Traicionada por última vez

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Abrió los ojos lentamente. La cabeza le daba vueltas y la mirada la tenía desenfocada. Notó sus manos maniatadas, al igual que sus pies. Un dolor agudo recorría toda su pierna derecha. Giró la cabeza, intentando saber dónde estaba. Lo último que recordaba era estar en el carro del patrón del Musain, yendo al piso de estudiantes de Enjolras.

-Será mejor que no te muevas mucho, mademoiselle...-escuchó de repente una voz conocida, la cual hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo.

Alzó la vista y vio una figura sentada en una silla, cerca de la ventana. Tenía un bastón entre sus manos y la luz del sol hacía brillar sus dientes de plata.

-¿Quién... quién...?-susurró Denise, intentando incorporarse. Pero el dolor de la pierna la paralizaba. Tenía la sensación de que sus huesos estaban rotos.

-¿Quién soy? Parece mentira que no me reconozcas después de tanto tiempo, Denise...

La joven parpadeó varias veces, enfocando la imagen. La habitación se tornó más nítida. Miró de nuevo al hombre que estaba hablando y descubrió, horrorizada, de quién se trataba. Hizo una mueca y se removió, yendo hacia la salida.

-Sí, querida, soy yo. No hagas esfuerzos inútiles, la puerta está cerrada con llave...-dijo el Dueño, con aire despreocupado-Sólo estamos aquí tú y yo...

-¿Qué quieres?-susurró la joven, buscando a su alrededor algo puntiagudo para defenderse-¿Qué es lo que quieres de mí?

El Dueño soltó una carcajada que retumbó en la habitación.

-¿Qué qué quiero? Mon Dieu, niña, ¿acaso no lo sabes? Has sido bastante escurridiza para mí, a pesar de enviarte lejos de París.-el hombre jugueteó con su cayado mientras hablaba-Me fascina la manera en la que siempre acabas huyendo de mis garras... Isabelle dio a luz a un ser... fantástico.

-No se atreva a hablar de mi madre-escupió la muchacha, sintiendo cómo el odio la embriagaba por completo. El Dueño rió de nuevo.

-Isabelle era de mi propiedad, a pesar de que esté muerta-siseó el Dueño, componiendo media sonrisa-Al igual que tú. Tu madre te entregó a mí el día en que naciste. Podría haberte puesto con las demás prostitutas, podrías haber sido una buena puta si no fuera porque tu madre me suplicó que no te usara de esa forma...

-Eso ya lo sé...-susurró Denise, notando un nudo en el estómago.

-Y a pesar de darte techo, comida, protección... a pesar de todo eso, tú me lo pagas matando a mi socio...-El Dueño se levantó y se cruzó de brazos después de colocarse bien la chaqueta-Pensé que llevándote a Inglaterra, te darías cuenta de que yo no me ando con tonterías... pero ya veo que no es suficiente...

-Usted no tiene poder sobre mí. Pagué mi deuda y ahora soy libre-volvió a decir Denise, sin dejar de mirar a su captor.

-Te equivocas. Cuando contraes una deuda conmigo, es para siempre. Tu madre la tuvo cuando me pidió que no le hiciera nada a ese estúpido Louvart. Tú la tuviste cuando suplicaste lo mismo con tu estimado Enjolras... Que por cierto, veo que sigue siendo un ingenuo. Pronto morirá, al igual que tú.

-¡No! ¡Déjelo en paz!-gritó Denise, asustada por las palabras del hombre-¡No le haga nada!

Eso hizo que el Dueño riera de nuevo, con más fuerza. La confusión se adueñó de la joven, la cual lo miraba apoyada en la pared.

-No pienso hacer nada. Los soldados del rey ya se encargarán de ello pronto... Pero ahora, no me interesa ese imbécil con ideas estrafalarias...-el hombre se acercó a la chica cojeando-Ahora quiero hablar de tu castigo...

Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora