Cap 22

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Tatiana Mejía

La idea de escaparnos a Barranquilla había estado rondando nuestras cabezas desde hacía días, y cuando Richard me propuso que lo hiciéramos, no pude resistir la emoción. Sin pensarlo dos veces, armamos maletas rápidamente, metiendo lo necesario para pasar un par de días en la playa, lejos de la rutina y de las miradas curiosas de nuestros papás.

Eran las seis de la mañana cuando Richard llegó a mi casa. Me aseguró que había logrado que su papá le prestara el carro, así que no perderíamos tiempo. Lo único que teníamos que hacer era llegar al aeropuerto y tomar el vuelo que nos llevaría a Barranquilla.

—Bebé, es la oportunidad perfecta. ¿Te imaginas? Barranquilla nos está esperando —me dijo con esa sonrisa que me encanta.

Mientras nos metíamos en el carro, la adrenalina me recorría el cuerpo. Sentía una mezcla de emoción y nervios. Nos dirigimos al aeropuerto, dejando atrás la ciudad y cualquier preocupación que pudiese asomarse.

El vuelo fue rápido y divertido. Nos sentamos juntos, riendo y disfrutando de la idea de que estábamos haciendo algo emocionante. Cuando aterrizamos, el calor de Barranquilla nos abrazó, y ya podíamos sentir la vibra de la ciudad.

Una vez en el aeropuerto, tomamos un taxi que nos llevó a un hotel pequeño, justo al lado de la playa. Había reservado una habitación sencilla, pero perfecta para nosotros. La idea de estar allí, solos y libres, era intoxicante.

Al dejar nuestras cosas en la habitación, salimos corriendo hacia la playa. La arena caliente bajo nuestros pies, el sonido de las olas y el viento acariciando nuestra piel nos envolvieron como un abrazo. Era como si el tiempo se hubiera detenido y solo existiéramos nosotros dos.

—Esto es una chimba —dijo Richard, tirándose en la arena y mirando al cielo.

—Sí, esto es todo lo que necesitábamos —respondí, sintiéndome feliz.

Pasamos el día nadando en el mar, jugando con las olas y disfrutando de la compañía del otro. Nos reímos tanto que sentía que mi estómago me dolía. Hicimos castillos de arena, y Richard incluso se atrevió a hacer un concurso de quién podía saltar más alto.

A la hora de almorzar, encontramos un chuzo en la playa que vendía los mejores patacones y jugos frescos. Nos sentamos en una mesa con vista al mar, disfrutando de la comida y planeando lo que haríamos esa noche.

—¿Te imaginas salir a bailar? Barranquilla tiene una rumba bacana —me dijo, mientras tomaba un sorbo de su jugo de lulo.

—¡Claro! Vamos a disfrutarlo al máximo —respondí, emocionada.

Cuando cayó la noche, nos arreglamos para salir. Me puse un vestido ligero que había traído y Richard se vistió con su mejor camisa, esa que a mí me gusta. La emoción era palpable mientras caminábamos hacia el lugar que Richard había elegido para la rumba.

El ambiente estaba lleno de energía; la música resonaba en cada rincón y la gente bailaba con alegría. Nos encontramos con un par de amigos que estaban de vacaciones también, lo que hizo que la noche fuera aún más divertida. Sin embargo, sabíamos que teníamos que ser discretos, no queríamos que nadie se enterara de que estábamos escapados.

Bailamos toda la noche, disfrutando de cada ritmo, riendo y disfrutando de la compañía del otro. Era como si el mundo se hubiera reducido a solo nosotros dos. Las miradas cómplices y los abrazos cercanos nos recordaban lo afortunados que éramos de estar juntos.

Al regresar al hotel, la adrenalina aún corría por nuestras venas. Una vez dentro de nuestra habitación, la puerta se cerró detrás de nosotros, y el silencio se convirtió en nuestra música. La conexión entre nosotros era innegable; nos miramos a los ojos y, sin necesidad de palabras, supimos que estábamos listos para dar un paso más.

THE BAD BOY - Richard Rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora