sonriendo.

Tatiana Mejía

Ver a Richard persiguiendo sus sueños era algo que siempre me llenaba de orgullo. Él tenía una pasión y un compromiso con el fútbol que era admirable. Sabía que había días difíciles, pero nunca dejaba que eso lo desanimara. Yo también estaba en una etapa emocionante; esta era mi oportunidad de crecer profesionalmente y, aunque las responsabilidades a veces me abrumaban, sentía que estaba exactamente donde quería estar.

Mientras estábamos en la cocina, él preparaba un desayuno rápido para los dos. Sabía que tenía que salir pronto, pero aun así se tomó el tiempo para asegurarse de que comiera antes de irme.

—Vamos a celebrar cuando salga todo bien —dijo, guiñándome un ojo.

—¿Y si sale mal? —le respondí, medio en broma, mientras tomaba el café que él había preparado.

—Igual celebramos. Siempre hay algo que celebrar, nena. La vida sigue, y estamos juntos en esto.

Tatiana Mejía

Esa misma noche, llegué a casa agotada. La reunión había sido intensa, llena de decisiones que parecían tener el peso del mundo, pero al final sentí que había dado lo mejor de mí. Richard ya estaba en casa; se había duchado después del entrenamiento y me esperaba en la sala, con esa sonrisa que me hacía olvidar el cansancio.

—¿Qué tal te fue, Tati? —me preguntó, abriendo los brazos para recibirme.

Me dejé caer en ellos, dejando escapar un suspiro profundo.

—Salió bien, ¿sabes? No fue fácil, pero creo que lo logré —le respondí con una sonrisa de alivio, apoyando mi cabeza en su pecho.

Él pasó su mano por mi cabello, acariciándolo suavemente.

—Sabía que lo ibas a lograr. Eres una berraca, ¿me entendés? —me dijo con esa voz segura que siempre lograba transmitirme calma—. Hoy te toca descansar, ya mañana pensás en lo que sigue.

Nos quedamos así, abrazados en silencio, sintiendo el latido de nuestros corazones sincronizados, recordando lo lejos que habíamos llegado. Richard y yo habíamos compartido tantas cosas, tantas etapas, y aquí estábamos, construyendo el futuro que soñamos juntos.

Richard Rios

Al día siguiente, le propuse que tomáramos el fin de semana para hacer algo especial. Los dos habíamos estado tan inmersos en el trabajo y en nuestras metas que hacía tiempo no escapábamos juntos de la rutina. Decidimos irnos de paseo a un pueblito cercano, alejados del ruido de la ciudad, para disfrutar de esos momentos que siempre nos recargaban.

El sábado, salimos temprano en la mañana y manejé mientras ella iba cantando cada canción que salía en la radio. Me encantaba verla así, tan libre, tan feliz. Llegamos al pueblito y paseamos por las calles empedradas, explorando las tiendas de artesanías y probando comida típica en la plaza. Era un plan sencillo, pero esos eran los momentos que realmente nos conectaban, esos en los que no necesitábamos más que la compañía del otro.

Más tarde, mientras caminábamos cerca de un mirador, me detuve un momento para observar la vista. Ella se acercó a mí y, sin decir nada, entrelazó sus dedos con los míos.

—A veces me pregunto si esto es un sueño —le dije, mirándola a los ojos—. Todo esto que hemos construido juntos.

Ella sonrió, recargando su cabeza en mi hombro.

—Si es un sueño, no quiero despertar.

Tatiana Mejía

De regreso a casa, sentí que este fin de semana me había dado una nueva perspectiva. Sabía que cada uno de nosotros tenía sus metas, sus retos, pero al final del día, lo que realmente importaba era tenernos el uno al otro. Y, aunque la vida nos llevara por caminos diferentes en nuestros trabajos, siempre encontrábamos la forma de regresar a casa juntos, más fuertes que nunca.

Esa noche, mientras nos acomodábamos en la cama, le agradecí por este tiempo, por la paciencia, y por ser mi compañero en todo sentido. Él simplemente me abrazó y, con un susurro en la oscuridad, me dijo:

—Siempre voy a estar aquí, Tati. Pase lo que pase, somos un equipo.

Cerré los ojos, segura de que no importaba cuán complicada se pusiera la vida, porque Richard y yo enfrentaríamos todo juntos.

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora