La pequeña burguesa

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Los días se le hacían interminables a Denise. Desde el encontronazo con el hijo de la Señora, no ha parado de trabajar. El alimento que le suministraban era menor que el que habitualmente recibía desde que llegó a la casa. Los azotes eran más comunes por errores ínfimos. En definitiva, la vida de la muchacha se había convertido en un verdadero infierno.

La joven tenía miedo de volverse loca. En las noches donde dormía pocas horas, veía el rostro de Enjolras en la oscuridad. La esperanza de que aún estuviera vivo era machacada sin piedad por la fusta que los criados usaban para castigarla. Las magulladuras de su piel no eran comparables con las de su corazón. Poco a poco, aceptaba la verdad sobre el destino de su amado y de su antigua vida. Todo lo pasado ya no existía. Sólo el presente.

Muchas noches, se imaginaba arrebatándose la vida para dejar de sufrir. Pero ¿de verdad era tan cobarde como para dejar de luchar? ¿Cogería el camino fácil que la libraría de todos los males que la atormentaban? ¿Qué dirían sus padres? Se asustaba ella misma por tomarse en serio aquellas consideraciones sobre la vida y el suicidio.

¿Qué era lo que la mantenía aún en la tierra? Él. Siempre él. Aunque la voz de la razón le repetía una y otra vez que el joven líder había muerto a manos del Dueño, su corazón aún conservaba una pequeña esperanza la cual se basaba en la historia de sus padres. Lo que ella sabía sobre ello era que Adrien fue malherido y amenazado si volvía por los Muelles. ¿Por qué iba a ser diferente con Enjolras? Quizás el Dueño estaba harto de que la historia se repitiera y por eso había acabado con lo que en su momento empezó. O no. Todas esas dudas la aguijoneaban por dentro todos los días a todas horas.

Una mañana de invierno estaba barriendo uno de los inmensos pasillos de la casa. Había perdido varios kilos, lo notaba en el uniforme de trabajo, que le venía grande. De repente, escuchó una voz infantil. Se giró sobresaltada y descubrió a la hija pequeña de los señores mirándola desde la puerta de su habitación. La niña habló de nuevo, abriendo más la puerta. Parecía que la invitaba a entrar. Denise miró a ambos lados asustada y siguió barriendo. No tenía ganas de que la descubrieran fallando en su trabajo. Pero la infante insistía, acabando por tirar de su vestido.

-Está bien, mademoiselle...-susurró la joven, tragando saliva y vigilando el pasillo.

Entraron en la habitación, decorada con motivos infantiles de color rosáceo. Varios juguetes estaban desperdigados por el suelo. La pequeña condujo a la muchacha hacia donde estaba su cama y una pequeña mesa con una bandeja.

La niña volvió a hablar, pero Denise no la entendía. Por los gestos, parecía que se estaba presentando.

-Yo... yo soy Denise. Y tú eres... ¿Adelein?-la pequeña negó-¿Magdelein?-aplaudió con una enorme sonrisa.

Magdelein fue a la mesa donde estaba la bandeja. Cogió un plato de bollos que le habían traído en el desayuno y que nunca comía más de dos. La joven tragó saliva y sintió su estómago rugir violentamente cuando le vino el olor a bollería. La niña le ofreció el plato que Denise no rechazó. Comenzó a comer con un poco de ansia.

Mientras satisfacía a su estómago, la pequeña Magdelein cogió unos papeles y una pluma. Se sentó en el suelo, invitando a la muchacha que lo hiciera también. Dibujó una casa con dos interrogantes grandes a los lados y se la enseñó.

-Soy de Francia, París...-respondió Denise interpretando el jeroglífico. Magdelein dibujó varias personas junto a otros interrogantes-No... mi familia está muerta...-la joven se pasó el dedo por el cuello. Magdelein compuso un gesto de tristeza. Se señaló a sí misma y dibujó otro monigote más con una carita triste.

-Alone...-dijo la niña en un susurro-I'm alone too...

Señaló el monigote y a sí misma repetidas veces. Dibujó otros monigotes de lo que parecían sus padres y su hermano. Entonces Denise lo comprendió todo. La pequeña se sentía sola entre tanto lujo. No tenía a nadie con quien pasar el tiempo. La joven sintió pena por ella pero ¿qué podía hacer? No era más que una sirvienta a la que habían despojado su dignidad a base de palos.

-No puedo hacer nada. Me castigarán.-respondió entreviendo las intenciones de la pequeña-No puedo ayudarte.

Magdelein la miró un tanto pensativa. Frunció los labios e hizo una señal de que tenía una idea. Señaló el plato vacío de bollos y a Denise y dibujó otras dos personas sonrientes, una con un vestido de sirvienta y otra con aspecto de niña.

La joven asesina se planteó seriamente el trato que le hacía la pequeña burguesa...

.....................

Los tambores resonaban en la plaza central de la ciudad. Una guillotina era atizada por el gélido viento. Varias personas se ceñían a sus abrigos y sombreros, esperando expectantes a que la ejecución se realizara.

Un joven de cabellos rizados y rubios subía al estrado maniatado, junto a una mujer y un hombre joven de su misma edad y rizos oscuros. Los tres miraban al público con mirada desafiante, sin miedo a la muerte.

-En nombre del rey, estos maleantes serán guillotinados con los siguientes cargos-leyó un guardia real-Levantamientos contra la corona, incumplimiento de las leyes y foco de revoluciones. Rebeldía y asesinato a varios guardias del rey. A fecha de 15 de Noviembre de 1831.

Nadie dijo nada.

Llevaron al joven de rizos rubios a la guillotina. Subieron la hoja afilada hasta arriba. El guardia que había leído, dio una señal, haciendo que ésta bajara a toda velocidad, cortando de un hachazo el cuello de la víctima. Otro guardia expuso la cabeza del ajusticiado a las gentes, que cuchicheaban y lanzaban pequeños gritos de horror.

Enjolras contemplaba la escena cubierto con una capucha. Miraba la escena con el corazón encogido y la rabia invadiéndole el cuerpo. Tenía que hacer algo al respecto. No podía seguir permitiendo que las gentes siguieran muriendo así por Francia, sin luchar y por la espalda. Respiró hondo varias veces y se fue de la plaza, de vuelta al Musain. Esa misma semana tenían que lanzarse a las calles a manifestarse. No podían seguir escondiéndose.

Era hora de luchar. El momento había llegado.


Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora