Cap 30

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Richard Rios

Llevaba días pensando en cómo volver a ganar su confianza. Desde que Tatiana me había dejado claro que entre nosotros no quedaba nada, algo dentro de mí se encendió y supe que no iba a rendirme. Había fallado, y lo sabía, pero también estaba seguro de que ella era la persona a la que no quería perder. Cada noche repasaba una y otra vez lo que había pasado, las decisiones que me habían llevado hasta ese punto, y más que nunca, sentía que no podía vivir con ese vacío. Tatiana merecía una disculpa sincera, merecía que le demostrara que había cambiado.

Así que, después de darle mil vueltas, se me ocurrió una idea. Sabía que las palabras ya no serían suficientes. Necesitaba hacer algo que le mostrara cuánto estaba dispuesto a luchar por ella. Empecé a planear cada detalle, cada paso, decidido a no dejar que las dudas o el miedo me frenaran. Si ella era lo que quería, iba a hacer hasta lo imposible para recuperarla.

La primera sorpresa fue algo simple, pero cargado de significado. Fui hasta una florería y elegí un ramo de sus flores favoritas, esas que alguna vez había dicho que le recordaban a su infancia. Con el corazón acelerado, se las llevé a su apartamento, sin esperar verla. Solo dejé el ramo y una nota breve: “Para la única persona que me hace sentir que soy capaz de cambiar.”

Esa misma noche, recibí un mensaje de ella. "Gracias por las flores, Richard. Pero sabes que esto no cambia nada." Lo esperaba, y aunque sus palabras eran frías, también sentía que aún había algo ahí, una mínima posibilidad de que no todo estaba perdido.

Decidido, el siguiente paso fue algo más significativo. Sabía que siempre había querido adoptar un cachorro, uno que fuera su compañero y que le diera alegría. Esa idea se convirtió en mi plan. Encontré un criadero responsable y estuve días viendo cachorros hasta que encontré uno perfecto: un pequeño golden retriever que apenas cabía en mis manos y que, desde el primer momento, parecía tener esa energía que tanto me recordaba a ella.

El día de la entrega llegó y fui hasta su apartamento con el perrito en mis brazos. Tatiana abrió la puerta y, al verme, soltó un suspiro, como si ya estuviera preparada para lo que fuera a decirle. Sin embargo, su expresión cambió al ver al cachorro. Sus ojos se iluminaron con sorpresa y, aunque intentó disimularlo, sé que algo dentro de ella se movió en ese momento.

—¿Qué es esto, Richard? —preguntó, intentando mantener la calma.

—Es para ti —respondí, acercándome y extendiéndole el cachorro—. Es nuestro hijo, como solíamos decir. Pensé que te haría feliz. Sé que esto no va a borrar todo lo que hice, pero quería darte algo que te recuerde que estoy dispuesto a cambiar.

Tatiana tomó al cachorro en sus brazos, y pude ver cómo su expresión se suavizaba. Lo acarició mientras el pequeño lamía su rostro, y por primera vez en semanas, la vi sonreír de esa forma que tanto extrañaba.

—Eres un terco, ¿lo sabes? —dijo, mirándome con una mezcla de enojo y ternura—. No puedes simplemente aparecerte con un cachorro y pensar que todo se va a arreglar.

—Lo sé, Tati —respondí, mirándola con sinceridad—. Sé que esto no soluciona nada, pero quiero que veas que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa. No puedo cambiar el pasado, pero sí puedo ser alguien mejor. Alguien que te merece.

Nos quedamos en silencio, y en ese momento, sentí que todo lo que quería decirle se resumía en esa mirada, en ese gesto de ternura hacia el cachorro que ahora descansaba en sus brazos.

—Richard… —dijo ella, suspirando y mirando al cachorro como si fuera el último resquicio de esperanza entre nosotros—. No te prometo nada. Pero puedo darte otra oportunidad, solo una, y solo porque… porque a veces, el corazón es más terco que la razón.

No pude evitar sonreír. Sabía que me había ganado un espacio, pequeño y frágil, pero al menos un espacio en su vida. Ella me estaba dando una segunda oportunidad, y estaba dispuesto a aprovecharla, a mostrarle que de verdad podía cambiar.

