Marsellesa

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El filo de la guillotina bajó una vez más dando un golpe certero sobre el preso. Las gentes que presenciaban la ejecución en la plaza de Notre Dame ya no hacían aspavientos ante tal macabro espectáculo. Todos los días había ejecuciones por sospecha de rebelión, convirtiéndose poco a poco en una rutina, algo más en las vidas de los parisinos.

Aquél día, sin embargo, fue diferente. Entre el público, cubiertos con capuchas, varios militantes de la revolución aguardaban en silencio a que todo acabara. No podían hacer nada por aquellos pobres desgraciados, condenados a acabar su vida bajo el yugo de la guillotina. Pero había que hacer sacrificios. Su muerte no sería en vano. Salvarían muchas vidas más.

Entre los encapuchados, había varios líderes de los diferentes grupos revolucionarios asentados en distintos puntos de la ciudad gala. En cuanto el último ajusticiado fue metido en el ataúd, uno de ellos levantó un rifle y disparó contra el general de la guardia, volándole media cara.

El caos se sembró en cuestión de segundos.

Las banderas rojas como la sangre salieron a la luz. Brillaban bajo el sol de invierno.

-¡Viva Francia! ¡Muerte al rey!-gritaban algunos. Los guardias reales, un tanto confundidos, se pusieron en línea para acabar con los insurrectos. Muchos no les daban tiempo a disparar, pues el fuego de los revolucionarios les alcanzaba primero. Unos cuantos estudiantes prendieron fuego a un carromato lleno de aceite, para luego lanzarlo a la estructura en la que descansaba la guillotina, la cual comenzó a arder enseguida.

Las gentes que habían presenciado las ejecuciones corrían despavoridas a salvo. La bandera roja y tricolor era protagonista en aquella manifestación. Los que no tenían bandera o armas, alzaban enfurecidos sus herramientas del día a día, desde hachas hasta tridentes de siembra. El fervor de los militantes se expandía como la pólvora por toda la plaza. Las voces embravecidas reclamaban una y otra vez la libertad de Francia y los derechos de los ciudadanos.

Los guardias retrocedieron. El ataque les había pillado por sorpresa. En el bando revolucionario, las primeras víctimas yacían en el suelo sin vida, con la expresión furiosa aún reflejada en sus rostros.

Enjolras se secó el sudor de la frente. En su hombro descansaba una bandera escarlata mientras que su mano portaba un rifle con el que había disparado al general de la guardia. Miró a su alrededor sintiendo una especie de fuego calcinar de forma agradable su corazón. Ya se habían puesto en marcha. La Revolución había dado la cara. Ya no estaba escondida.

El carromato junto a la guillotina medio destruida formaban una especie de pequeña muralla que separaban los revolucionarios con los guardias. Ya no había disparos. Sólo un silencio sepulcral y tenso, roto por la madera consumiéndose bajo el fuego.

Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé! Contre nous de la tyrannie, l'étendard sanglant est levé!

La voz clara de uno de los líderes revolucionarios sonó en mitad del silencio. En seguida, varios acompañaron la pequeña entonación del joven estudiante. Rápidamente, todos estaban cantando lo que hoy en día conocemos como La Marsellesa.

Entendez-vous dans les campagnes mugir ces féroces soldats? Ils viennent jusque dans vos bras, égorger vos fils, vos compagnes!

Varias banderas empezaron a ondear. Las voces sonaron al unísono y con rabia a medida que el himno avanzaba.

Aux armes, citoyens! Formez vos bataillons! Marchons, marchons! Qu'un sang impur abreuve nos sillons!

Los guardias contemplaban la escena algo perturbados, esperando órdenes de los generales. Un capitán alzó su sable dando la orden de disparar, a pesar de saber que aquella pequeña batalla estaba perdida...

.................

Se apoyó en las paredes de mármol para descansar. Sus riñones se quejaban de dolor por estar agachados en una posición incómoda. Cerró los ojos un momento para descansar un poco. Llevaba toda la mañana limpiando las paredes y el suelo del salón de baile, pues la señora había organizado una fiesta esa misma noche. Había pensado que sería la oportunidad perfecta para escaparse de la casa y volver a Francia.

Se puso de nuevo rápidamente con la tarea al escuchar pasos y voces cerca de la puerta. Intentó escuchar lo que decían, pero hablaban en esa extraña lengua que aún desconocía. Aceleró el ritmo para acabar rápido y así hacer todos los preparativos para su marcha.

En cuanto acabó, Denise recogió todo y salió casi a hurtadillas hacia su habitación. No le habían dicho nada de servir el almuerzo ese día, por lo que tenía unas horas libres. Bajó a las cocinas y robó un trozo de pan con queso antes de encerrarse a cal y canto en sus humildes aposentos. Allí hizo un pequeño hatillo donde metió las pocas pertenencias que tenía. Con un alambre y una hoja de cristal se hizo algo parecido a una daga. Se la guardó en el cinto y suspiró profundamente.

Tenía que estar preparada para lo que iba a encontrarse en París. Ya cuando llegara a su ciudad natal, se encargaría de matar al Dueño con sus manos, y abolir el prostíbulo que había montado en los Muelles. Iba a hacerlo por sus padres y por Césaire... no tenía intención de descansar hasta que su propósito estuviera cumplido.

Pensó en la rebelión que Enjolras lideraba. ¿Había tenido sus frutos o seguirían esperando el momento preciso? Se apoyó en la pared al acabar de ultimar los preparativos y contempló la ventana, dejando volar su imaginación ante lo que posiblemente estaría ocurriendo en París. Aunque eso le importaba poco en aquellos momentos. Poco a poco, el cansancio hizo de las suyas y se quedó adormilada con todos esos pensamientos rondando sus sueños...

QK-o"\ 


Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora