Azul se acercó a la ventana del desván, esa pequeña abertura que habían encontrado hacía años, cuando eran apenas unos niños, y que parecía conectarlos de manera misteriosa con algo más grande que ellos mismos. Se subió a un taburete y miró hacia el cielo oscuro. A su lado, Franco estaba inquieto, aún dándole vueltas a la idea de que su otro yo pudiera, de alguna forma, arrebatarle lo que tenía.
— Mamá Belén... — murmuró Azul, cerrando los ojos con suavidad —. Sé que podés oírnos. Estamos confundidos y te necesitamos. ¿Podrías venir a hablarnos? Franco está re preocupado por cosas raras y yo... yo también siento que algo no anda bien.
Franco la observó desde el suelo, su corazón latiendo más rápido de lo normal. Aunque no estaba seguro de si aquello funcionaría, había algo en la voz de su hermana que le hacía querer creer, solo por un momento, que tal vez la magia de su infancia aún existía.
El viento sopló ligeramente, moviendo las cortinas de la ventana. Unos segundos después, una luz suave, casi imperceptible, comenzó a filtrarse por la abertura. Franco se puso de pie de inmediato, su respiración se entrecortó mientras miraba hacia la ventana. Azul, sin abrir los ojos, sonrió como si supiera lo que estaba por suceder.
— ¡Mamá Belén! — exclamó Franco, casi sin aliento.
La figura etérea de Belén apareció lentamente en la ventana. No era exactamente la mujer que recordaban de su infancia, pero había algo en su esencia que irradiaba la misma calidez y amor. Su presencia llenó el desván con una luz suave y tranquila, haciendo que ambos chicos sintieran una paz que hacía tiempo no experimentaban.
— Mis amores... — dijo Belén, su voz como un susurro cargado de ternura —. Siempre los escucho, incluso cuando piensan que no. ¿Qué les pasa, mis chufos?
Franco se acercó a la ventana, sus ojos aún brillantes por las lágrimas contenidas.
— Mamá... es que... — empezó, pero las palabras no le salían. Azul, siempre más valiente, tomó la iniciativa.
— Franco está asustado — dijo con firmeza —. Conoció a su otro yo, uno que viene de otro lugar... y tiene miedo de que pueda quitarnos todo, de que Valentín, yo, incluso Abril, lo elijamos a él en lugar de a nuestro Franco.
Belén sonrió con una dulzura infinita, sus ojos celestes brillando con comprensión. Se inclinó un poco más hacia la ventana, como si pudiera tocarlos desde ese lugar entre los sueños y la realidad.
— Ay, mis chufos... cada uno de ustedes es único y especial. Nadie puede quitarles lo que son, porque lo que ustedes son no se puede robar ni cambiar. Franco, vos sos un hermano increíble, siempre lo fuiste. Y Azul... — su voz se suavizó aún más —, tu intuición es correcta. Ese otro Franco ha pasado por mucho, y está aquí porque necesita encontrar algo que perdió. Pero no está acá para arrebatarte nada, Franco. Él solo quiere aprender a ser un poco más como vos, a recordar lo que significa tener una familia que lo ama.
Franco bajó la cabeza, sus hombros relajándose un poco al escuchar las palabras de Belén. Sentía que, de alguna manera, todo lo que lo había atormentado comenzaba a desvanecerse. Azul, a su lado, asintió con la cabeza.
— Te lo dije, nene. — murmuró con una pequeña sonrisa —. Nadie te va a robar lo que sos.
— Pero... — Franco levantó la vista hacia Belén —, ¿y si él decide quedarse? ¿Y si me reemplaza?
Belén rió suavemente, su risa como una melodía que les llenaba el corazón de calidez.
— Nadie puede reemplazarte, Franco. Vos sos insustituible. Y ese otro Franco... él tiene su propio camino que recorrer. Pero siempre va a necesitar de vos, para recordar lo que es verdaderamente importante. Ambos pueden aprender el uno del otro, pero nunca, jamás, podrá ocupar tu lugar en el corazón de Valentín, de Azul, ni de Abril. Ustedes tres están conectados por un lazo que no se puede romper, ni siquiera entre universos.
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