El principio del fin

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El sonido de la puerta retumbó en la habitación.

-¿Enjolras? Venimos a curarte las heridas...

Joly no recibió respuesta alguna. Miró a Combeferre, el cual lo acompañaba con varios utensilios de medicina que solía usar en sus prácticas de la Universidad. Combeferre cogió el mango de la puerta y abrió lentamente, con cierto pavor a lo que podían encontrarse.

Desde que trajeron al joven líder al piso de estudiantes moribundo, no ha permitido que nadie entrara en su habitación. Su tozudez no le impresionaba nada a Combeferre, por lo que insitió en curar sus heridas y moratones. Su amigo pensó que estaba muerto cuando se lo encontró en la puerta de casa con una brutal paliza en su cuerpo hace ya unos días. Rápidamente llamó a Les Amis a los que tenía mayor confianza, entre ellos Joly, el joven aspirante a médico. Enjolras no medió palabra. Por más preguntas que le hacían, no arrancaban de él una mísera respuesta. ¿Quién le había hecho eso? ¿La guardia real? ¿La policía?

Sólo Combeferre se imaginaba lo que habría pasado, pues cuando lo desnudó para ver sus heridas, en la ropa había sangre y pólvora... Al ver que Denise no había aparecido en ningún momento, ató cabos y se entristeció por su amigo.

La habitación estaba casi en penumbras, levemente iluminada con una vela casi consumida por completo, dando un aspecto tétrico y fantasmal, como si la muerte estuviera allí presente. Joly sintió un escalofrío al ver la escena. Se colocó un paño en la boca inconscientemente, debido a su hipocondría. Combeferre se sentó en el borde de la cama.

-Césaire...-susurró, dando unos golpes suaves en la mejilla de su amigo. Descubrió la bandeja del almuerzo intacta-Joly ha venido a revisar tus heridas.

Como esperaba, recibió como respuesta silencio.

Enjolras tenía los ojos abiertos de par en par, ambos adornados por dos grandes ojeras. El azul de su mirada estaba apagado. En sus mejillas se percibían débilmente el rastro de lágrimas. Varias vendas cubrían su cabeza y su tórax desnudo. Parecía que el muchacho había vuelto de una cruenta guerra. Combeferre suspiró débilmente.

-Tienes que comer, Enjolras. No sé qué ha pasado, ni quién te ha hecho esto. Pero no puedes derrumbarte. Has pasado por situaciones peores...

Hizo una señal a Joly para que comenzara a revisar los vendajes. El joven estudiante encendió otra vela y comenzó su labor con extrema delicadeza. Combeferre se colocó bien las gafas y observó en silencio.

¿Qué sentía el joven líder por dentro? Ni siquiera yo, quien cuenta lo sucedido, puede explicar con palabras el tormento que aquella alma estaba sufriendo en su interior. El dolor se había apoderado de su ser. La imagen de Denise cayendo al suelo herida no se le borraba de la cabeza. Ni siquiera el mar de su mirada, el cual estaba teñido de sangre. Las palabras del Dueño resonaban en su cabeza. Muchos le habían dicho que era una locura lo que estaba haciendo... Pero esas palabras del asesino de Denise le habían dolido más que todas las anteriores recibidas.

"Me ha costado levantar un imperio de las cenizas mientras que tú tienes delirios de grandeza por montar una revolución".

"¿Piensas que todo va a salir bien, como esperas?"

"Mis chicos se encargarán de purgar los cadáveres cuando estéis todos muertos..."

En aquél instante, Enjolras sólo quería morir. Una de las causas por las que luchaba en la revolución había desaparecido. Su carácter hizo que el amor y la entrega que sentía por aquella chica fuera fuerte y seguro, un fogonazo en su corazón con una llama eterna. Pero alguien había echado agua fría, apagando aquél fuego.

El líder se había rendido.

Joly acabó con su tarea. Recogió todo y lo metió en la bandeja de metal. Salió rápidamente de la sala. Abrió la puerta y miró a Combeferre, esperando a que éste hiciera lo mismo. Pero el filósofo no hizo amago de nada, por lo que cerró despacio.

-Césaire, no puedes abandonarnos. Somos tus amigos y la Revolución casi va a estallar. ¿Piensas abandonarnos a estas alturas? ¿Dónde están tus ganas de luchar por Francia? Seguramente a ella no le gustará que estés así...

Enjolras lo miró con ojos vidriosos.

-Está muerta...-susurró con voz ronca-Ella está muerta.

-Aunque esté muerta, Césaire, no puedes dejar de luchar. ¿Te acuerdas lo que te dije? En el amor también se sufre... al igual que en la rebelión.

Enjolras no dejó de mirar a su amigo. Combeferre sintió un escalofrío en su espina dorsal al mirar directamente a aquellos ojos nublados de dolor. El líder se incorporó de repente, sentándose en la cama. Le dio la espalda a su amigo.

-Césaire, por favor... no puedes estar toda tu vida...

-Déjame en paz. Y deja de llamarme así.

-Enjolras...

-Vete.

-No me iré hasta que vuelva mi amigo...

-Tu amigo no está. Vete. ¿No lo entiendes? Ella está muerta. ¡MUERTA! Ya nada tiene sentido. El Dueño tenía razón, todo esto es una locura. Delirios de grandeza... Todos vamos a morir...

-No es ciert...

-¡DÉJAME EN PAZ! ¡VETE DE AQUÍ! ¡ELLA ESTÁ MUERTA!

Al ver la violencia de sus palabras, Combeferre salió disparado hacia la puerta. Enjolras se había levantado y lo observaba con odio. Abrió la puerta y se fue de allí. Justo cuando cerró la puerta, escuchó un estruendo de muebles rompiéndose en el interior de la habitación. Courfeyrac, Joly, Grantaire, Prouvaire y Feuilly lo observaban todo con temor en su mirada.

-Parece que ya habla...-comentó Courfeyrac.

-Mejor que lo dejemos descansar y que descargue su ira. Ya sabéis cómo es...-dijo Prouvaire, compartiendo la angustia de sus compatriotas ante la situación en la que su líder se encontraba...

..................

Sintió un sutil balanceo. Estaba en una especie de océano infinito. Su ser estaba a merced de éste. No sabía a dónde se dirigía... ¿Era aquello el lugar después de la muerte?

Escuchó varias voces de fondo. Eran ininteligibles. Miró a ambos lados, pero sólo vio un cielo azul y limpio que casi se confundía en el horizonte con el agua. No podía moverse. Sólo mirar. Y escuchar las voces.

De repente, no se encontraba en el océano. Estaba sumida en un escenario. Seguía sin poder moverse, sintiéndose como un títere a manos de un desconocido. Reconoció el lugar. Eran los Muelles. Buscó con la mirada a Enjolras, pero no había nadie. No había barcos. Todo estaba sombrío. Las casas de París vacías... muertas...

A lo lejos, dos figuras se acercaban a ella, llenas de luz.

-¿Quiénes sois?-preguntó con voz grave.

Pero no recibió respuesta. Como si la empujaran, calló de nuevo en el océano, hundiéndose. No se ahogaba. Respiraba normal... Como si fuera un fantasma.

Las voces se hicieron claras poco a poco.

-La sutura ya está. Una semana de reposo y la herida estará curada.

-¿Vivirá?

-Sí, no se preocupe. Estará a punto para cuando quiera que trabaje.

-Está bien. Que nadie entre en el camarote.

Frunció el ceño. Su cuerpo o el estado en el que se encontraba seguían balanceándose. La oscuridad la inundó de nuevo. Abandonó el océano entrando en la inconsciencia de nuevo...

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Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora