capitulo 1.

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Estaba impaciente, mientras recostaba su cuerpo sobre una columna y la suela de su zapato comenzaba a impactar rítmicamente contra el suelo de mármol, despeinó su cabello, de un castaño tan oscuro que podría confundirse con el negro si no se le prestaba la atención suficiente.

Esperaba a alguien, y la espera se le estaba haciendo eterna y torturante debido al lugar en el que esperaba por esa persona, porque ese lugar era nada más ni nada menos que la gran casa de la refinada familia Takashima. No es que fuera malo, pero tampoco lo consideraba algo realmente bueno.

¡Por favor, que Uruha bajara de una buena vez!

Era la casa de uno de sus mejores amigos, pero también era la casa de quien fue y tal vez siga siendo su alumna. No, no la odiaba, ni le desagradaba... bueno, no de la forma común. Lo que pasaba era que... esa alumna, era... era jodidamente hermosa, la mujer más hermosa que hubiera visto en sus 30 años de vida.

Y la ansiedad parecía crecer más y más, hasta que escucho los pasos tranquilos de alguien, era el resonar de algún tipo de tacón contra el mármol del suelo, y rogó porque fuera su amigo y sus botines con tacón que de vez en cuando usaba, se incorporó con pesadez mientras revolvía de nuevo sus castaños cabellos, levanto la cabeza, con una mirada llena de sorna y con una sonrisa con el mismo sentimiento, dispuesto a hacer algún tipo de reclamo a Uruha, pero justo cuando algo iba a salir de su garganta y miro a quien había bajado las escaleras se quedó tieso, con la boca entre abierta y la mirada clavada en esa persona, con susto y asombro al mismo tiempo.

—Parece que vio a algún fantasma, Yutaka-san—escucho la delicia de voz resonar en sus tímpanos con fuerza. Él negó con la cabeza, mientras evitaba hacer contacto visual con la joven que aun seguía parada al pie de las escaleras, con aquel porte tan propio de sí, y que él no sabía si era una simple faceta o era algo natural, que emanaba de ella como esa exquisita belleza que poseía. Pensó con cuidado la respuesta que fuera a darle como siempre que llegaba a hablar directamente con ella pero antes de que siquiera dijera una sola sílaba, se escucharon los pasos apresurados de su amigo.
—Disculpa la tardanza, Yukkun— se disculpó, el castaño se limitó a asentir con la cabeza, el más alto paso al lado de la chica y junto con su amigo comenzó a caminar hacia la puerta principal de la casa. El castaño desvió una última vez la mirada hacia la joven que se había movido de su lugar, con elegancia y belleza, y encontró lo mismo que había contemplado desde que la conoció.

A una mujer, de apenas 17 años y 6 meses, hermosa, con su largo cabello cayéndole sobre los hombros y espalda, llegándole hasta la cadera, los mechones un poco ondulados que enmarcaban su rostro, el fleco grafilado dividido en ¾ formando una fina y densa cortina sobre el par de ojos redondos y preciosamente caracterizados a lo oriental, ni tan rasgados pero tampoco occidentales, y los pupilentes castaños que se empeñaban en ser lo más realistas posibles, intentando imitar a la perfección los característicos músculos del ojo. Las cejas perfiladas y finas, las facciones que parecían ser retocadas por varios productos de maquillaje pero del cual no había rastro alguno, los labios que eran impregnados por un arrebol y que eran exquisitos a la vista, la piel pálida y suave, las manos con dedos finos y uñas con un perfecto barniz cubriéndolas, la clavícula marcada finamente por debajo del cuello, los hombros curveados y relajados, el pecho joven y bien moldeado, la delicada cintura y la sensual cadera, las piernas torneadas, las pestañas risadas y largas, el collar que caía sobre sus clavículas, los pequeños pendientes en los lóbulos... el andar, el aroma, el porte... era la mujer más hermosa que jamás hubiera visto. Era Mystikó Takashima. La hermana menor de uno de sus mejores amigos.

Y creyó que era el peor hombre del mundo, al desearla como cualquier joven de la edad de la chica, como cualquier adolescente la desearía, pero él no era cualquier adolescente, era su profesor, 13 años mayor a ella. Y sin embargo, podía contemplar todo lo que físicamente era Mystikó en tan solo un par de segundos. Volvió su mirada a su amigo que acababa de dar un paso fuera de la casa y lo siguió, tranquilo, sin hacer evidente nada.
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— ¿Cómo ves?— su alto amigo se recargó en el respaldo de la silla mientras el sorbía otro poco de zumo de manzana.
—Sinceramente nunca creí que ella, viviendo en la familia que vive, quisiera trabajar y a su edad, cuando se supone solo quieren divertirse y haces estupideces a diestra y siniestra— dijo, mientras movía su vaso de zumo formando circunferencias. Uruha asintió, tomando un poco de sake.
—A mí también me tomó por sorpresa, pero a mi querida hermana no le puedo negar nada— asintió a lo que el más alto decía— estoy considerando asignarle algún labor no demasiado pesado.
—Claro, no quisieras que se rompiera una uña— ironizó, ambos se echaron a reír.
—Mystikó no es tan frágil como parece, ni tan vanidosa, ni arrogante, ni altanera-- — el castaño levanto las manos hasta la altura de su cabeza, con las palmas extendidas, bromeando.
—Ya entendí, ya entendí, su apariencia y su apellido hablan demasiado por ella antes de poder defenderse.
—Exacto, por ello quiero que empiece con un trabajo no demasiado llamativo.
—Si se puede saber ¿De qué trabajo hablas?
—Quiero asignarle el trabajo de ser tu asistente en la oficina, Yukkun— anunció, relajado, sin darle demasiada importancia al asunto, pero sí que la tenía... se quedó tieso, apenas si logró asentir con la cabeza, bebiendo bastante zumo de manzana.

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