Venas de tinta oscura

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La música inundó la mansión conquistando cada rincón de ésta. Los invitados no paraban de charlar animadamente degustando el vino y las pequeñas delicias que los mayordomos servían sin parar, pasando entre ellos con grandes bandejas. Muchas chicas jóvenes reían coquetamente mientras que los muchachos las cortejaban caballerosamente, deseando que les concedieran el próximo baile. Las burguesas más ancianas parloteaban entre ellas sobre las últimas novedades acontecidas en una sociedad que no diferenciaba mucho de la que tenía Francia. Al parecer, también había varias insurrecciones por parte de los cartistas, un grupo revolucionario inconforme con las leyes propuestas por el gobierno del país y el cual luchaba sin cesar, movidos por los resquicios de una Revolución Industrial que al parecer había pasado las fronteras de la ciudad gala.

Denise se iba enterando de todo esto gracias a que muchos invitados eran de origen francés y, por ello, hablaban en su lengua nativa. Se sorprendió de que la paz no reinara tampoco en aquella ciudad desconocida para ella. ¿Habría también un líder revolucionario como el que desempeñaba Enjolras? Se quitó esas ideas absurdas de la cabeza, concentrándose en servir las bandejas preparadas a los mayordomos y en el momento propicio para salir huyendo de la casa, justo cuando todos estuvieran seducidos por el efecto del alcohol y de la fiesta.

Bajo su delantal, guardaba la pequeña daga improvisada que aquella tarde había elaborado con esmero. Era verdad que los nervios afloraban en su piel haciendo que un nudo se instalara en su estómago. Había repasado el plan una y otra vez, guardándose de todo detalle. Siguió sirviendo pequeños tentempiés de forma automática, sin ser consciente de lo que hacía. Deseaba acabar para poder empezar con la huída.

Una de las criadas le habló de malas formas cuando se equivocó en uno de los canapés por tener la cabeza en otra parte. De un empujón, la quitó de la mesa donde estaba trabajando, poniéndose ella misma a culminar el trabajo. Eso le dio pie para marcharse sin que nadie reparara en ella, pues todos estaban bastantes ocupados con la exquisita cena que pronto sería servida. Sigilosamente, puso rumbo a su habitación, para cambiarse de ropa y recoger al hatillo de debajo de su cama. Salió al pasillo y comenzó a andar despacio, agudizando el oído. Como era obvio, no había nadie en aquella zona de la casa, por lo que le sería fácil salir de ésta. El problema estaba a la hora de atravesar los densos jardines, pues en ellos había algunos atrevidos invitados dispuestos a disfrutar de la fría noche que les acompañaba.

Caminó paso a paso con sumo cuidado. Pasó por uno de los grandes pasillos que miraban al jardín. La fiesta estaba celebrándose en el otro extremo de la casa, por lo que la muchacha necesitaba llegar al extremo opuesto lo antes posible. De repente, escuchó a alguien pronunciar su nombre.

Una voz infantil.

Se giró y descubrió a una pequeña Magdelein de pie, vestida con un camisón rosa y una muñeca en sus brazos. La miraba algo confusa y señaló todo su atuendo y el hatillo. Denise se agachó junto a ella y le peinó un poco los rizos rubios que caían de forma graciosa por sus mejillas.

-Me tengo que ir, petite...-susurró en francés ayudándose con las manos-Mi hogar está en Francia...-volvió a decir despacio.

La niña la miró con inmensa tristeza. Desde que tuvieron ese encontronazo hacía ya unas semanas, la pequeña había encontrado en Denise a una compañera de juegos... y a una amiga. Ambas compartían en silencio y a través de dibujos su soledad y tristeza. La compañía de la pequeña burguesa había aliviado en parte el corazón atormentado de la asesina, por lo que a la joven le dolía dejar a la niña allí. No tenía otro remedio, aquella jaula de oro era su hogar. No podía llevársela consigo. Magdelein asintió aguantando las lágrimas de sus ojos. Abrazó a Denise con fuerza, a modo de despedida.

-Sé buena, bella y generosa... y sé fuerte-susurró, a pesar de que la niña no la entendía-Nos volveremos a ver... Lo prometo...

Se separó de la pequeña y siguió su camino, sin mirar atrás. Torció una esquina y se adentró en otro pasillo diferente. A lo lejos, vio un ventanal entreabierto. Empujó con todas sus fuerzas el pesado cristal y salió escurridiza a la fría noche de luna llena. El césped crujía bajo sus pies a causa de la escarcha formada. Vio a lo lejos los ventanales del Gran Salón, por lo que se apresuró un poco más antes de que algún despistado invitado la descubriera huyendo.

Justo estaba a unos escasos metros de los grandes setos que daban a la calle principal cuando alguien agarró con fuerza su brazo, tirándola hacia atrás con brusquedad.

.......................

No sabía dónde estaba. Por el aspecto que presentaba, parecía el café donde frecuentaba con sus camaradas revolucionarios, aunque en aquella ocasión no había mesas ni sillas, al igual que tampoco una barra donde el patrón del café atendía a los clientes ni la puerta principal. Nada. Era una habitación vacía. Empezó a caminar despacio hacia ningún sitio, mirando todo a su alrededor, sin saber muy bien qué estaba haciendo.

-Césaire...-escuchó de pronto, como si fuera un eco.

Aquella voz la reconocía.

Su corazón comenzó a galopar rápidamente al descubrir quién había pronunciado su nombre. Su piel era pálida, muy pálida, como si de nieve se tratara. Sus manos estaban encadenadas con grilletes oxidados que iban hacia a su punto de anclaje invisible. Sus ojos eran dos pozos sin fondo, vacíos, decorados con un azul mortal que daba escalofríos. Su cabellera negra se deslizaba por sus hombros. Sus brazos estaban llenos de una especie de líneas oscuras que recorrían sin fin todo su cuerpo, a modo de vénulas; y las cuales se mezclaban con el color de su pelo, pareciendo que éste fuera más inusualmente largo.

-Dénise...-susurró con voz ronca. Se acercó a aquella criatura con aspecto de mujer. Intentó acariciar su mejilla, pero sus dedos traspasaron su fina piel, como si la joven fuera una muchacha.

No hubo más palabras entre ellos. Se miraron sin pestañear, rodeados de un silencio frío y mortal.

-Quiero que estés conmigo para siempre...-dijo Enjolras, traspasando su mano por el pelo y las mejillas de la joven. En sus ojos sintió un escozor característico, anunciando la caída de varias lágrimas-Ojalá no te hubieras ido de mi lado... Lo siento... siento no haber cumplido la promesa...

La muchacha lo miró y sonrió. El joven líder descubrió que no era una sonrisa dulce y enigmática como otras tantas le había regalado en vida. Esta sonrisa contenía tristeza, angustia, dolor... desesperación.

-Reúnete conmigo...-susurró la chica-Reúnete conmigo...

...y estaremos juntos para la eternidad...

Enjolras se despertó de golpe. El sudor caía por su rostro y su respiración estaba entrecortada. Sintió la boca seca, acompañada de un extraño amargor. Su corazón se abría paso en su pecho de forma dolorosa.

Volvió a la realidad poco a poco. La imagen de Dénise no se le borraba de la cabeza. Se sentó en el borde de la cama, pasando sus manos por sus rizos. Las lágrimas habían resbalado por sus mejillas, pero no fue consciente de ello. Miró por la ventana. El cielo aún estaba oscuro todavía. No había indicios de las primeras señales del alba.

El joven se levantó y fue hacia la pequeña pila que usaba para asearse. Enjuagó su rostro varias veces con agua fría. Respiró hondo, deseando quitar de su cabeza aquella imagen grotesca de la muchacha que había robado su corazón. El dolor que hacía unos meses había aparcado a un lado, volvió a resurgir de entre las cenizas.

-No puedo abandonar mi tarea...-susurró, sentándose de nuevo en la cama-No puedo abandonar a Francia. Prometí que lucharía por la Patria y por ti... no puedo abandonar ahora que todo ha comenzado...

No sabía a quién se lo estaba diciendo, pero eso no importaba. Se recostó en la cama y cerró los ojos, intentando volver a conciliar el sueño... Aunque sabía que era imposible a esas alturas de la noche...



Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora