Huyendo hacia la libertad

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-¿A dónde crees que vas?

Denise se removía del agarre del desconocido el cual identificó al escuchar su voz. Era el hijo de la Señora, el primogénito. Su aliento apestaba a alcohol. Estaba vestido con traje de gala. Su francés era un tanto fluido, fruto de las clases que recibía de su profesor particular todas las mañanas. A la muchacha le revolvió el estómago aquello, pues le recordaba a cuando hablaba con Lumière. Por un momento creyó que se encontraba en los Muelles, dando explicaciones a su viejo mentor.

-Suéltame, bastardo-escupió la chica con odio. Su plan estaba saliendo a la perfección y no iba a permitir que todo se fuera a pique por culpa de ese burgués.

-¿te atreves a hablarme así?-el joven la soltó y le dio un bofetón-Muestra más respeto por tus amos ¿me oyes puta?

La joven sintió su cara arder y un sutil pitido en el oído. Cayó al suelo de espaldas, sobre el césped. Notó al burgués colocarse encima de ella.

-Ahora verás lo que tiene no obedecerme.

El muchacho agarró sus muñecas y la besó de forma lasciva. La chica se removía debajo de él, ahogando sus gritos de auxilio. Cerró los ojos con fuerza. "Otra vez no" pensó, recordando la misma escena con Crantère dos meses antes "Nadie me va a tocar de nuevo". Con ese convencimiento, buscó la manera de liberar una pierna. Cuando lo consiguió, propinó con todas sus fuerzas un rodillazo en la entrepierna de su agresor. Éste la soltó dando un alarido de dolor.

-Hija de perra, te vas a enterar...-farfulló mientras se colocaba las manos en las entrepiernas. Comenzó a pegar gritos en su idioma natal, reclamando ayuda. Denise aprovechó para coger su hatillo y salir corriendo.

Escuchó el ladrido de varios perros que eran liberados por los sirvientes. Corrió con todas sus fuerzas. Comenzó a trepar por el muro gracias a una de las enredaderas que adornaban el lugar. Escuchó disparos a ambos lados. Cuando llegó por encima del muro, varios sirvientes estaban disparándole, mientras otros intentaban trepar por la enredadera. Con esa imagen, se dejó caer al vacío, chocando con fuerza en las baldosas de piedra que adornaban la calle. Su tobillo crujió, pero la adrenalina del momento hizo que no pensara mucho en él. Salió corriendo como pudo hacia una de las calles que afluentaban la avenida principal.

La oscuridad la tragó en su manto.

Corrió por varias calles, sin rumbo fijo. A lo lejos escuchaba varios perros y gritos en el idioma extraño. Se maldijo a sí misma, pues su huída no pretendía ser tan... escandalosa. Al escuchar las voces y los perros algo más lejanos, aminoró el paso. Era una ciudad nueva y estaba completamente perdida. En uno de los callejones se paró para descansar. Su tobillo le dolía cada vez más y se lo notaba hinchado. Buscó refugio entre un carromato y un portal. Necesitaba sentarse y pensar en lo que tenía que hacer en aquellas circunstancias.

-He de dormir...-se dijo a sí misma, jadeando a causa del esfuerzo-He de dormir un poco y mañana Dios dirá... No puedo seguir andando con el tobillo así... Necesito salir de esta zona de la ciudad... Y dirigirme a los muelles antes de que ellos lo hagan...

Si alguien pasara por allí, se daría cuenta de que había alguien en aquél escondite. Denise se levantó, agarrando una rama de árbol seca para usarla como bastón. Comenzó a andar callejuela abajo, alejándose todo lo posible del barrio burgués. El corazón casi se le salía del pecho y la angustia estaba presente en cada rincón de su cuerpo. Ya había pasado una de las pruebas más difíciles de la huída... ahora tenía que culminar la más difícil de todas.

Tras varias horas caminando, llegó a una plaza vacía con varios soportales. En uno de ellos, había un portal abierto, bastante escondido, el cual pertenecía a una casa de vecinos de la zona. Entró en él y se dirigió al hueco que había bajo las escaleras. Allí pasaría noche... o al menos lo intentaría...

Al día siguiente

-Avisa a tu contacto de que la muchacha huyó anoche. Y dile que venga.

Uno de los sirvientes asintió y salió del gran salón. La Señora se encontraba recostada en uno de los sillones con una toalla húmeda y fría en su rostro, la cual le aliviaba la resaca de una noche en vela rodeada de música, bailes y copas.

Estaba furiosa. Una doncella había ido en contra de sus normas huyendo de la casa. Nadie en ninguna circunstancia había hecho tal temeridad. Empezó a pensar varios castigos para la joven. No iba a permitir que alguien de su calaña cuestionara su autoridad.

-¿Me llamabais, Señora?

Un hombre bajito y de espalda curvada se inclinó ante ella.

-La chica que me trajiste de Francia ha huido. Me prometiste que era dócil y que con unos latigazos estaba bien domada.-apretó los dientes a medida que hablaba. El hombre tragó saliva, a sabiendas del chaparrón que a continuación iba a caer sobre él-¡Ha huido imbécil! Además de que ha herido a mi primogénito mientras éste intentaba agarrarla para que no huyera. ¡Te pedí una doncella, no una salvaje!-gritó, explotando a causa de la rabia que sentía en el interior.

-Lo sé, Señora, y es una doncella. Pero no sabemos qué le ha ocurrido. Quizás deberíamos de aumentar la tasa de los castigos para que así aprenda a respetar a la autoridad-habló seguidamente, un tanto nervioso-La encontraremos y se la traeremos de vuelta.

-Eso espero... no quiero que los vecinos se enteren de este pequeño accidente. Quiero que todo esto se haga en total discreción... Bastante vergüenza pasé delante de mis invitados...

-Descuide Señora, así será...

.............

Tras preguntas a varios transeúntes, encontró el Puerto. Varios barcos estaban anclados en éste, dispuestos a zarpar a tierras lejanas. Denise se cubrió la cabeza para que no la reconocieran y comenzó a caminar por los marineros de allí buscando alguna alusión de que alguno viajara a París.

-Pardon, Monsieur, ¿usted va a París?-preguntaba una y otra vez, recibiendo varios "no" o cabezadas por respuesta.

Estaba al borde de tirar la toalla cuando uno de ellos le mostró un barco francés anclado al final del puerto, casi listo para zarpar. La joven sonrió agradecida y fue corriendo hacia éste como buenamente pudo. Sintió cierto alivio al ver que el patrón del barco también hablaba francés y que no le importaba llevarla a París.

De repente, vio cómo varios hombres gritaban corriendo hacia ella. Algunos los reconocía como sirvientes de la Señora para la que trabajaba. Cogió su hatillo y subió rápidamente por la pasarela al barco. Justo en ese momento, el patrón gritó una orden y los cabos se soltaron, comenzando el barco a navegar por las aguas. Los hombres pararon en seco al borde del muelle, mirando frustrados el barco. Algunos saltaron y empezaron a nadar hacia él, pero el navío tenía el viento a favor e iba con velocidad considerable.

Denise contemplaba aquello desde la cubierta, tragando saliva. Poco a poco, la costa inglesa se fue alejando. Su libertad había comenzado.

;7N


Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora