Capítulo 4

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-Hola, madre. Hola, padre- saludó Edward a mis tíos mirándolos a cada uno. Me miró a mí con esa mirada fría y calculadora y me recorrió de arriba a abajo -Hola, Leire- sus palabras estaban llenas de pesadez y su tono no era alegre precisamente.

-Hola, Edward- le contesté mirándole a los ojos con una expresión de terror en mi interior, aunque intenté mostrarle una expresión diferente.

Entramos los cuatro en casa. Edward miraba a su alrededor con una expresión de sorpresa en su rostro no tan blanco como el mío. Él tenía la piel un poco más oscura que yo. Tan oscura como su alma.

-Vaya, la casa está muy limpia, qué gran trabajo, madre- le dijo a mi tía.

-En realidad ha limpiado tu prima- dijo mi tía haciendo un gesto con la cabeza en mi dirección.

Edward me dirigió su mirada una vez más y volvió a recorrerme de arriba a abajo. Arqueó una ceja y sonrió de lado.

-¿Así qué has limpiado para mí?- me preguntó con ese aire de egocentrismo en su mirada.

No sabía qué responder, así que me quedé callada mirándole a los ojos mientras mis piernas empezaban otra vez a flaquear. Parecía que iba a caer al suelo en algún momento. Sin embargo, me mantuve firme y seguía devolviéndole la mirada. No sabía qué hacer ni qué decir.

-Niña, hazle algo de comer a tu primo- me ordenó mi tío.

Yo sin dudarlo, me dirigí a paso ligero hacia la cocina para no tener que seguir mirándole con el miedo en el cuerpo.

Mientras le hacía un bocadillo de jamón con queso, me preguntaba cuánto tiempo iba a estar mi primo aquí. Esperaba que no fuese mucho, no quería tenerle cerca de mí. Ya era suficiente con aguantar las humillaciones de mis tíos como para tener que aguantar también a Edward.

Al terminar el bocadillo, salí de la cocina y me dirigí al salón para llevárselo a mi primo. Después de eso, me dirigí a mi habitación y allí me quedé por un largo tiempo.

Recordaba una y otra vez aquel día en el cual, mi primo me golpeó de aquella manera. Se me repetían sus palabras en mi mente cada segundo que pasaba: "Eres una perra ladrona".

Aquella frase me había marcado bastante. Yo no era una ladrona y ni siquiera sabía que tenía dinero en sus pantalones. La culpa fue suya por meter a la lavadora aquel pantalón sin haber sacado antes el dinero. Tal vez se había perdido entre la lavadora o la secadora.

Volví a recordar a mis padres. Ya había pasado una día y suponía que ya habían llegado a Nueva York. Me pareció extraño que no me hubiesen llamado. Miré mi móvil y, en efecto, no tenía ninguna llamada ni de mi madre ni de mi padre. Pensé que se les había olvidado quitar el modo avión, así que no me preocupé demasiado.

Luego pensé en Dylan y me pregunté a dónde iríamos esta tarde, pero bueno, suponía que lo decidiríamos cuando nos viéramos, o tal vez iríamos a donde nos llevaran los pies. En verdad, Dylan no me pareció mal chico, al contrario, me pareció bastante simpático.

De pronto, oí la puerta de mi habitación cerrarse de golpe. Pensaba que había cerrado la puerta, pero al parecer no. Me giré hacia ella y vi a Edward apoyando su espalda en la puerta. Sentí mi cuerpo alterarse y los latidos de mi corazón aumentaban su velocidad. Parecía que iban a mil por hora. Le sustuve la mirada durante unos segundos.

-Hola, Leire- dijo él subiendo una ceja y hablándome con su voz grave y ronca.

No pronuncié palabra alguna, me limité a seguir sosteniéndole la mirada. El miedo que sentía en esos momentos no era ni normal, pero así era. Tenía miedo.

Hasta Que La Vida Me Sonríe (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora