¿Qué estarías dispuesta a hacer?

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Las campanas de Notre Dame tocaron la media tarde. Denise las escuchó mientras contemplaba el rico retablo que presidía el interior de la Catedral. Un devoto silencio la envolvía con su manto, aunque el ruido de sus pensamientos era demasiado fuerte en su cabeza.

Las palabras de Dimitri replicaban una y otra vez en su interior, al igual que las dudas la aguijoneaban. ¿Había tomado la decisión correcta de quedarse? ¿O había cometido una locura? Al imaginarse el simple hecho de tener que abandonar a Enjolras hacía que su corazón se encogiera de dolor. Nadie se había preocupado tanto por ella como hasta ahora, excepto Adrien. Era lo más parecido a lo que la gente llamaba amor.

-En tus ojos puedo ver tristeza, hija...

Aquellas palabras la sobresaltaron. Una señora mayor vestida con un hábito gris se había sentado a su lado. El rostro le era sumamente familiar. Su mente intentó rescatar un viejo recuerdo de su memoria, un recuerdo de no hace mucho tiempo.

Un recuerdo que la guió hacia el convento de las Inglesas.

-Sor Consuelo...-musitó Denise, tragando saliva. Aquella monja la había recatado de la muerte, curando las heridas ahora cicatrizadas de la espalda, a causa de los latigazos infringidos por los hombres de Javert.

-Me agrada ver que gozas de buena salud. Me imagino que tus heridas están más que cicatrizadas...-la anciana la miró con un gesto entrañable, el cual conmovió a la chica-Aunque creo que nuevas heridas han invadido tu ser, y no son carnales... Heridas que son difíciles de curar...

La muchacha se sorprendió un poco. Abrió la boca para responder, pero la cerró, sin mediar palabra. El tiempo hace más sabio al hombre, y la monja no era una excepción. A saber cuántos desvalidos ha atendido a lo largo de su vida, a cuántas almas sumidas en la oscuridad ha conducido a la luz.

-Tu silencio me da la razón. Dime, mi niña, ¿quieres contarme algo? No has vuelto a pasar por el convento, cosa que no te echo en cara. Quizás te hayas olvidado o te ha sido imposible por tus obligaciones...-Sor Consuelo suspiró, envolviendo la mano de la joven entre las suyas arrugadas-Pero ¿sabes? Yo no me he olvidado de ti. He rezado por ti, al igual que otras almas que se han cruzado en mi camino. Soy vieja, pero mi memoria sigue siendo fuerte...

Denise miró a la mujer, con un nudo en la garganta.

-Hermana, lo siento por no ir a verla. He tenido otras cosas en la cabeza. Puede pensar que me he olvidado, pero no... quiero aprovechar para darle las gracias por todo lo que hizo por mí. Por salvar mi cuerpo y mi alma...

Sor Consuelo asintió sonriendo, cerrando los ojos.

-Estoy en este mundo para servir, hija mía...-dijo como respuesta. La chica asintió, mirando su mano entre las de la anciana.

-Tiene razón cuando dice que aún tengo heridas sin curar... Verá, tengo un pequeño problema. Mi patrón me quiere muerta, por traicionarle. Y luego hay un fantasma del pasado que ha vuelto a la vida para... atormentarme... justo cuando he encontrado la felicidad en la Revolución... Y no sé qué hacer... estoy tan perdida...

No sabía cómo habían salido esas palabras de ella. Es decir, no sabía de dónde había brotado aquella confianza. Quizás de la calidez con la que la anciana la trataba, o de sus dulces palabras...

-Entiendo...-susurró Sor Consuelo tras unos minutos de silencio, meditabunda-¿Sabes la historia de nuestro Señor? Sí, ese que está colgado de la cruz... Murió por nosotros... unos sacerdotes judíos lo entregaron a los brazos de la muerte, por traicionar las viejas costumbres de la época. ¿Y sabes qué hizo? Se entregó a ellos sin pensar, por amor... amor hacia nosotros...

La muchacha miró la estatua que precedía el altar mayor. Tragó saliva, intentando descifrar las palabras de la anciana. No dijo nada, y continuó escuchando.

-Aquellos sumos sacerdotes encontraron su castigo cuando el templo se rajó en dos... y se arrepintieron. Muchos escucharon al Hijo del Padre hablar mientras enseñaban al pueblo... y luego le traicionaron. Aquellos que se consideraban amigos de Él, lo llevaron a la cruz.-la mujer cerró los ojos-Ten cuidado, mi niña... aquellos que dicen amarte, pueden traicionarte después...

-¿Insinúa que el hombre que amo me traicionará?-cortó Denise, frunciendo el ceño, un tanto asustada por la situación.

-No es aquél a que amas, sino aquellos que te aman a ti.-Sor Consuelo miró de nuevo a la chica, con una sonrisa-En estos tiempos, hay que tener mucho cuidado. Los hombres albergan envidia en su interior, y esa envidia los conduce a la maldad, y a la oscuridad... No te dejes atrapar por ella. Ten siempre los ojos bien abiertos, y piensa qué estarías dispuesta a hacer por los que te aman.

-Por Enjolras daría mi vida...-susurró la joven, segura de que el fuego que sentía en su interior y el cual se había instalado hace ya unos meses crecía poco a poco, convirtiéndose en un amor verdadero y profundo hacia el líder de Les Amis.-Es lo único que me queda en esta vida...

-Entonces, ya sabes qué debes de hacer...-la monja suspiró, y soltó la mano de Denise. Se arrodilló y cerró los ojos, entrando en un estado de oración. La chica se levantó y salió de la Catedral, un tanto confusa por la charla con Sor Consuelo.

Pero en su interior, se podía entrever lo que realmente debía de hacer...

Una semana después

Caminaba con paso ligero por las calles de París. Su cabellera rizada brillaba bajo el sol de media tarde. Tenía ganas de llegar al piso de estudiantes para soltar sus cosas, y luego ir a verla.

La notaba un tanto extraña desde que ese tal Dimitri se presentó en sus vidas. No le hizo ni pizca de gracia, para ser sinceros. Sabía la historia que había tenido con ese muchacho, y temía que ella se fuera para siempre. Por eso estaba un poco más pendiente de Denise que de costumbre. No se fiaba de aquél amigo de la infancia. Su instinto le decía que era peligroso, y que acarrearía graves consecuencias. Pero la muchacha le insistía una y otra vez que confiara en ella.

Y eso hacía hasta aquél instante.

Llegó al edificio donde se alojaban él y sus compañeros. Subió las escaleras rápidamente y entró en el piso. Fue a su habitación y dejó la cartera encima de la cama. Resopló cansado mientras se desabrochaba un poco la camisa. Pasó sus dedos por entre sus rizos, y cogió la correspondencia que le había llegado esta mañana, y que Combeferre se las dejaba e su habitación.

Entre las cartas, había una un tanto arrugada. La abrió y se tensó al leerla. Inmediatamente, dejó caer las demás cartas en el suelo y salió de su habitación corriendo, con un nudo en el pecho.

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Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora