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Treinta y tres

POV Jessey

Mad estaba muy feliz. Se veía linda cuando sonreía. Me la pasaba genial con ella. Creo que voy a tener que invitarla a salir más seguido, aunque solo salgamos como mejores amigos. ¿Porqué no me di cuenta antes de que entrara en su vida ese estúpido de Dylan? Solo la había engañado y la había hecho sufrir.

Por eso, yo no iba a soportar verla triste. Un día le prometí, en el edificio, después de mi rara oficialización de amistad, que la haría reír y estaría con ella. Y aunque antes haya fallado, esta vez no.

— Jess, ¿ya me dirás cuál es la sorpresa? — Maddie hizo un puchero y sonaba curiosa. Siempre lo ha sido, no me sorprende que intente hacer que le diga.

— Maddie, es la décimo quinta vez que me lo preguntas. No te lo diré, ¿ya?— la miré, no podría resistirme mucho con esa cara que ponía— Y aunque me pongas esa cara no, no arruinarás a lo que se llama sorpresa.

Noté como se volteaba molesta. Eso me puso mal. No me gustaba cuando se molestaba conmigo, o viceversa.

— Está bien. Está bien.— Volteo sonriente — No te diré nada. Pero sí te llevaré ahora. Antes de que nos hagamos más tarde.

Fuimos hacia el lugar de mi sorpresa y nos detuvimos para comprar un antifaz negro y bebidas en un minimarket.
Maddie no se esperaba lo que le tenía preparado.

— Bien, ya casi llegamos. Pero te voy a poner el antifaz para que no veas, ¿Okey?

— Okey. Pero como intentes hacer otra cosa, recuerda bien que te dije que soy cinta negra en karate.

— Ya entendí karate negra en cinta.— recordé lo que me dijo esa noche.

— ¿Ah? Creo que muchas vueltas, saltos y todo eso te ha afectado, ¿cierto? — sólo me limité a sonreír y a observarla así como estaba frente a mí.

La llevé hacia allí, había venido antes con papá aquí, cuando era niño. Ahora el problema que tenía era hacerle subir escaleras para llegar allí.

— Mad, ¿te puedo alzar? Es que para llegar al donde quiero tienes que subir escaleras, y no quiero que te tropieces o algo por el estilo.

— Eh... está bien. Pero ya sabes, no te sobrepases... — en su voz podía notar cierto nerviosismo que también me puso los nervios de punta.

La alcé, y la sostuve fuerte. No quería que se cayera. No la solté de mi fuerza hasta que llegamos arriba.

— Cierra los ojos —asintió y le fui quitando poco a poco el antifaz— ¡Sorpresa!

La llevé a otro de los edificios abandonados.

Característica tuya lo de edificios abandonados, ¡eh! habló mi subconsciente.

Aunque era de unos cuatro pisos, se podía ver lo hermosa que era la ciudad. Las luces iluminando las calles, el cielo vestido de un azul oscuro, las estrellas. Papá me trajo cuando era niño porque mi abuelo lo trajo aquí también, sólo que en ese entonces no estaba abandonado.

— Jessey, esto es...  Hermoso. ¿Cómo sabías de este lugar? Se ve la ciudad, toda la ciudad y se ve como un paisaje de fotografía. — vino hacia mí y me abrazó.

Pude sentirla más cerca que nunca otra vez. Pude oler su aroma a jazmín. Y pude corresponderle el abrazo.

— Te traje aquí por eso, papá me lo enseñó cuando era niño. Eres la primera que viene aquí conmigo. Siéntete privilegiada.

— Qué engreído.— dijo soltándome y mirándome

— Qué antisocial.—le dije y ella río recordando nuestras primeras conversaciones— Bien. Aquí se puede liberar todo lo que tengas reprimido. Si quieres o puedes gritar, grita.

No lo dudó y gritó — ¡Samuel no te odio! ¡Fuiste un gran amigo! ¡Y ya te superé, menso! ¡Viva yo! —mientras hacía eso, fui a por las bebidas. Gaseosa para ella y cerveza para mi, en lata.

— ¡Soy el mejor amigo de Maddie y estaré para ella, oyeron! ¡Así que ojalá que cuando vayas al baño te quedes sin papel! ¡Y espero te salga varicela! ¡Y tú también Rouse!

Sentí tal liberación. Fue genial, y fue genial porque Mad también estaba allí.
Le di su lata y las chocamos. Nos sentamos y empezamos a observar el hermoso paisaje nocturno que se encontraba a nuestros pies.

Lo siguiente fue lo que no esperé que sucediera. Pensé que Mad iba a decirme que le gustaba y todo, nos casaríamos y seríamos felices, pero no.

— ¡Arriba las manos los dos! —una voz fuerte sonaba del otro lado del techo — ¡Arriba las manos y acérquense lentamente!

— Maldita sea.—dijimos los dos al unísono.

Nos acercamos como lo dijo. Era un policía, tenia un arma en la mano y con la otra nos empezó a registrar. Creo que pudo sentir el olor salir de mi estómago. Maldije la hora en que compré la cerveza.

— ¿Qué hacen aquí? Son muy jóvenes para estar a estas horas en un edificio abandonado. Tal vez drogas, alcohol, sexo, drogas y sexo, drogas y alcohol... ¡Alcohol! — sí. Lo captó, captó el olor.

— ¿Sus identificaciones?— maldije también por no traer el auto con todas nuestras cosas dentro, incluso nuestras identificaciones — ¿No las traen? Eso es muy raro

— En primer lugar,— intervino Mad— ¿Qué hace usted aquí? ¿No se supone que debería estar de guardia?

— Señorita, estaba patrullando y los vecinos de aquí dijeron que oyeron gritos, me mandaron a investigar y mire con lo que me encuentro.

— Pues no estábamos haciendo nada malo. —se empezó a acercar más a mí

— ¡Pues tú no tienes tan buen olor que digamos! Los dos me acompañarán a la comisaría y harán venir a sus padres. —mientras decía eso, guardaba su arma y sacaba otra cosa.

— Señor policía, disculpe pero nadie se va a mover de aquí. Vinimos con el permiso de nuestros padres.

— ¿Y cómo se yo que eso es cierto? Es mejor estar seguros —mientras lo decía nos ataba las esposas, una en la mano de cada uno— Así si son delincuentes no podrán huir, pero si no son nada sus padres los recogerán.

Terminó de decir esto y pude ver cómo una pierna salía muy dispuesta a su destino, el policía.

La pierna era de Mad. Me quedé atónito cuando el policía cayó al suelo.

Mad me jaló haciéndome reaccionar— ¡Corre! ¡Corre!

— ¿Corre? ¡Corramos! ¡Estamos esposados tonta!

— ¡Pues entonces corramos y rápido! ¡No pienso ser detenida por una tontería!

Terminado de decir eso, empezamos la carrera para salvar nuestros traseros.

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De Mejores Amigos a NoviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora