Cap 34

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Tatiana Mejía

Después de la explosión de pasión que compartimos, cada día se sentía diferente. Habíamos traspasado un límite que nos unía más allá de la atracción física. El amor que compartíamos ahora era más fuerte, más profundo. Richard se había convertido en una parte esencial de mi vida, y yo en la suya.

Era un lunes por la mañana, y el aire fresco de la ciudad me abrazaba mientras me preparaba para enfrentar un nuevo día. Estaba lista para asistir a mis clases en la universidad, donde todo era nuevo y emocionante. La incertidumbre me llenaba de adrenalina, y me encantaba. Después de lo que había sucedido entre Richard y yo, me sentía más segura y lista para todo.

Elegí un outfit que reflejara mi nueva confianza: un pantalón ajustado de mezclilla, una blusa de tirantes que resaltaba mis curvas y unas zapatillas blancas que me hacían sentir cómoda. Me miré en el espejo y sonreí. Listo para conquistar el mundo. Con Max a mi lado, salí de casa con una sonrisa en el rostro, sintiéndome más fuerte que nunca.

Cuando llegué a la universidad, el bullicio de los estudiantes llenaba el aire. Me encontré con algunas compañeras de clase, y aunque nos intercambiamos algunas palabras, mi mente estaba en otro lugar. No podía dejar de pensar en Richard. Las imágenes de nuestra noche juntos se reproducían en mi mente como una película emocionante.

Al entrar a clase, me senté cerca de la ventana, disfrutando del sol que iluminaba el aula. La profesora comenzó a hablar, pero mis pensamientos estaban divagando entre las risas y las miradas que compartía con Richard. Sabía que en cada receso nos veríamos y que él haría todo lo posible para acercarse.

Efectivamente, cuando sonó la campana, mi corazón dio un vuelco. Richard apareció en el pasillo, su sonrisa iluminando todo a su alrededor. Se acercó a mí y me abrazó con fuerza.

—¿Cómo va tu día? —preguntó, mirándome a los ojos.

—Mejor ahora que estás aquí —respondí, sonriendo. No podía evitarlo; la conexión que teníamos era simplemente irresistible.

Los días pasaron rápidamente, entre clases y encuentros furtivos con Richard. Nuestra relación se sentía más fuerte que nunca. Nos apoyábamos mutuamente en la universidad, compartiendo el estrés de los estudios y las ansiedades que venían con ser estudiantes. Me había sorprendido a mí misma al darme cuenta de cuánto había crecido en estos meses.

Un día, mientras caminábamos juntos hacia la cafetería, Richard me tomó de la mano. Su toque era cálido y familiar, y eso me hizo sentir en casa. Nos sentamos en una mesa en la esquina, lejos de las miradas curiosas, y hablamos de todo: de nuestros sueños, nuestros miedos y las locuras de la vida universitaria.

—¿Ya has pensado en qué carrera quieres estudiar después de esto? —preguntó él.

—La verdad es que aún no lo tengo claro —confesé—. Hay tantas opciones que me atraen. Pero me gustaría encontrar algo que realmente me apasione.

Richard sonrió, y su mirada se volvió seria. —Te apoyo en lo que decidas, sabes que siempre estaré aquí para ti.

Ese pequeño gesto de apoyo me llenó de felicidad. Estaba acostumbrada a ser independiente, pero tener a alguien que me respaldara significaba mucho.

Con el paso de los días, la conexión entre nosotros creció, pero también aparecieron desafíos. Richard, siempre tan decidido, se comprometió a esforzarse en sus estudios de ingeniería industrial. Sin embargo, noté que algo lo estaba distrayendo. A veces, su mirada se perdía en el aire, como si estuviera lidiando con sus propios demonios.

Una tarde, mientras estaba en la biblioteca, me encontré con un grupo de compañeros de clase hablando sobre un evento universitario que se acercaba: una fiesta de bienvenida para todos los nuevos estudiantes. El ambiente era eléctrico y lleno de energía, pero no estaba segura de si quería asistir. Había algo en la idea de compartir ese espacio con Richard que me hacía sentir nerviosa.

—¿Vas a ir a la fiesta? —me preguntó un amigo.

—No lo sé. Tal vez —respondí, encogiéndome de hombros.

Cuando llegué a casa, le comenté a Richard sobre el evento. Su expresión cambió, y vi un destello de emoción en sus ojos.

—Deberías ir, Tati. Será divertido, y yo también iré. Quiero que pasemos un buen rato juntos.

—No sé, tengo un poco de miedo a enfrentar a la multitud —dije, tratando de esconder mi ansiedad.

—Lo haremos juntos. Prometo quedarme a tu lado —dijo con una sonrisa, y esa promesa me hizo sentir más segura.

La noche de la fiesta llegó, y me preparé con entusiasmo. Elegí un vestido que resaltaba mi figura y me sentía increíble. Mientras me miraba en el espejo, recordé la emoción de nuestra última noche juntos.

Richard me esperaba en la entrada de la universidad, y cuando me vio, su rostro iluminó todo a su alrededor.

—Eres una diosa —dijo, acercándose para darme un abrazo. La calidez de su cuerpo me reconfortó.

La fiesta estaba llena de música y risas. Todos estaban disfrutando de la noche, y aunque la multitud era abrumadora, tenía a Richard a mi lado. Nos movimos entre grupos de amigos, riendo y disfrutando el momento.

—¿Quieres algo de beber? —preguntó Richard mientras me miraba con esa intensidad que siempre me dejaba sin palabras.

—Sí, por favor. Algo ligero —respondí, sintiendo la electricidad en el aire.

Mientras él iba a la barra, aproveché para saludar a algunos compañeros de clase. Sin embargo, cuando volví a buscarlo, no lo encontré.

Comencé a sentirme ansiosa, y la multitud parecía volverse más densa. Justo cuando me estaba sintiendo un poco perdida, vi a Richard al otro lado de la sala. Estaba hablando con otra chica, y mi corazón se detuvo un instante. Era una chica atractiva, con una risa encantadora, y algo en su química me hizo sentir incómoda.

Respiré hondo y decidí acercarme. Cuando llegué, la conversación se detuvo. Richard me miró con sorpresa y la chica sonrió de una manera que me hizo sentir como si estuviera invadiendo su espacio.

—¡Hola, Tati! —dijo Richard, como si nada pasara.

—Hola —respondí, sintiendo cómo la tensión aumentaba.

Pasaron unos segundos que parecieron eternos. La chica sonrió y se despidió, dejándome sola con Richard.

—¿Qué estaba pasando ahí? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Solo estábamos hablando —respondió él, pero su tono parecía defensivo.

La duda comenzó a asomarse en mi mente, pero decidí no dejar que eso me afectara. La noche continuó, pero esa chispa de inseguridad se había encendido en mí.

Más tarde, cuando finalmente encontramos un rincón tranquilo para hablar, le miré a los ojos y le dije:

—No quiero que haya secretos entre nosotros, Richard.

Él asintió, y por un momento, su mirada fue sincera. Pero sabía que el camino por delante no iba a ser fácil.

La fiesta fue solo el comienzo de una nueva etapa en nuestras vidas, llena de promesas y retos. Estábamos juntos, pero el futuro aún era incierto. La conexión que teníamos era innegable, pero la inseguridad también empezaba a asomarse. La pregunta era si podríamos superarlo juntos.

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora