Richard Rios
Esa semana después de la presentación fue un caos. A pesar de que me repetía a mí mismo que no iba a pensar más en Tatiana, mi mente parecía no entender el mensaje. Iba al colegio todos los días con la intención de ignorarla, pero cada vez que la veía, algo me empujaba a mirarla un poco más de lo necesario, como si la estuviera descubriendo por primera vez.
Después del colegio, un día me fui con los parceros al parque. El plan era desestresarse y, claro, meterle algo de fútbol como siempre. Pero, no sé cómo, ellos empezaron a notar que yo andaba "diferente". Se dieron cuenta de que me distraía más, y de una vez empezaron a burlarse.
—Ve, Richard, ¿es cierto que ahora estás de grupo con la china esa? —me dijo Pipe, soltando una carcajada—. ¡Te van a hacer cambiar de estilo, perro! Ya te veo comprándote los Mary Janes de ella y todo.
Rodé los ojos, haciéndome el que no me importaba.
—Ustedes no entienden nada —les respondí, encogiéndome de hombros—. Es un trabajo más, no hay nada raro en eso.
Pero sabía que estaba mintiendo, y ellos también. Cada vez que uno de ellos mencionaba a Tatiana, sentía una mezcla de incomodidad y algo que no podía nombrar, como si una parte de mí estuviera empezando a aceptar que no me era tan indiferente.
Al día siguiente, en la hora del descanso, no esperaba encontrarme con ella. Normalmente, ella estaba con sus amigas en la otra esquina del patio, pero ahí estaba, sola, y me miraba como si me estuviera esperando. Sin pensarlo mucho, me acerqué, fingiendo la misma actitud de siempre.
—¿Qué, Mejía? ¿Te dejaron sola las viejas esas o qué? —le solté, con una sonrisa de lado.
Ella se cruzó de brazos y sonrió también, como si estuviera esperando justo ese comentario.
—Ah, ¿y vos qué? ¿Te dejaron solos los malos de la película o qué? —me respondió, con esa manera suya de nunca quedarse callada.
Me reí y nos quedamos un momento en silencio, hasta que ella bajó la mirada y comenzó a hablarme en un tono más serio.
—Pues, la verdad es que me ha ido bien desde lo de la presentación. Aunque no creas, sí me gustó trabajar contigo. Sos… distinto a lo que pensé —me dijo, con una honestidad que no me esperaba.
Esa confesión me dejó medio frío. No estaba acostumbrado a que alguien hablara tan directamente conmigo, y mucho menos ella, que parecía siempre tan preocupada por cómo la veían.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo pensaste que era? —le pregunté, sin borrar la sonrisa, aunque algo en mí realmente quería saber su respuesta.
—No sé, Richard, uno siempre te ve en los descansos, haciendo tus cosas, y yo pensaba que no te importaba nada ni nadie. Pero en el proyecto… vi que sí te importa hacer las cosas bien —me respondió, mirándome con seriedad.
No supe qué decir. Era como si ella hubiera visto algo que ni yo sabía que tenía, algo que ni siquiera me había planteado. Me quedé en silencio, sin mirarla directamente, tratando de entender por qué su opinión me importaba tanto.
Esa tarde, en vez de ir a jugar fútbol como siempre, me fui directo a mi cuarto. Puse música para despejarme, pero cada canción me hacía pensar en ella, en su sonrisa, en cómo había cambiado la imagen que tenía de mí.
Estaba enredado en mis propios pensamientos cuando mi mamá tocó la puerta. Me miró con esa cara de que sabía que algo andaba raro, pero no me preguntó nada.
—Hijo, voy a salir un rato, ¿querés que te traiga algo? —me preguntó, dándome una excusa para no pensar tanto.
—No, mamá, tranquila —le dije, dándome cuenta de que ella también había notado mi actitud diferente.
Al día siguiente, me di cuenta de que estaba esperando ver a Tatiana, y eso me asustó. En clase, traté de concentrarme, pero cuando ella llegó y se sentó al otro lado del salón, mis ojos la buscaron casi por instinto. No sé, era como si cada cosa que hacía, cada movimiento suyo, me llamara la atención de una forma que nunca me había pasado con nadie.
