Alejo asintió con comprensión y miró a través de la ventanita de los sueños, llamando suavemente a Belén. En pocos segundos, una figura comenzó a materializarse en la luz. Era ella, con su sonrisa serena y los ojos llenos de ternura, justo como Franco la recordaba. Al verla, el corazón de Franco se aceleró y sintió un nudo en la garganta. Años habían pasado sin su madre, pero en ese instante, toda la distancia y el tiempo se desvanecieron.
— Hola, hijo — saludó Belén, su voz tan cálida y familiar que le resultaba casi increíble.
Franco tragó saliva, sintiéndose como un niño pequeño otra vez, lleno de amor y vulnerabilidad. No sabía por dónde empezar, qué palabras elegir para expresar lo que sentía. Finalmente, un susurro escapó de sus labios:
— Mamá… he soñado tantas veces con este momento.
Belén lo observó con dulzura y se acercó a la ventanita, como si quisiera cruzarla para estar aún más cerca.
— Yo también, mi amor. He estado contigo, aun cuando no podías verme. Estoy tan orgullosa de vos, de la persona en la que te has convertido. Sé que a veces te ha tocado enfrentar cosas difíciles, y lamento no haber podido estar físicamente contigo.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Franco, pero no le importaba. Se permitió sentir todo lo que había guardado por tanto tiempo, el dolor de la ausencia, la nostalgia, y, sobre todo, el amor infinito que le tenía a su madre.
— Perdóname, mamá. Por todo… por las veces que me porté mal en el cole, por embroncarme con la ventanita… por enojarme con Eudamon y por evitar mirar la ventanita.
Belén negó suavemente con la cabeza, mientras sus ojos se llenaban de ternura.
— No hay nada que perdonar, Franco. Hiciste lo que pudiste con lo que sabías, y eso es suficiente. Nunca dudes de cuánto te amo. Y ahora, al igual que siempre, estoy aquí para apoyarte en cada paso que des.
Franco sintió que su corazón se llenaba de paz, una paz que no había experimentado en años. La presencia de su madre y su padre, aunque en circunstancias tan extraordinarias, le brindaban un alivio que jamás imaginó. Con la voz temblorosa, levantó la mano hacia la ventanita, deseando que, de alguna forma, pudiera sentir el calor de su madre.
— Gracias, mamá. Gracias por todo… y por darme esta oportunidad de hablar contigo. Prometo hacer lo mejor que pueda, por vos, por papá, y por mis hermanos.
Belén sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y amor incondicional.
— Eso es todo lo que siempre he querido para vos, Franco. No importa dónde estemos, ni cómo el universo nos haya separado, mi amor siempre estará contigo.
Alejo, que había observado en silencio, puso una mano sobre el hombro de Belén y sonrió, orgulloso de su hijo. Juntos, eran un recordatorio de que el amor trascendía cualquier barrera.
— Tené fe, Fach, siempre nos vas a llevar en el corazón. Ahora vos tenés una misión importante allá, pero quiero que sepas que desde acá, nosotros vamos a estar acompañándote en cada paso.
Franco, aún con lágrimas en los ojos, asintió, sintiéndose más fuerte y con una determinación renovada.
— Los quiero a los dos. Y… prometo que haré que se sientan orgullosos.
— Ya tenemos orgullo de vos, Fran, hiciste un gran trabajo en Margarita y tenés mucho talento, el personaje de Fach te quedó genial. Prométeme que vas a hacer que tu cuento valga la pena.
— Te prometo ma, haré que valga la pena.
— Te quiero mucho, Fran.
— Y yo a vos, ma... — el joven sonrió antes de despedirse de Belén.