Esa noche, me fui sabiendo que Tatiana no era solo mi pasado, sino la promesa de un futuro que estaba dispuesto a construir junto a ella.

Tatiana Mejía

Cuando Richard apareció con aquel cachorro en mis brazos, no supe qué pensar. Parte de mí quería mandarlo a volar, decirle que nada de lo que hiciera iba a cambiar lo que pasó, pero… otra parte, una mucho más suave, no pudo evitar derretirse. Ahí estaba, sosteniendo al pequeño golden retriever con una sonrisa de disculpa y arrepentimiento que, por más que intentara resistirme, se sentía sincera.

Lo miré, con esa mezcla de rabia y cariño que aún llevaba dentro.

—Richard, ¿de verdad crees que con esto… —le dije, señalando al perrito en mis brazos— voy a olvidarlo todo?

Él bajó la mirada, como si esperara que le dijera esas palabras. —No, Tati. Sé que no es suficiente, pero quería darte algo que representara lo mucho que estoy dispuesto a hacer para que confíes en mí de nuevo. Este cachorrito… puede ser nuestro comienzo desde cero, sin el pasado pesando sobre nosotros.

Suspiré, y mientras acariciaba al perrito, sentí cómo mi corazón empezaba a ceder. Sabía que era absurdo pensar que un cachorro podría resolver los problemas que habíamos tenido, pero… había algo en su gesto que me hacía sentir que estaba siendo honesto.

Al final, lo invité a entrar. Nos sentamos en el sofá mientras el cachorro daba vueltas y mordisqueaba juguetonamente mis zapatillas. Richard me miraba, y pude ver en sus ojos una mezcla de nostalgia y esperanza.

—No prometo nada —le dije finalmente—, pero si de verdad estás dispuesto a demostrarme que cambiaste, quiero verlo con hechos, no con palabras ni regalos.

Richard asintió. —Lo entiendo, Tati. Y no pienso desaprovechar esta oportunidad. No te voy a fallar esta vez.

Durante las semanas siguientes, Richard hizo un esfuerzo genuino por recuperar mi confianza. No intentaba invadirme ni me presionaba para que nos viéramos, pero siempre estaba allí cuando lo necesitaba. Me enviaba mensajes de buenos días, preguntándome si había dormido bien, y hasta se preocupaba por el cachorrito, que ahora llamaba Max.

Un día, cuando salí de clase, lo vi esperándome con una sonrisa tranquila y una bolsa en la mano. Dentro, había una chaqueta que había visto en una tienda hacía semanas pero que no había comprado. Era un detalle pequeño, pero ver que recordaba esos momentos me hacía sentir que quizás, después de todo, estaba siendo sincero.

—Te acuerdas de cada tontería que te digo, ¿verdad? —le dije, bromeando, aunque no podía esconder una sonrisa de satisfacción.

Él se encogió de hombros. —Es que quiero que te des cuenta de que me importan hasta las cosas más pequeñas de tu vida, Tati. Hasta las cosas que tal vez tú crees insignificantes.

Fue entonces, en una de esas noches en las que me quedé dormida con Max al lado, que me di cuenta de que empezaba a confiar en él otra vez. No era fácil, claro, y no podía borrar de un día para otro el dolor que me había causado, pero… al menos podía darle el beneficio de la duda.

Nos reencontramos poco a poco, como dos personas que redescubren su amor. Conversamos sobre lo que nos había llevado a ese punto, sobre nuestras inseguridades, y aunque no era un camino sencillo, sentía que valía la pena.

Una noche, mientras me llevaba a casa, me miró con esos ojos que siempre lograban desarmarme.

—Tatiana, quiero que sepas que, si me das esta oportunidad, voy a cuidarla como lo más importante de mi vida. No voy a cometer el mismo error dos veces.

Le sonreí, tomando su mano suavemente. —No quiero promesas, Richard. Solo quiero hechos.

Y así, con ese entendimiento, nos dimos una nueva oportunidad, conscientes de que no sería fácil, pero seguros de que este intento sería más fuerte que cualquier obstáculo.

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora