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Treinta y ocho

Una vez que repetimos el juego en el lago, y yo evitaba a toda costa que Jessey y yo uniéramos de nuevo nuestras manos, salimos y fuimos de regreso a la casa.

En ese momento me arrepentí de haberme metido con mis jeans y mi top. Estaba empapada y lo único que tenía para cubrirme era la camisa que llevaba. Mis dientes castañeteaban.

— ¡Hey, Mad!— oí que gritó mi amigo mientras caminaba— Espera, ponte esto.— dijo mientras me cubría con su camisa, la que me llegaba más abajo de las nalgas.

Cuando me la puso, lo vi. La camisa que ya no llevaba, dejaba al aire el cuerpo que tenía, en serio, Jess estaba en forma. No podía negarlo, me entraban unas ganas de pasar mi dedo desde su cuello hasta donde termine su vientre y...

¡Maddie, basta! Ya deja de pensar en eso que no sucederá y lo sabes. Y ya deja de babear.

¿Ni siquiera puedo mirar un poquito?

Salí de mis pensamientos y le dije:— Jess, gracias, pero... Te puedes resfriar, y yo no quiero ser la que te cuide cuando tengas esos mocos verdes en la nariz, ¡iug!

— Mad, por favor.— dijo con ese aire de engreído— ¡Yo soy hombre! Y además, ¿quién se iba a negar verme así?

— ¡Qué engreído! — lo golpeé y me reí.

— Qué mala amiga eres, ¿no puedes aceptar aunque sea que haga algo por ti? Osea... No, olvídalo — pasó de ese aire suyo a un aire triste, como decepcionado.

Todo el camino de regreso nos fuimos hablando acerca de cómo sería para el próximo fin de semana. Al parecer sería hasta muy avanzada la noche y no podríamos regresar, así que su prima nos alojará en su casa de playa, a nosotros y a otros amigos suyos.

Nos cambiamos y nos pusimos algo cómodo. Almorzamos y decidimos que era momento de hacer otra cosa. Así que empezamos a jugar charadas. Jessey y yo ganamos por dos puntos. Mi amigo parecía cansado así que fue a dormir.

Ya era entrada la noche y Jessey había dormido demasiado. Decidí ir a verlo, cuando estaba por entrar, vi a Nora salir de allí.

— Está resfriado y con fiebre. Creo que no debió regresar con el pecho descubierto.

Y ahí estaba, el sentimiento de culpa.

— Disculpe. Fue mi culpa —bajé la mirada.— Lo siento. Si me disculpa entraré a verlo.

Nora me miró con cierto asombro. Parecía que hubiera entendido algo, pero no pude descifrar su expresión.

Al entrar vi a Jess en su cama, con sudor en su frente y estaba temblando. Me desesperé y fui corriendo a tocarle la frente. Estaba ardiendo y sudaba en frío.

— Jess, esto es mi culpa. Lo siento. No debiste hacer eso por mí, yo debería estar ahora así y no tú. Ay Jess.

La puerta se abrió y apareció su madre con un trapo húmedo en manos.

— Yo se lo pongo, no se preocupe. Esta noche cuidaré de él. Fue mi culpa —miré a mi amigo como pidiéndole disculpas.

Nora asintió y se fue. Puse el trapo sobre su frente. Lamentaba no haberme quedado sentada, haber entrado al lago, haber estado empapada. Lamentaba todo lo sucedido, mi amigo estaba así por mi culpa.

No pude creer lo que hizo él. En serio, me quedé paralizada. Mi amigo sacó su mano de debajo de la manta y agarró la mía que se encontraba con el trapo. Una corriente eléctrica pasó por ella. La iba a soltar, pero sucedió otra cosa, que me dejó más paralizada aún.

De Mejores Amigos a NoviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora