El golpe

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Esquivó una patrulla que vigilaba una de las calles de los barrios ricos de París. Monsieur Le Brun, un prestigioso hombre de negocios, vivía al final de ésta misma. Tenía una duda con el Dueño de unos dos mil francos, y por eso, éste había mandado a Lumière a cobrarla sea de la forma que fuere.

Cuando estaba despejado, Denise salió corriendo hacia la puerta. Cerrada, como lo suponía. Al lado había una enredadera que se alzaba hacia una ventana que estaba entreabierta. Empezó a trepar con cuidado de que el vendaje de su torso no se deshaciera. Algunas espinas rozaron sus manos, haciéndole pequeñas heridas. Pero no le importó. Su mente tenía otras preocupaciones más importantes.

Escuchó ruidos de botas y paró de escalar.

-Esta noche está muy tranquila, ¿verdad Charron?-la voz del oficial rebotó por el ladrillo de las paredes que formaban las diferentes casas de la callejuela.

-Si, menos mal. Así terminaremos antes. Mi mujer quiere ir a un nuevo salón de baile que han abierto en el centro de la ciudad. Al parecer, es la moda ahora...

La joven escuchó la conversación aferrada a la mata. "Que no miren arriba" pensó repetidamente para sus adentros. Intentaba no hacer ningún movimiento que la delatara. Los dos hombres seguían charlando sin darse cuenta de que alguien colgaba de la enredadera. La penumbra de la calle la ayudaba a pasar desapercibida... Las manos de la chica sudaban, y hacía que se resbalara lentamente. Apretó los dientes y se movió un poco para cambiar de postura. La ventana quedaba a unos metros por encima. Miró abajo. Los guardias no tenían intención de marcharse...

De pronto, una rama crujió.

-Joder...-maldijo en un susurro. Para gran alivio suyo, los dos hombres siguieron caminando poco a poco hacia la esquina, envueltos en un debate sobre el poco sueldo que cobraban por tantas horas. Aprovechó que le daban la espalda para trepar un poco más y entrar en la ventana. La rama terminó cediendo y cayó al suelo con gran estrépito. Se acurrucó en el balcón y contempló por entre los barrotes y amparada por la oscuridad cómo los guardias miraban donde había estado hacía escasos minutos. El corazón casi se le sale del pecho por los nervios y la subida. Su espalda comenzó a quejarse, pero la adrenalina que recorría todo su cuerpo, mitigaba las molestias.

-Será un gato, vámonos-dijo uno Charron en un tono de voz cansado. Su compañero, que aún desconfiaba y seguía escrutando en la oscuridad la ventana, acabó cediendo, mientras se encogía de hombros.

La joven respiraba entrecortadamente. Se recolocó bien el vestido arremangado y las vendas. Cuando los soldados desaparecieron por la esquina, respiró hondo, secándose las perlas de sudor en la frente.

Las voces de los hombres se alejaron poco a poco. El silencio de la noche la envolvió por completo. Recuperada del esfuerzo de trepar, se levantó y entró por la ventana sigilosamente...

No pudo evitar asombrarse ante la rica decoración que había en el salón. Los tapices cubrían las paredes mostrando antiguas batallas y mujeres hermosas que reían en lo que parecía una fiesta en el bosque. Terminaban en el techo, que era igual que éstos. Parecía que aquellas gentes salieran del trozo de tela y continuaran en el mármol. Las lámparas de araña colgaban del techo, soberbias, con varias velas consumidas. Denise acarició con la yema de sus dedos la superficie de caoba, de la que estaba compuesta la mesa la cual ocupaba gran parte del lugar.

Salió del salón con cuidado de no hacer ruido, agudizando el oído por si escuchaba algún sonido fuera de lo común. Sólo se oía el canto de un viejo reloj que marcaba las horas perezosamente. Se deslizó por entre las sombras, mirando en cada habitación. No había nadie. Parecía que en aquella casa sólo vivía el burgués al que iba a ajustar cuentas... al menos eso pensó la chica al obsevar cómo el polvo se arremolinaba a su paso, bajo la luz de la luna.

Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora