El nuevo mundo

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-Vamos, levanta.

Denise abrió los ojos poco a poco, haciendo una pequeña mueca. Se tomó unos segundos para situarse en la realidad antes de que notara cómo una mano apretaba su barbilla haciendo que abriera la boca.

-Los dientes los tiene bien, aunque está muy delgada. Tendremos que administrarle bastantes calorías para que trabaje bien. El precio sigue siendo el mismo, señor.

-De acuerdo, lo tendré en cuenta...

Denise aún tenía la vista un poco nublada, por lo que sólo escuchaba a dos hombres que hablaban entre ellos. Intentó descifrar lo que decían, pero estaba un tanto perturbada por el sueño y el dolor en el cuerpo. Oyó el sonido de unas monedas caer sobre la mesa y después ds brazos la levantaron bruscamente.

-Llevadla al carromato. Lady Mcfish está impaciente por conocer a la nueva doncella.

La joven tragó saliva mientras un recuerdo le venía a la mente. Había escuchado sobre el negocio que tenían el Dueño y Lumiére de traficar con mujeres. Al parecer, las prostitutas más bellas desaparecían de la noche a la mañana, alegando que habían muerto por enfermedad. Todo el mundo sabía que no era cierto, además de que el Dueño ganaba miles de francos con ese negocio. Por eso siempre iba vestido en punto, como un burgués de la alta sociedad.

Denise intentó decir algo, pero tenía la boca reseca. La vista e le fue aclarando poco a poco, viendo las siluetas de la casa y la calle. La subieron a un carromato, atándola a uno de los asientos para que no escapara. Confundida, miró a su alrededor. Por el acento, no parecía que fuera París. Incluso dudaba que estuviera en Francia. El corazón se le encogió cuando pensó en aquella posibilidad. Intentó desatarse del agarre, pero le era imposible.

Tenía que salir de allí lo antes posible y buscar a Césaire...

Un par de personas se subieron en el carromato. Empezaron a hablar una lengua que ella no entendía. Parpadeó varias veces, viendo mejor. Delante de ella había un hombre vestido con unos ropajes un tanto estrafalarios. Llevaba un monóculo en el ojo y una especie de peluca en la cabeza. A su derecha, había otro hombre vestido un poco más normal. Ambos conversaban tranquilamente mientras que el transporte se ponía en marcha, rumbo a lo desconocido.

Las calles eran parecidas a las de París, aunque las gentes eran diferentes. El cielo estaba nublado, sombrío, y las piedras de las calles yacían húmedas, señal de que había llovido. La muchacha miró todo con curiosidad y alerta. En algunas ventanas, se lucía unos estandartes con lo que parecía un escudo real. Se agarró fuerte al pasar el carromato por un bache, haciendo una mueca de dolor.

El hombre ricamente vestido la observó con detenimiento, haciendo un gesto de desaprobación.

-¿Cómo te llamas?-preguntó en un francés fluido.

Denise le devolvió la mirada y no respondió. De repente, notó el hombre de al lado cómo la agarraba del brazo y la zarandeaba.

-Te ha preguntado que cómo te llamas-dijo en un tono enfadado, el cual hizo que la joven se asustara.

-De... Denise...-murmuró.

Los hombres se miraron un momento. El que la había agarrado, dijo algo en el idioma extraño y soltó con brusquedad a la chica. Estaba sola, sin saber en qué lugar e indefensa. Tenía la incertidumbre de si Enjolras estaba muerto o no. En definitiva, andaba perdida en un mar de oscuridad.

Llegaron a una mansión situada cerca de un enorme palacio. Se bajaron del carromato y comenzaron a andar hacia ésta. Denise comenzó a entender poco a poco cuál iba a ser su destino en aquella tierra desconocida...

Mientras, en París

-¡Francia no será liberada de nuevo hasta que nos alcemos! ¡Tenemos que luchar por la justicia y la libertad! ¿Quién está conmigo?

Todos los presentes alzaron los brazos y aclamaron todos juntos al unísono. Enjolras sonrió satisfecho y miró a sus camaradas, los cuales aplaudían y animaban a las gentes.

-Lamarque nos da fuerzas en su lecho. ¡No le defraudemos! Pronto pondremos fin a la tiranía y daremos muerte al rey.

Una nueva aclamación. Enjolras dio la palabra a Courfeyrac, el cual empezó a dar un discurso esperanzador al pueblo. Miró a Combeferre, el cual le dio una suave palmada en la espalda.

-Me alegra que hayas vuelto, amigo. Estaremos contigo hasta el final.

-Lo sé... gracias por todo.

-Para eso estamos, Enjolras. Tenemos que reunirnos con los demás líderes de los diferentes sectores de la ciudad para ponernos de acuerdo con el tema de las barricadas y los suministros.

-De acuerdo, esta tarde convoca dicha reunión en el Musain. Discutiremos sobre este asunto.

Combeferre asintió y llamó a Bahorel para que lo acompañara, bajando del estrado. Enjolras volvió a poner todos sus sentidos al discurso de Courfeyrac, mientras que en su memoria, se imaginaba unos ojos color mar mirándole desde el cielo...

..........

-Así que tú eres la nueva doncella de la casa... Dime cómo te llamas.

-Denise.

-Bien, Denise, pues debes saber que has venido aquí a trabajar y servir. Serás instruida por Lady Ginger. Aquí nos tomamos muy en serio el trabajo bien hecho. Al mínimo error serás castigada ¿de acuerdo?

Denise asintió, un tanto cohibida ante tanto lujo. Miró fijamente a la señora que tomaba una taza humeante de porcelana, sentada en un mullido sillón.

-Denise, ¿lo has entendido?-repitió, un tanto seca.

-Sí...

-Sí señora para ti. Si no respondes como se debe, te quedarás sin comer dos días...

La joven tenía demasiada hambre, por lo que sus planes de fuga debían de esperar. Más le valía obedecer a aquella señora que aguantar más días sin comer.

-Sí señora

-Bien, puedes irte. Te enseñarán tus aposentos junto a los demás criados.

El hombre que la había acompañado desde el puerto hasta la casa, la cogió del brazo y se la llevó medio a rastras hacia el vestíbulo. La mansión era digna de un burgués, incluso más grande de las que había en París. Miró a su alrededor un tanto asombrada, mientras bajaba por unas escaleras, rumbo a las cocinas.

-De aquí no puedes salir sin permiso de Lady Ginger. Obedece y seguirás viva. Comete más de una infracción y morirás bajo el golpe del látigo.

Denise no dijo nada. El hombre la empujó a una estrecha habitación que constaba de un ventanuco pequeño, una pila con agua y un colchón en el suelo.

-El servicio comienza en una hora. Vístete y ve a las cocinas sin rechistar.

La muchacha vio un vestido negro y blanco encima de las mantas mugrientas.

-Monsieur, ¿sabe si el café Musain está muy lejos de aquí?-preguntó con la ligera esperanza de que aún estuviera en París, o en alguna ciudad de la capital gala. El hombre que la había acompañado alzó una ceja y se colocó bien las mangas de su chaqueta.

-En Londres no tenemos ese tipo de cafés. Además, no tienes permiso para salir de aquí, así que esa pregunta es inútil.

Con esa respuesta, cerró la puerta de golpe. La joven se sentó en el colchón notando unas lágrimas brotar de sus ojos...


Hija de los Muelles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora