Perdida bajo la lluvia

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Se acurrucó en uno de los portales como buenamente pudo. Desde hace una semana en la que la Señora la expulsó de su casa, no había dejado de llover. Su ropa estaba empapada, haciendo que el frío calara en sus huesos. Había conseguido robar un mendrugo de pan en una panadería, pero al instante, se lo comió. Su estómago rugía de hambre, y las fuerzas le fallaban...

No sabía a dónde ir.

Estaba perdida. Se encontró sola en un mundo lleno de bestias... Se planteó volver al Musain, pero su orgullo lo impedía. No quería que tuvieran caridad con ella, no podía aparentar ser débil delante de los demás estudiantes. La tacharían de inútil, y quizás le dirían que volviera a casa y se olvidara de la Revolución.

Encogiéndose más, enterró su rostro entre sus brazos, dejando escapar unos sollozos. Estaba cansada de la vida que llevaba. Ansiaba encontrar paz en su corazón, en su alma, pero todo eran caídas. No podía ver a su madre, pues Lumière la castigaría por permitir que encerraran a Crantère, su padre estaba muerto, había perdido el refugio que tenía en casa de la Señora...

No disfrutaba del consuelo de nadie. No tenía ninguna mano amiga que la ayudara a levantarse. Se sentía vacía, abandonada como un perro. Había caído demasiado bajo en la sociedad, donde la dignidad humana le era indiferente al mundo. Si la suerte no le sonriera, tendría que vender su cuerpo para conseguir algo de comer... y convertirse en una prostituta más del Dueño. Acabaría como su madre, presa de la locura, mientras sus horas en este mundo irían agotándose más rápido de lo esperado...

Aunque el caminar bajo la lluvia, sin rumbo, por los barrios bajos de la ciudad, hizo que sintiera su vida escapar de entre sus manos heladas. Por la noche, mientras dormía bajo un techado, una estruendosa tos la abordó inesperadamente. Pensó que se iba a ahogar. A medida que las horas pasaban, la tos no cedía, y su cuerpo empezó a pesarle, y a tiritar. Un sudor frío recorría su espalda. Empezó a sentirse físicamente mal...

Un ruido en el manto de agua la sacó de sus pensamientos. Se secó las lágrimas, y escrutó en la calle. Al fondo, dos sombras se acercaron poco a poco, como si dos fantasmas se trataran. Denise se pegó a la pared tanto como pudo, deseando fundirse con ella. Las voces de los desconocidos se iban acercando poco a poco.

¿Quién en su sano juicio iría por las calles con el tiempo que hacía? Claramente, burgueses no, por lo que quedarían un grupo con los que Denise no quería cruzarse: bandidos. Ella, con el historial que arrastraba a sus espaldas, no les tendría miedo. El problema estaba en que no sabía si dichos bandidos trabajarían para Lumière, o tendrían relación con él.

Denise cerró los ojos. De pronto, escuchó cómo un par de ladrillos sueltos en la pared resbalaban al suelo haciendo un ruido seco, debido a su ansia de querer ocultarse entre las sombras. El corazón se le paró en seco cuando las voces de los hombres enmudecieron. Se preparó para lo peor.

Inmediatamente, las dos figuras se encontraron en el arco del soportal. La chica se levantó rápidamente, olvidando por un momento el frío y la ropa mojada.

-Mira a quién tenemos aquí... ¿estás perdida mademoiselle?-preguntó uno de los hombres. La joven se fijó en que ambos estaban con las caras tapadas y amplios sombreros raídos. Apretó los dientes, y su cuerpo se tensó, como cada vez que intuía peligro.

-Parece que esta a esta gatita le han cortado la lengua. ¿Y si la hacemos hablar, Suenadinero?

-Me parece buena idea, Babel...

Denise se quedó algo perpleja al escuchar los nombres. Jamás había oído hablar de éstos. Los dos hombres se acercaron a ella lentamente, dispuestos a atraparla.

-¡Atrás!-dijo mientras sacaba uno de sus cuchillos-Un paso más y lo lamentaréis.

Ambos hombres comenzaron a reír socarronamente. Pararon y bajaron sus viseras, dejando al descubierto sus rostros.

Uno tenía una densa barba pelirroja, que le cubría casi toda la cara. El otro, en cambio, tenía una cara afilada, sin barba, lo cual le hacía más joven. Ambos parecían corpulentos, pero quizás fuera por los abrigos raídos que llevaban.

-Vaya, parece que el gato ha enseñado sus garras, Suenadinero...-dijo el de la barba, que por los datos de antes, parecía ser Babel-Va a costar llevarla a Thénardier...

-No voy a ir a ningún sitio... Dejadme en paz, si apreciáis vuestra vida.

Sabía que en las condiciones en las que estaba, no podía enfrentarse a ambos hombres. Respiró hondo, enfocando bien a sus oponentes. La fiebre no se le había bajado, y le dolía todo el cuerpo. Escuchó de nuevo la risa de los bandidos.

-Eso habrá que verlo, preciosa...

Al instante siguiente, lo que recordó la chica fue lanzar varias cuchilladas, un grito de dolor y salir corriendo, con la lluvia cayendo sobre sus hombros. Oyó varios pasos detrás de ella pero eso no le impidió seguir. En un momento dado, debido a la pesadez de su cuerpo causada por la fiebre, cayó de bruces al suelo, sumergiéndose en la oscuridad...

...

Caminó por un mar de tinieblas. ¿Estaba muerta? ¿Soñando? ¿Cómo había llegado a aquél lugar?

Una luz la cegó de pronto...

-¡No puedes pillarme Den!

Ella sonrió y salió corriendo hacia la voz. Vio a lo lejos a un chico, de unos diez años, que la miraba sonriendo. Su pelo, ondulado, bailaba con la brisa de los Muelles, al igual que la pequeña coleta que adornaba su nuca.

-¡Claro que te pillaré!-se extrañó un poco al oír su voz. Dulce, infantil, aguda... Volvía a tener siete años. Volvía a ser una niña

De repente, él desapareció. Intentó encontrarle con la mirada, pero era experto en buscar lugares recónditos para esconderse. Buscó en los barcos, en la casa de Lumière, en la cala... No aparecía.

Notó unas manos tapar sus ojos, y un susurro en su oído.

-Si no adivinas quién soy, te tiraré a los tiburones.

-¡No!-ella rió y acarició las manos del muchacho-Eres un pirata triste, que busca a su sirena.

Cuando la cala volvió a aparecer ante sus ojos, se giró y le miró a los ojos. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, quizás del frío que hacía... o por aquellos ojos verdes intensos que traspasaban fronteras.

Él sonreía, con cierta rebeldía.

-Has acertado-susurró. Al instante siguiente notó sus labios pegados en los suyos...


Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora