La historia del líder

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Se sentía pequeña. Muy pequeña. Notó cómo la coraza de hierro se desprendía, desapareciendo, dejando un corazón en carne viva y lleno de heridas. Supo que ya era el fin. Su vida había llegado hasta allí. La decepción consigo misma se hizo presente de inmediato. La chica fuerte y valiente que creía ser no existía. Sólo era una cobarde, la cual se escondía del peligro por culpa del miedo. Una vergüenza para todos aquellos que la conocían. Pensó en su padre. ¿Qué opinaría de ella? También recordó a su madre ¿Qué le diría si estuviera cuerda?

Pero eso ya no le importaba. Por su culpa había perdido a ambos.

En aquél momento, deseó no existir. Dejar que lo problemas la asfixiaran en un abrazo mortal, y la hundieran en lo más profundo de un pozo oscuro y vacío.

De repente, lo percibió. Dos manos alzaron su mirada con delicadeza. Dos ojos azules grisáceos la recibieron en la boca del pozo. Un beso hizo que saliera de él despacio, alzándose de nuevo... liberando sus alas marchitas.

Primero se sintió un tanto cohibida. El roce de aquellos labios cálidos hizo que un escalofrío recorriera todo su cuerpo. Instintivamente cerró los ojos. Se sintió extraña al principio, pero poco a poco se dejó llevar en aquél baile de caricias que compartían el mismo aire. El dolor de su corazón menguó.

Se sentía bien.

Aquella sensación la había tenido años atrás, muchos años atrás. Su memoria rescató un viejo recuerdo gastado en la orilla de una ría, junto a unos muelles... en compañía del niño que siempre visitaba sus sueños. Dejó que dicho recuerdo la inundara por completo, como las pequeñas olas de agua dulce que rompían en los barcos, cubriéndolos de espuma.

Se separó del muchacho. Abrió los ojos y volvió a encontrarse con el color de su mirada, parecida a un cristal de hielo fuerte e inquebrantable. Comprendió entonces todo. El por qué a sus preguntas había sido respondido con aquél beso. Enjolras sentía algo por ella. ¿Era amor? ¿Aprecio? ¿Admiración? Y lo más importante, ¿ella sentía lo mismo? No lo sabía. Es verdad que las impresiones que había recibido del joven líder no eran del todo buenas. Pero ahora que las piezas del puzle encajaban, todos los prejuicios hacia su persona se habían evaporado... desaparecido como la niebla del la mañana... dejando paso a la sensación cálida que se instaló en ella desde la primera vez que se vieron.

Ambos permanecieron en silencio, contemplándose... bebiendo de la mirada del otro...

Enjolras bajó sus manos, quitándolas de la mejilla de Denise. La muchacha suspiró levemente al notar de nuevo el contraste frío de la estancia en éstas.

-¿Y bien?-preguntó el joven líder, esperando alguna reacción de la chica. Ésta miró sus manos, entrelazadas en su regazo.

-Yo... bueno...-musitó, sin saber qué decir. Escuchó al joven resoplar y sentarse en el suelo, en una postura algo más cómoda.

-Entiendo que su corazón pertenezca a otro hombre...-dijo Enjolras, pensando en la relación de la joven con Courfeyrac-Aceptaré sin reparos la decisión que tome...-anunció, esperándose lo peor. Denise lo miró un tanto extrañada.

-Monsieur, mi corazón no está atado a nadie...-alargó una de sus manos con timidez, acariciando el brazo del chico con un poco de miedo.-Yo... quisiera pedirle disculpas. He estado juzgándole sin tener motivos suficientes para ello...-hizo una breve pausa, para que sus palabras calaran en él-Mi desconfianza ha hecho que esté tan ciega... además de que no le he agradecido todo lo que ha hecho por mí...

Enjolras escuchó mientras contemplaba la mano de ésta posada en su brazo. Aceptó y perdonó las disculpas de la joven. Aunque sabía que a pesar de eso, su corazón no las olvidaría. Él siempre perdonaba las faltas... pero nunca olvidaba...

Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora