Sabrina lo miró con tristeza, viendo la culpa reflejada en los ojos de su amigo. Comprendía que, aunque Franco había sido duro con su madre, también era porque desconocía toda la verdad. Se acercó un poco más y le dio un leve apretón en el hombro, intentando transmitirle algo de calma.
— No sos una basura, Franco. Sos humano, y reaccionaste con lo que sabías en ese momento. Nadie te contó lo que Belén había hecho, ni por qué había tomado ciertas decisiones. Y además, todos cometemos errores, especialmente cuando estamos confundidos o enojados — respondió con suavidad. — Lo importante es que ahora lo sabés y que tenés la oportunidad de hacer algo al respecto.
Franco respiró profundamente, sintiendo un leve consuelo en las palabras de Sabrina, pero aún con un nudo en el pecho.
— Pero, ¿cómo puedo remediarlo? No puedo borrar lo que le dije ni lo que hice. Aunque ahora entiendo un poco más, siento que no es suficiente para compensar todo lo que ya pasó.
Sabrina se quedó en silencio por un momento, buscando la mejor forma de darle un consejo.
— Tal vez, en vez de intentar compensar el pasado, podés empezar a construir desde el presente. Ahora sabés la verdad, y eso te da la oportunidad de ser diferente, de demostrarle a tu mamá todo el amor y la gratitud que realmente sentís. A veces, una acción presente vale más que mil disculpas del pasado.
Franco asintió lentamente, procesando lo que ella le decía. A pesar de su remordimiento, también se daba cuenta de que aún tenía el poder de cambiar la relación con su madre y con su familia. Sentía que, de algún modo, esa conversación con Sabrina le había dado una pequeña esperanza.
— Tenés razón. Quizás todo esto es una segunda oportunidad para mí — respondió con una sonrisa débil, pero sincera. — Voy a intentar hablar con ella y decirle todo lo que siento, aunque sea difícil.
Sabrina le devolvió la sonrisa, aliviada de ver que Franco estaba dispuesto a intentarlo.
— Eso es lo mejor que podés hacer. Estoy segura de que tu mamá te va a escuchar y va a entender que también estás tratando de entender todo esto. Y yo... siempre voy a estar acá para ayudarte en lo que necesites, no estás solo.
Franco sintió una calidez que lo llenaba de gratitud. La presencia de Sabrina, su apoyo y comprensión le recordaban que tenía personas en su vida que lo querían y estaban dispuestas a ayudarlo a sanar. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que, tal vez, no todo estaba perdido. Tenía una nueva oportunidad y estaba decidido a aprovecharla, por él y por su familia.
— Gracias, Sabri. Realmente necesitaba escuchar eso.
— De nada, Fran, pa eso están los amigos.
— Es que no puedo, no puedo verte como tal. — ese la miro serio.
— ¿Tan mal te caigo para no ser tu amiga?
— No, no es que me caigas mal, tengo un flikiti dudoso en la cabeza y lo único claro que tengo es que me gustas desde el primer día que te vi llegar al hogar.
Sabrina se quedó helada al escuchar esas palabras. No esperaba esa confesión, y su mente comenzó a procesar cada palabra, cada mirada y cada gesto de Franco en los últimos meses, buscando señales de aquello que él acababa de admitir. Su corazón latía con fuerza, y sin saber muy bien cómo reaccionar, le dedicó una mirada sorprendida.
— Franco… — murmuró, sin saber qué decir al principio. — No sabía… nunca pensé que te sentías así.
Franco bajó la mirada, visiblemente nervioso. Durante mucho tiempo había guardado sus sentimientos, temiendo que admitirlos pudiera dañar la amistad que tanto valoraba. Sin embargo, el peso de ese secreto lo había consumido, y en aquel momento, después de todo lo que había pasado, sintió que no podía seguir callando.