Cuando terminó la clase, la profesora se acercó y anunció que quería que siguiéramos trabajando juntos en otros proyectos. Todos en el salón murmuraban, y aunque no era nada oficial, ya todos sabían que a mí no me gustaba quedarme en ese tipo de trabajos. Pero, esta vez, no dije nada, porque la verdad era que quería seguir viendo a Tatiana, aunque me costara admitirlo.
Al otro día, en el recreo, estaba con mis amigos en la cancha cuando la vi caminando sola hacia la biblioteca. Ni siquiera pensé antes de reaccionar; casi sin darme cuenta, les dije a los parceros que iba a hacer otra cosa. Apenas me alejé un poco, escuché los comentarios de burla:
—Ah, vea pues, Richard dejando la cancha. ¿Será que la chica sí tiene ese poder? —bromeó Pipe, haciéndome señas.
Les saqué el dedo, riéndome, y me dirigí a la biblioteca sin más excusas. No entendía por qué, pero tenía ganas de hablar con ella, de entender por qué sentía que ella lograba ver más allá de todo el cuento de "chico malo" que tenía montado.
La encontré sentada en una mesa cerca de la ventana, hojeando un libro que, seguro, era para una de sus clases. No se dio cuenta de que me había acercado hasta que ya estaba parado frente a ella.
—¿Y entonces? ¿Estudiando tanto, Mejía? —le dije, en tono burlón, tratando de que no notara que estaba nervioso.
Ella levantó la mirada y, en lugar de hacer el típico gesto de fastidio, sonrió de lado, como si ya supiera que iba a aparecer.
—¿Y vos? ¿Qué hacés aquí? —respondió, alzando una ceja—. ¿No se supone que tenés una reputación que mantener?
Me reí y me encogí de hombros, sentándome sin pedir permiso.
—Sí, pero vos también tenés fama de ser la "niñita perfecta", ¿no? —le dije, provocándola un poco, aunque en realidad no pensaba eso. Cada día me daba cuenta de que ella era más real de lo que aparentaba.
Ella dejó el libro a un lado y me miró, como si estuviera tratando de descifrar lo que realmente quería decir.
—¿Y eso qué? A veces las apariencias engañan, Richard —dijo en voz baja, casi como si hablara para sí misma—. Uno no siempre es lo que todos creen.
Algo en sus palabras me pegó más de lo que esperaba. Era como si, de algún modo, ella entendiera lo que yo mismo no quería admitir. Ambos nos habíamos formado una imagen del otro sin realmente conocernos, y ahora, después de pasar tiempo juntos en el proyecto, esas primeras impresiones se estaban desmoronando.
Pasamos los siguientes minutos hablando de cosas simples: de las clases, de la música que nos gustaba, hasta de cosas tan bobas como las películas. Fue raro, porque nunca pensé que terminaría hablando con ella de esa manera, sintiéndome cómodo, sin esa necesidad de aparentar que nada me importaba. Era como si Tatiana viera más allá de la actitud, y eso me desarmaba.
De repente, sonó la campana, y aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos sabíamos que habríamos preferido seguir ahí un rato más. Me levanté despacio, dándome cuenta de que había algo entre nosotros que cada vez era más difícil de ignorar. Cuando me estaba yendo, ella me detuvo.
—Richard, espera. Gracias por... venir, supongo. Fue raro, pero... chévere —me dijo, sonriendo con esa sinceridad que tenía.
Le sonreí también, intentando que no se notara demasiado lo mucho que me había gustado estar con ella.
—Nos vemos luego, Mejía. No creas que esto me cambia. Todavía tengo fama que mantener —le respondí, guiñándole un ojo.
Ella se rió y negó con la cabeza, pero su sonrisa decía otra cosa, como si supiera que yo mismo no creía en esa mentira.
Esa tarde, mientras caminaba de regreso a casa, no dejaba de pensar en todo lo que había pasado. No entendía cómo alguien como ella había logrado colarse en mi cabeza tan rápido, pero algo me decía que eso no iba a desaparecer tan fácil. No sabía qué iba a pasar entre nosotros, ni siquiera si quería que pasara algo, pero por primera vez en mucho tiempo, me sentía enredado de una forma que no podía controlar.
Y aunque intentara fingir que no me importaba, la verdad era que Tatiana Mejía había logrado hacerme ver un lado de mí que ni yo sabía que existía.
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THE BAD BOY - Richard Rios
FanficUn amor apasionado se enfrenta a la traición, donde cada decisión puede llevar a la reconciliación o a la ruptura.