Capitulo 5

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Capítulo 5

El viento se llevó rápidamente ocho años lunares, apenas fue un pestañeo para muchas criaturas. Por fin había llegado el día en el cual la luna azul aparecería desde la noche temprana. Todas las naciones tenían un tipo de celebración conmemorando el fenómeno natural que se repetía cada cincuenta años sin falta. Marcaba una nueva generación por venir.

Los Ovinos vestían ese día de blanco en honor al rey Luxor que apareció un día como ese hace milenios.

Bajaban las montañas buscando lugares cerca de los ríos dónde las luciérnagas habitaban parpadeando con su luz haciendo la noche más hermosa aún. A los habitantes de Rocallosa les gustaba atrapar luciérnagas y pedir un deseo liberándolas posteriormente.

Los Taurinos festejaban con un baile bajo la luz de la luna, ellos eran buenos danzarines y no se perderían por nada el gran baile que el palacio realizaría.

Los Antílopes Kudú cosechaba todo ese año para servir un gran banquete a todos sus ciudadanos que solían sentarse fuera de sus casas compartiendo con sus vecinos.

El reinado de los Ciervos realizaba marchas celebrando la nueva generación mientras que el reinado de las Gacelas hacía un carnaval en el desierto que empezaba desde el alba.

Y, aunque muchos no se lo imaginaran, los Búfalos también celebraban ese día con fogatas y danzas alrededor de ésta.

Por último, las naciones perdidas, pese a no tener a un rey y tradiciones oficiales, realizaban diversas fiestas y daban ofrendas a sus dioses.

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El príncipe corrió por los pasillos desesperado, él nunca perdía su compostura, siempre caminaba despacio de un lugar a otro respetando el silencio que debía mantenerse en el interior del palacio, sin embargo, sucedió algo inesperado justo ese día, sus sirvientes le hicieron saber que algo malo estaba sucediendo con la reina, tenía mucha fiebre desde la madrugada y apenas podía hablar.

La salud de la reina se marchitó desde la pérdida de su amado esposo, cada día fue peor que el otro hasta que quedó postrada en la cama para no levantarse más.

La depresión de su madre le desató otras complicaciones con los años, y ahora le estaba arrebatando la vida. La reina tenía demasiada fiebre desde el día anterior y ni las mejores medicinas lograron controlarla, se encontraba muy grave según los curanderos.

Las Ovejas que cuidaban a la reina se apartaron con la presencia del príncipe en la habitación real.

— Madre —dijo apenas muy bajo sentándose en el borde de la cama viendo su rostro demacrado. Su pecho dolió demasiado sintiendo la impotencia de no poder hacer nada para salvarla.

Ella respiraba con cansancio, su cabeza giraba apenas teniendo momentos de lucidez, pasó toda la madrugada delirando. Su único deseo era poder volver a reunirse con su rey dónde nada ni nadie podría separarlos jamás. Quería partir de ese mundo y reencontrarse con Jörg.

— Madre —repitió angustiado tomando su mano izquierda queriendo que le viese— ¿Cómo es posible? —fue una pregunta que se hizo a sí mismo, sentía que era su culpa el que estuviera agonizando ahora.

— Mi William, te pareces... tanto a tu padre —dijo respirando con dificultad, lamentaba no poder resistir más para estar con su hijo, pero consideraba que le había criado bien para ir solo por el mundo— No hay vuelta atrás.

Rey CorderoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora