Pasadas algunas horas, los trillizos estaban reunidos en el living, esperando a que llegaran los nuevos chufos.
Los trillizos se miraron sonrientes y escucharon que tocaba el timbre. Franco que solía ser el líder de los hermanos, se levantó y fue a abrir la puerta.
Al.abrir, bio una mujer petisa de ojos marrones acompañada por un grupo de niños. El chico saludó con alegría.
— Hola chicos, hola tía Mili, pasen, voy a llamar a la abuela, está en la cocina. — anunció el adolescente.
— Muchas gracias cariño. — Milagros sonrió.
Franco se fue a la cocina y al rato volvió con Cris y Abril. Las mujeres empezaron a charlar con Mili, mientras los trillizos se acercaron a los niños.
— Hola a todos. — Franco saludó.
— hola. — respondió una niña castaña. — Soy Sabrina.
— Un gusto, soy Franco. — el chico sonrió.
— ¿Y acá no les pegan? — preguntó una pequeña de anteojos.
— No, nadie acá hace esas cosas, acá solo hay gente buena. — respondió Azul. — Tenemos a la tía Abril que es re buena y también la abuela que hace los mejores dulces y mí hermana Sol que hace las mejores chocolatadas. — a la nena se le brillan los ojos.
Los niños nuevos sonrieron ante las palabras de Azul y se integraron con entusiasmo al grupo. Franco les mostró la casa y los invitó a sentarse en el living, donde todos compartieron risas y se conocieron mejor.
— ¿Y qué les gusta hacer en su tiempo libre? — preguntó Franco.
— A mí me encanta un poco de todo, me gusta leer pero también me gustan los deportes. Principalmente el fútbol y el boxeo.
— ¡Eso es genial! — exclamó Sol, que se unió al grupo en ese momento. — Yo también amo la lectura. Hay una biblioteca cerca, podríamos ir juntas alguna vez.
Mientras tanto, Azul y la niña de anteojos compartían historias de sus mascotas y sus travesuras. Los lazos de amistad se tejían rápidamente entre los trillizos y los nuevos amigos.
— Y tú, ¿qué te gusta hacer? — preguntó Franco a la pequeña de anteojos.
— A mí me gusta dibujar. Siempre tengo un cuaderno y lápices en mi mochila —respondió con una sonrisa. — Y me encantan los conejos.
— ¡Ay, a mí me re enganchas los conejitos y los perros, acá tenemos un perrito llamado Monchito! — Azul anunció com alegría.
— Yo tenía un perrito también pero se murió de viejito. — Fátima, que era la nena de anteojos explicó.
— ¿Che, y si jugamos la pelota en el patio? — sugirió Valentín con una sonrisa alegre.
— ¡Ay, me encanta la pelota! — agregó uno de los niños más pequeños.
— ¿Y como te llamas Bro? — preguntó el nene rubio.
— Soy Michael y vos?
— Soy Valentín, querés ser mi amigo? — Valentín lanzó su propuesta con una expresión cálida.
— ¡Claro que sí, Valentín! ¡Amigos! — respondió Michael emocionado, estrechando la mano de Valentín.
Los niños se dirigieron al patio, donde comenzaron a jugar con la pelota mientras compartían risas y anécdotas. La casa se llenó de la alegría contagiosa de los nuevos amigos, fusionándose con la calidez de los trillizos.
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